Las claves de la semana: Caso cerrado

Las claves de la semana: Caso cerrado

Portada de la tesis doctoral del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la Universidad Camilo José Cela.EFE

De un lado, los políticos. De otro, los periodistas. Nunca unos y otros estuvieron tan igualados en falta de credibilidad y de prestigio. Esta semana hemos tenido una nueva exhibición de la insoportable levedad que recorre la política, pero también el periodismo.

Ahora resulta que la generación política mejor preparada de la democracia no lo estaba tanto. Sólo era apariencia. Una enfermiza obsesión por parecer y no por ser. Pero esta fiebre por la titulitis y el currículum -que no les engañen- no tiene que ver ni con la aplicación de Bolonia ni con que las universidades españolas estén podridas, sino con una generación de políticos formados, no en las aulas, sino en las organizaciones políticas, cuya vida laboral no llena una línea y que desde la adolescencia no tuvieron más inquietud que la de medrar en sus partidos.

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Ya supimos desde el caso Cifuentes que quienes demandaban la cultura del trabajo y el esfuerzo en la enseñanza pública lo pedían para otros, pero nunca para ellos. Ahora ha vuelto el bochornoso espectáculo de los máster, las tesis y los currículum. Y no olviden que España tuvo un secretario de Estado de Seguridad Social que llegó a poner en el suyo que era licenciado en Medicina y Cirugía, y acabó por escribir que sólo era "soltero". Se llamaba Tomás Burgos. Y nadie pidió su dimisión por aquello.

Ya supimos desde el caso Cifuentes que quienes demandaban la cultura del trabajo y el esfuerzo en la enseñanza pública lo pedían para otros, pero nunca para ellos.

Cristina Cifuentes dimitió por robar dos cremas, no por haber mentido sobre el vergonzante máster que la Universidad Rey Juan Carlos regalaba a sus "amigos" fueran de derechas o izquierdas. De no haber sido por el vídeo que alguno de los suyos guardó durante años para acabar con su carrera política cuando más daño hiciera, aún estaría en la Puerta del Sol atrapada en sus mentiras y apostando con Pablo Casado por ver cuál de los dos sería citado antes a declarar ante el Supremo.

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Claro que la ya ex ministra de Sanidad, Carmen Montón, tampoco se hubiera ido por voluntad propia, aunque al final lo hiciera. Fuera por la presión de PSOE, por el descubrimiento del plagio, porque ya andaran los plumillas husmeando también en su licenciatura o porque Pedro Sánchez debía demostrar, más allá de las palabras, que no todos son iguales, el caso es que se fue en 24 horas y que en 100 días de Gobierno han dimitido ya dos ministros. Dato que a Albert Rivera, con también lagunas en su currículum, debió parecerle poco cuando el miércoles se lanzó a la caza mayor durante la sesión de control para apuntar sobre el mismísimo Sánchez por su doctorado en Economía por la Universidad Camilo José Cela.

La historia no era nueva y el líder de Ciudadanos ya había dejado rastro con el registro de una proposición de ley sobre el asunto de hacia dónde quería llevar el debate público. En La Moncloa no lo olieron, ni si quiera al ver publicado el día anterior un déjà vu sobre la tesis del presidente en un diario digital. Tanto asesor y tan poco olfato hicieron que el presidente pareciera en el Parlamento un boxeador noqueado.

Otra vez la tesis, otra vez el doctorado, otra vez el plagio... Una historia cuyo recorrido empezó el mismo día que Pedro Sánchez decidió, en 2014, competir en primarias por la secretaría general del PSOE. Desde entonces se ha hablado en los mentideros políticos y periodísticos de ella, y no precisamente como referencia académica, sino porque desde su propio partido se construyó un manto de sospecha sobre su autoría y sobre su contenido. Los mismos que esta semana han salido a defenderle son quienes difundieron todo tipo versiones malévolas sobre las más de 300 paginas escritas.

Los mismos que esta semana han salido a defenderle son quienes difundieron todo tipo versiones malévolas sobre las más de 300 paginas escritas

Que si el ex ministro Miguel Sebastián, que si el economista Carlos Ocaña, que si los informes del Ministerio de Industria, que si Sanchez no escribió jamás una línea para obtener su doctorado... Nunca nadie pudo demostrar nada. Y hubo dos medios de comunicación que tuvieron acceso al documento y lo investigaron hace años. Ninguno pudo denunciar el plagio, pero casi cinco años después uno de ellos sostiene lo contrario.

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No ha sido el único. Hay varios, pese a que los aludidos como verdaderos artífices del doctorado Sánchez han negado que participaran en la redacción de la tesis y la propia Universidad haya emitido un comunicado para asegurar que tanto el tribunal como el trabajo cumplieron con la normativa vigente.

La tesis ya es pública. Se podría haberse digitalizado y levantado su "semiblindaje" ante la primera sombra de duda, aún hoy puede ser objeto de crítica por su calidad académica, pero lo que no podrá sostenerse ya, tras conocerse el resultado de los programas para detectar el plagio, es que Sánchez se apropió indebidamente de otras fuentes académicas o que se la escribieron otros porque a quienes se ha apuntado lo han negado en público y por escrito. Lo demás, sólo es ruido y voluntad de embarrar el debate para Sánchez caiga por una operación de acoso y derribo de quienes aún hoy le niegan la legitimidad de haber llegado a la Presidencia del Gobierno, no por el resultado de las urnas, sino por una moción de censura tan democrática como inesperada.

El caso está cerrado, si bien Sánchez debería preguntarse si para este viaje hubieran sido necesarias las alforjas que ha portado y soportado de propios y extraños

El caso está cerrado, si bien Sánchez debería preguntarse si para este viaje hubieran sido necesarias las alforjas que ha portado y soportado de propios y extraños. Sólo él, cierto, es responsable de hasta dónde ha llegado un asunto que pudo zanjar del mismo modo que lo ha hecho esta semana y evitar una nueva exhibición de la levedad de la política... y también de un periodismo de trinchera y sectario que lo mismo hace noticia de un carraspeo que considera que una cita propia es un plagio, que publicar un libro con tu propio trabajo académico es algo exótico e irregular o que los miembros de un tribunal se eligen ante notario.

Cuando el ruido pase, convendría que nos preguntáramos hasta dónde hemos llegado y quién y por qué nos han traído hasta aquí.