‘Las guerras de nuestros antepasados’, un presente muy pasado

‘Las guerras de nuestros antepasados’, un presente muy pasado

Quizás lo que más pone en evidencia este montaje es que el tiempo de Delibes ha pasado.

'Las guerras de nuestros antepasados'.PENTACIÓN

Todo el mundo tiene un pasado. Cada español y española de a pie, también. Cómo eso explica o condiciona su comportamiento, tras años y años de cultura psicoanalítica, tendrá su justificación científica. Una justificación que ha dado lugar a mucha ficción. Y parece justificar la situación de la que parte Las guerras de nuestros antepasados. Obra de teatro que acaba de estrenarse en el Teatro Bellas Artes para aquellos que miran más el pasado que el presente o el futuro.

En este caso, tenemos un asesino. Un chaval que ha crecido en el pueblo. Cuyo bisabuelo, abuelo y padre tuvieron sus propias guerras. Cada uno la suya. La carlista, la de África y la Guerra Civil, al lado del Franco. Donde se acepta con normalidad que cada generación la tenga. A la que el hombre que tiene lo que hay que tener acude, lucha, y logra ser condecorado.

Ah, que la siguiente generación no va a tener esa guerra. Que se van a dedicar al amor libre y la liberación de la mujer. Que eso significa que la mujer se ponga pantalones y se acueste con quien le ha dado la gana. Vamos hombre, a quien se le ha ocurrido eso. Por mucho que las haga aún más atractivas. Por liberadas y por liberar a los hombres de su compromiso, que si me he acostado contigo no me acuerdo.

Una sociedad en la que los hombres sensibles, crecidos a las faldas de sus madres, y ecológicamente comprometidos, a los que le duela la floración del campo en primavera, no caben en ese mundo. Como tampoco cabe la enseñanza. Ese tipo de hombre que se considera enfermo y se lleva al médico de pueblo para que certifique que algo le cuelga entre las piernas.

Ese es el contexto en el que ha crecido Pacífico, el protagonista de esta historia. Encarcelado por un asesinato que cometió en su pueblo, por eso de que a la propia o que se considera propia no se la ningunea. Individuo que empeora su situación por cometer otro asesinato en la cárcel. Por el que un psiquiatra, no se sabe para qué, tiene interés en entrevistar, conocer y grabar su historia. ¿Quiere hacer un diagnóstico? ¿Es curiosidad malsana como la de las series sobre asesinatos y asesinos en serie? ¿Cree que necesita tratamiento? No queda claro.

El espectador asiste a las entrevistas que suceden en escena. En las que Pacífico cuenta todo ese mundo de pueblo. Se supone que es un joven con cierta educación ¿no dice que su tío Paco, el tío soltero, con dinero, el único que le ofrece otro modelo de vida, le paga estudios? Una educación que no se refleja en su lenguaje, excepto, en la forma en la que se refiere a su bisabuelo y a su abuelo. A los que llama el Bisa y el Abu. Apocopando como si en vez de pueblo fuera de la calle Serrano.

Añádase que no hay quien se crea que este Pacífico que se ve en escena, así de evidente se llama el personaje, sea tan joven como se dice. O que sea un enjuto y ríspido señor de un pueblo de la Castilla y León profunda. De la de los tiempos Miguel Delibes, autor de la novela en la que se basa la obra. Esa que ahora mismo está despoblada, vaciada, y, en aquellos tiempos, llena.

Esa falta de credibilidad, quizás se deba a un problema de casting. Carmelo Gómez no se ajusta físicamente a dicho personaje. Y la forma en la que lo interpreta, tampoco ayuda a suspender la credibilidad del público para que se lo crea. Claro está, siempre y cuando, uno no se deje deslumbrar por la estrella.

Y el día del estreno estaba lleno de personas que parecían deslumbradas, por la manera en la que se le aplaudió al finalizar la función y los comentarios sobre su genialidad. Seguramente recuerdan su alcalde de El Alcade de Zalamea para la Compañía Nacional de Teatro Clásico y su jardinero de Todas las noches y un día que también se pudo ver en el Teatro Bellas Artes.

Tampoco se nota la dirección de Claudio Tolcachir. Donde su personalidad como director parece estar ausente. En el que simplemente parece cumplir una función y prestar su nombre a un producto comercial. Por cierto, como ya ha hecho otras veces con otros productos comerciales en España. ¿Dónde está, por ejemplo, la sensibilidad de Próximo que se ha podido volver a ver en la Sala Mirador?

Aunque quizás lo que más pone en evidencia este montaje es que el tiempo de Delibes ha pasado. Independientemente de que un treinta por ciento de votantes quiera volver a aquella España que ya no existe. Algo que se hace más patente por el desajuste entre la escenografía de Mónica Boromello, de concepción muy contemporánea, y la historia que se cuenta.

Ese tiempo en que sus libros eran de los pocos que mandaban leer en los institutos y enganchaban. No solo eso, reunían a su alrededor a gentes de distintas edades, a toda la familia. Libros que hablan del pueblo o de pequeñas ciudades de provincia que muchos habían dejado para emigrar a las ciudades, sobre todo a las grandes metrópolis de Madrid y Barcelona. En muchos casos, abandonando un mundo de miserias, lleno de guerras soterradas.

No quiere decir que Delibes no sea importante para la historia literaria española. Ni que no haya contribuido con su éxito editorial a la construcción y formación emocional de muchas personas de este país. Simplemente quiere decir que, visto lo que se ve en escena, ha perdido su capacidad de contar lo que pasa y lo que nos pasa lorquianos. Como ya pasara con Señora de rojo sobre fondo gris que está girando otro de los grandes de la interpretación, José Sacristán. El teatro es presente, aunque el presente lo cuente un clásico.

Sus historias pertenecen a otro mundo, un mundo que, como ya se ha dicho, hay mucha gente que quiere que vuelva. Tal vez, porque solo recuerdan los momentos alegres de felicidad y/o porque todo les parecía más claro. En lo que todo estaba en su sitio, donde debía de estar. Olvidando que era una clasificación impuesta por una ideología.

Mientras que ahora se dejan llevar por la bronca política y el de las revistas del corazón que se ha convertido en un espectáculo. Y los telediarios, los magazines, los periódicos y las revistas del corazón, en los teatros en los que se representa dicha bronca. Personas que piensan que aquel mundo sigue estando presente, pero tapado por moderneces, ideas locas e ideas líquidas.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.