Thunder, el súperyate que se ha hecho un multimillonario para desayunar en un país y cenar en otro
Fabricado con los mismos materiales que los cazas de combate, puede recorrer el Mediterráneo a toda velocidad para cumplir el sueño más excéntrico del magnate griego Theodore P. Angelopoulos.

El dinero no compra la felicidad, pero parece que sí puede comprar tiempo. O al menos la sensación de tenerlo bajo control, especialmente si una persona puede permitirse el lujo de desayunar en Saint-Tropez, en Francia, comer en el Principado Mónaco y acabar el día cenando en Portofino, en Italia. Todo sin pisar tierra, pero sin volar. Solamente navegando por el Mediterráneo a bordo del Thunder, el súperyate de un magnate griego, Theodore P. Angelopoules, que se parece más un misil disfrazado de joya náutica que a un transporte.
Encargado por el millonario griego a finales de los años noventa, el Thunder se diseñó con una idea clara: crear el Concorde del Mar, una criatura de casi 50 metros de eslora hecha casi por completo de fibra de carbono y kevlar, los mismos materiales que se emplean en la construcción de cazas de combate y en los súperdeportivos. Una elección que no solo ha sido estética sino también funcional. Porque Angelopoules, que es heredero de una de las grandes fortunas del acero y del transporte marítimo en Grecia, quería un barco capaz de surcar el Mediterráneo impulsado por la soberbia de quien mira el reloj y decide que en veinte minutos le apetece estar en otro país.
Para conseguirlo, confió en el diseñador Jon Bannenberg y el arquitecto naval Phil Curran, dos nombres míticos en la industria del lujo marítimo. Juntos idearon una estructura tan ligera como resistente, impulsada por 10.500 caballos de potencia, que se logran gracias a una combinación de dos motores diésel MTU y una turbina de gas Textron Lycoming, la misma tecnología que impulsa helicópteros militares. El resultado: la capacidad de llegar los 40 nudos (unos 74 km/h), casi tanto como algunos de los ferris de línea, aunque con la elegancia de un club privado.
Para mantener la estabilidad de este súperyate a semejante velocidad, el barco incorpora un sistema de equilibrio dinámico creado a partir de tecnología que se emplea en ciertos lanzadores de misiles, así como un mecanismo de dirección de emergencia que es capaz de girar por completo en menos de cuatro segundos. El Thunder no es un barco, es todo un proyectil que navega, al que se le ha incorporado un minibar y una piscina.
Porque sí, el Thunder también presume de lujo para aburrir. Bajo su cubierta se esconde una piscina de siete metros que se convierte en una embarcación auxiliar, diez suites con acabados en piel de mantarraya, espejos infinitos y mobiliario inspirado en los diseños de Roberto Cavalli, tras una reforma que ha cambiado el minimalismo futurista con el que se botó en sus orígenes por un delirio dorado en la alta mar.

El Thunder se convirtió en leyenda dentro del sector náutico, un experimento a medio camino entre la ingeniería aeroespacial y la fantasía millonaria que abandonó el astillero Oceanfast, en Australia, en 1998, para que su propietario pudiera recorrer el Mediterráneo a toda velocidad, entre el desayuno y la cena, sin tocar tierra firme, según ha recordado la publicación especializada Supercar Blondie, que ha recuperado su historia.
Hoy el barco sigue moviéndose entre el mito y la anécdota, como un símbolo del exceso de finales del siglo XX. O del futuro que algunos todavía sueñan: uno en el que los relojes no marcan las horas, sino los puertos.
