Así es la contradanza de Cetina, el baile de figuras popular de la región aragonesa
Este espectáculo nocturno, que se celebra cada 19 de mayo en honor a San Juan Lorenzo, patrón de la villa.

En el corazón de Aragón, donde la historia y la tradición se entrelazan con la identidad de sus pueblos, Cetina guarda un tesoro cultural que cada primavera transforma su plaza mayor en un escenario de misterio, ritmo y devoción. La contradanza de Cetina, declarada Bien de Interés Cultural Inmaterial en 2012, es mucho más que un baile: es una representación simbólica que ha sobrevivido siglos, manteniéndose viva gracias al compromiso de sus habitantes.
Este espectáculo nocturno, que se celebra cada 19 de mayo en honor a San Juan Lorenzo, patrón de la villa, combina elementos teatrales, religiosos y profanos en una coreografía que desafía el tiempo. A las once de la noche, bajo la mirada del castillo-palacio de San Juan Lorenzo, la plaza se convierte en un templo de tradición donde los contradanceros, guiados por el enigmático “diablo”, ejecutan una danza que ha sido transmitida de generación en generación.
A diferencia de otras danzas populares, la contradanza de Cetina no se limita a una secuencia de pasos repetitivos. Su esencia reside en las llamadas “mudanzas”, figuras coreográficas que representan escenas simbólicas, muchas de ellas con una carga dramática o satírica. Estas mudanzas, que pueden superar la treintena, se desarrollan en una secuencia cuidadosamente ensayada durante semanas previas al evento. Cada figura es una construcción plástica en la que los danzantes forman torres humanas, cruces, círculos o estructuras que evocan tanto lo sagrado como lo mundano.
El grupo de intérpretes está compuesto por nueve personas: ocho contradanceros divididos en dos grupos de cuatro, y el personaje central del diablo. Los primeros se distinguen por su vestimenta contrastada: unos visten de negro con cintas blancas, y los otros de blanco con adornos negros. Todos llevan máscaras que ocultan sus rostros, salvo el diablo, que aparece con el rostro descubierto, aunque maquillado con bigote, patillas y perilla. Este personaje, lejos de representar el mal absoluto, actúa como maestro de ceremonias, guía y símbolo de autoridad dentro del ritual.
La contradanza no es improvisada. Su preparación requiere casi un mes de ensayos, donde se perfeccionan los movimientos, se memorizan las mudanzas y se ensaya la coordinación entre los participantes. El día anterior a la representación, los contradanceros recorren el pueblo en busca del diablo, y juntos visitan al portador de la primera vara, símbolo de la cofradía de San Juan Lorenzo. Desde allí, acompañados por músicos y autoridades, se dirigen en procesión hasta la plaza, donde se inicia la danza con antorchas encendidas y un silencio expectante.
El origen de esta tradición se remonta, al menos, al siglo XVII, aunque algunos estudiosos sugieren que podría tener raíces aún más antiguas, vinculadas a danzas de fertilidad o rituales de plenilunio. En el siglo XVIII ya se documentaban mojigangas en Cetina, espectáculos populares de carácter burlesco que podrían haber influido en la forma actual de la contradanza. A lo largo de los siglos, la representación ha evolucionado, pero ha mantenido su estructura básica y su carácter participativo.
El simbolismo de la contradanza es complejo. Se ha interpretado como una lucha entre fuerzas opuestas —amor y odio, luz y oscuridad—, como una exaltación de los elementos naturales, o incluso como una dramatización del ciclo vital. Lo cierto es que cada mudanza encierra un mensaje, y el público, que rodea la plaza en completo silencio, participa emocionalmente en cada gesto, cada figura, cada pausa.