Ayme, joven española, franca sobre por qué la Generación Z y millennial no quiere trabajar: "No tenemos incentivos materiales realmente"
La joven activista defiende que, sin estabilidad ni incentivos materiales, resulta lógico que muchos jóvenes solo estén dispuestos a dar “lo justo” en el trabajo.
La activista y divulgadora feminista Ayme Román, graduada en Filosofía por la Universitat de Barcelona, ha puesto en voz alta lo que media España lleva mascullando desde hace años: que la historia del sacrificio laboral y la meritocracia ya no cuela. Lo hace en una de sus intervenciones en un debate del programa de radio Carne Cruda sobre los nuevos y viejos modelos de explotación laboral, donde se abordaron los motivos por los que tantos jóvenes han adoptado una actitud abiertamente antitrabajo.
El fragmento de esa intervención, que Román ha compartido en su cuenta de TikTok, ha multiplicado su alcance más allá del programa. Su tono directo y su claridad quirúrgica, con un puntito de hartazgo generacional imposible de disimular, han conectado de inmediato con miles de jóvenes que reconocen en sus palabras una experiencia propia.
A partir de ahí, Román desgrana su diagnóstico con la serenidad de quien ha visto el percal de cerca. “Somos una generación que ha visto a sus padres destrozarse física, psicológica, mentalmente durante treinta, cuarenta años para luego acabar en la calle y hemos visto cómo pagan la lealtad en los centros de trabajo”, afirma. Ese punto, el de ver cómo se recompensa el sacrificio ajeno, marca, según ella, todo lo que viene después.
La joven filósofa sostiene que la Generación Z y los millennials ya no encuentran “incentivos materiales realmente” para “poner el trabajo en el centro de nuestras vidas” ni para implicarse emocional o vitalmente en proyectos ajenos. “Nos encontramos en una posición en la que vemos que no tenemos incentivos materiales realmente para desear o para convencernos de que tenemos que desear poner el trabajo en el centro de nuestras vidas, implicarnos emocionalmente, vitalmente, autoafirmarnos a través del trabajo para ponernos a disposición de, de los intereses y los proyectos de terceras personas”, explica.
Román se sitúa en primera persona —“yo soy millennial”— para destacar hasta qué punto su generación ha quedado “infantilizada” por la precariedad y la ausencia de expectativas vitales mínimamente razonables. “Muchos de los hitos o metas que marcaban el tránsito a la vida adulta (…) se nos han negado”, resume, aludiendo a la imposibilidad de acceder a la vivienda o lograr una estabilidad que antes llegaba sin tener que encadenar contratos temporales como si fueran cromos.
La conclusión sale sola: el salario ya no garantiza lo que antes se daba por hecho. “Ahora mismo, percibir un salario no te garantiza ni seguridad económica ni habitacional”, señala. Y ahí aparece el repliegue generacional: “Bueno, pues si me das lo básico y lo mínimo para subsistir, yo te voy a dar lo básico y lo mínimo. No me voy a quedar haciendo horas extra no remuneradas para tener lo mínimo, pues te voy a dar lo justo”. Una lógica defensiva que ella misma considera saludable: “Y creo que es una, una mentalidad sana”.
El análisis culmina con una advertencia que apunta al modelo laboral en su conjunto. La “uberización del trabajo” y la gig economy, señala, han atomizado tanto a los trabajadores que la negociación colectiva se vuelve cada vez más difícil. “Esto de que lo hagamos todo tan por separado y estemos tan atomizados, eso dificulta muchas veces la negociación colectiva”, lamenta.