8. Una teoría del desconsuelo (Novela)

8. Una teoría del desconsuelo (Novela)

Cuando el bioquímico William H. Frey comenzó a interesarse por las lágrimas, él mismo llevaba sin llorar desde los 12 años. Tenía por delante muchas preguntas que responderse y a una ayudante en su investigación, la señora Langseth, que lloraba con infrecuente periodicidad lágrimas patológicas.

Solo los poetas se han enfrentado en serio al asunto de las lágrimas. Los científicos se han quedado siempre a medio camino, tímidos en aventuras que pudieran ilustrar el lazo desconocido que une a ciertas emociones con el llanto. Más atrevidos, los filósofos no se han cortado a la hora de poner nombre al agujero negro de la melancolía, pero, por falta de pruebas como en un juicio, no han podido sentenciar de qué clase de fenómeno se trata. Los poetas, en cambio, han sido a lo largo de la historia los secretarios minuciosos que han consignado todo derramamiento de lágrimas en el conocido valle: el de los agradecidos a la vida, los amantes separados, las víctimas de los tiranos, las mujeres épicas, los héroes vencidos, los desengañados del amor, los afligidos por un duelo, los niños en las cunas, las viudas en los velatorios, las multitudes conmovidas, el lector emocionado, el viajero herido por la hermosura de un paisaje o de un rostro, la muchacha enamorada, los padres abrazados, en fin el inmenso coro de berrea de esta especie llorona: la humanidad.

Cuando el bioquímico William H. Frey comenzó a interesarse por las lágrimas, él mismo llevaba sin llorar desde los 12 años. Tenía por delante muchas preguntas que responderse y a una ayudante en su investigación, la señora Langseth, que lloraba con infrecuente periodicidad lágrimas patológicas. ¿Lágrimas patológicas? ¿Es acaso el llanto una enfermedad? Bueno, no cuando lloramos porque se nos mete una mota de polvo en el ojo. Hay quien sufre de lagrimeo continuo porque tiene obstruido el conducto nasolagrimal, y entonces tales lágrimas podrían considerarse mórbidas. Pero no, tampoco, desde luego, las que se vierten por pena o por alegría.

En 1985, publicó Frey su estudio en un libro, Crying. The Mystery of Tears, en el que reprochaba a sus colegas científicos de todos los tiempos la dejadez que habían mostrado con fenómeno tan permanente en la existencia de los hombres. Este libro clásico, único en el tema, es no sólo la exposición de un descubrimiento, sino un elegante ajuste de cuentas con la torpeza o la insuficiencia de los análisis previos sobre el asunto. El mismísimo Charles Darwin es uno de los ajusticiados. Las lágrimas humanas suponían un obstáculo para la secuencia de su teoría de la evolución, y el antropólogo lo despachó con una acrobacia, que Frey denuncia, sobre la morfología del rostro humano, pasando por alto la inexplicable (desde el punto de vista de la teoría de la selección natural) función de las lágrimas en la emocionalidad del hombre. Mientras avanzaba en su trabajo, Frey debía de alegrarse, al mismo tiempo, de que terreno tan virgen como el de la función del llanto estuviese todavía por roturar. En el fondo, su severo ademán esconde un travieso regocijo.

Lo que a Frey le interesaba era conocer el proceso biológico de las lágrimas emocionales, que él distinguía de las lágrimas basales, que tienen por función mantener húmedos y sanos los ojos con una película bactericida. "La naturaleza elimina gradualmente aquellas funciones biológicas que no son permanentemente necesarias para la supervivencia, de manera que la facultad de secretar lágrimas emocionales debe de tener alguna función fisiológica específica, ¿pero cuál? ¿Cómo y por qué se presentan las lágrimas?", se preguntaba en las primeras páginas de su estudio. Mientras que todos los demás procesos excretores del hombre, como el sudor, la orina o las heces, han sido explicados profusamente, el vacío en torno a las lágrimas le sumía en el desconsuelo. O no, porque -ya digo- en el fondo lo celebraba. Desde los estudios medievales a los hallazgos más cercanos de la ciencia al respecto, pasando por el millón de referencias mitológicas, históricas y literarias, Frey hojeó cualquier papel a su alcance en el que figurara la palabra "llorar". Se hizo un sabio de la aflicción, o, mejor dicho, de la ignorancia respecto de la aflicción.

Hoy podemos saber lo que Frey leyó porque un compatriota suyo, el profesor de la Universidad de California, Riverside, Tom Lutz, lo leyó también y publicó un libro reseñando esas lecturas, Crying. The Natural and Cultural History of Tears, trabajo enciclopédico, mitad Calendario Zaragozano del tiempo lacrimógeno, mitad libro de citas, una de las cuales, perteneciente al filósofo Cioran, dice que las lágrimas son "un criterio de la verdad".

La verdad es que las lágrimas inducen un estado de conciencia distinto del que se tenía antes de llorar. La verdad es que llorar es un acto trascendente, que produce una transformación en el que llora. De ahí que a Frey le costara encontrar respuesta a sus preguntas, pues la función del llanto no es física: es espiritual. De ahí que haya ocupado tanto a los poetas.

(Continuará)