Lagos de origen glaciar y altas montañas: un rincón de España ideal para desconectar en la naturaleza
Los lagos Enol y Ercina, situados en el sector occidental del parque, son los más conocidos por su accesibilidad y su cercanía al santuario de Covadonga.

En el norte de España, donde la niebla se enreda con las cumbres y el silencio se rompe solo por el eco de los rebecos, se alzan los Picos de Europa. Este macizo montañoso, que se extiende entre Asturias, Cantabria y Castilla y León, es un testimonio vivo de la acción glaciar que moldeó su relieve durante el Cuaternario. Sus lagos de origen glaciar, enclavados en altitudes que superan los 1.000 metros, y sus picos que rozan los 2.600, conforman un paisaje de una belleza abrupta y sobrecogedora.
Aunque el Parque Nacional de los Picos de Europa es conocido por su biodiversidad y su valor cultural, su geología es igualmente fascinante. Las huellas del hielo, que durante milenios esculpió valles en forma de U, circos glaciares y morrenas, son visibles en cada rincón del macizo. Los lagos glaciares, como los famosos Enol y Ercina, son vestigios de aquel pasado helado, y constituyen hoy uno de los principales atractivos naturales del parque.
Los lagos Enol y Ercina, situados en el sector occidental del parque, son los más conocidos por su accesibilidad y su cercanía al santuario de Covadonga. Sin embargo, no son los únicos. En zonas más remotas, como el macizo central o el macizo oriental, se encuentran otros lagos de origen glaciar menos frecuentados, como el Jou Negro o el lago de Ándara, que requieren largas caminatas y cierta experiencia en montaña para ser alcanzados. Estos cuerpos de agua, formados por la acumulación de agua en depresiones excavadas por antiguos glaciares, son auténticos laboratorios naturales donde se estudian procesos ecológicos y climáticos.
Las altas montañas de los Picos de Europa, como el Torrecerredo (2.648 m), el Llambrión (2.642 m) o el Naranjo de Bulnes (2.519 m), no solo impresionan por su altitud, sino también por su abrupta morfología. Estas cumbres, compuestas principalmente de caliza paleozoica, presentan paredes verticales, simas profundas y crestas afiladas que desafían a montañeros y escaladores. La acción del hielo, combinada con la disolución kárstica, ha generado un relieve complejo, donde los jous —depresiones cerradas típicas del karst— se alternan con torres rocosas y canales escarpados.
El modelado glaciar ha dejado también su impronta en los valles, como el de Valdeón o el de Liébana, que muestran perfiles suavizados por el paso de los glaciares. En estos valles se pueden observar morrenas laterales y terminales, así como bloques erráticos que fueron transportados por el hielo a lo largo de kilómetros. Estos elementos geológicos permiten reconstruir la extensión y dinámica de los antiguos glaciares, y son clave para entender la evolución climática del norte peninsular.
Además del interés geológico, los lagos glaciares de los Picos de Europa desempeñan un papel crucial en la ecología del parque. Son hábitat de especies endémicas de anfibios, como el tritón alpino, y de aves acuáticas que encuentran en sus aguas un refugio estacional. La calidad del agua, su temperatura y su régimen hidrológico están estrechamente ligados a las condiciones climáticas, lo que convierte a estos lagos en indicadores sensibles del cambio climático.