‘Lectura fácil’, la dificultad para escribir con sujeto, verbo y predicado

Se sale confundido de ver Lectura fácil en el Teatro Valle-Inclán del Dramático. La confusión tiene mucho que ver con la dramatización y dirección de Alberto San Juan. Esas escenas que parecen montadas para verse en la precariedad y con la falta de recursos que hay en el Teatro del Barrio, su cuartel general.

Esta puede ser una de las razones para ese espacio desnudo. Un sofá. Unas sillas. Una manta en el suelo. Una puerta al fondo en una pared que es la versión grisácea y en grande de la caja escénica negra de dicho teatro. 

La otra es que haya que hacer un teatro sin barreras arquitectónicas. Pues la obra está protagonizada por un elenco coral en el que hay cuatro actores con diversidad funcional. Condición más que interesante, pues supone todo un reto artístico. Cómo hacer un montaje que aporte a la historia pero que a la vez sea accesible o sin barreras arquitectónicas para los actores.

Un reto que ya se ha visto superar a Iñaki Rikarte en la sala pequeña del Valle-Inclán con Supernormales. Comedia que vuelve del 28 abril al 28 de mayo del 2023, fecha que los que no la han visto deberían poner en sus calendarios teatrales. Y que también superó Lucía Miranda en Alicias buscan maravillas con su protagonista Anna Marchessi. Quien también forma parte del elenco de Supernormales y era una de las protagonistas Campeones la popular película española. Además de participar en la serie Fácil de Movistar+, basada también en la novela Lectura Fácil como la obra de teatro. Vamos que lleva un carrerón.

En ese espacio casi vacío transcurre la historia de la inteligente Ángeles y sus tres primas. Las cuatro habitan en un piso tutelado de la Comunidad de Madrid. Lugar en el que pueden vivir en libertad supervisada o vigilada, siempre y cuando cumplan con unos mínimos de limpieza y decoro. Es decir, se vuelvan normales, aunque ellas saben que no lo son. 

Desde luego, estarán mucho mejor que en las instituciones andaluzas de las que vienen. Lugares en las que se sometía su voluntad a base de pastillas para normalizarlas y donde estaban a merced de familiares depredadores de su exigua fortuna. Una pensión que se queda la institución para administrársela.

Esta vida tutelada la pone en riesgo una de ellas. Marga. Una mujer deprimida por la situación en la que vive, al verse reflejada en sus primas, y que encuentra en el sexo con cualquiera, hasta con el pico de una mesa, y en cualquier momento y lugar la forma de superar puntualmente esa depresión. Papel en el que la actriz Carlota Gaviño no brilla como en otras ocasiones.

Un comportamiento inaceptable para todo ese armazón de trabajadoras sociales creado por la política y los gobiernos por sus posibles indeseadas consecuencias. Es decir, embarazos. Riesgo que se pretende evitar. Para ello se comenzará un proceso judicial que autorice la esterilización de la interesada.

Línea argumental que permite la sucesión de escenas. Mostradas como cuando un colega que está flipao con una novela o una serie, te cuenta escenas para justificar que lo leas o la veas. Algo que hace mientras os tomáis unas cañas. Lo que provoca unas risas o una reflexión tópica cuando no te deja indiferente mientras tratas de pinchar una aceituna con un palillo entre trago y trago. Reacciones que se ven en el patio de butacas.

Y no, no es que esté mal lo que se está viendo. Claro que tiene su interés lo que se cuenta. Desde cómo el poder se ejerce con el lenguaje. Tan bien explicado a partir de la Gramática de Nebrija y su expansión por el imperio español, como la manera que los Reyes Católicos encontraron para imponer una forma de pensar y ver el mundo. Hasta la manera en la que ese mismo lenguaje se convierte en barrera que impide no ya la integración sino la posibilidad de entender y, por tanto, de defenderse o de tomar decisiones por uno mismo.

Quizás sea eso lo más triste. La indefensión de estas mujeres, porque de alguna manera es la indefensión de todos. La imposibilidad de ser en la sociedad que las quiere normalizadas. Es decir, ajustándose a las normas. Incluso en los sectores más progresistas, como son las reuniones asamblearias de okupas anarquistas que pretenden dotar a la ninfómana de un recurso habitacional. Tan desopilante que, de ser parecidos el resto de los que aparecen en la novela, se entiende que a Alberto San Juan le haya costado tanto prescindir de ellos.

Porque si algo pone de manifiesto esta obra es que, en el mundo de estas mujeres, se habla mucho para hacer poco o muy poco para ellas. Se trabaja más, mucho más, para la satisfacción de la sociedad en su conjunto, de la mayoría de los que se autodenominan normales, que para que ellas puedan responsabilizarse de sus vidas. Mujeres (y hombres) adultas tratadas como niñas a las que de vez en cuando se saca de paseo, cuando no se las manda a paseo. A las que se les dan peces en vez de enseñarlas a pescar.

La sociedad y las personas que la forman, crean así una complejidad social y una compleja sociedad que está necesitada de ser escrita en el estilo de lectura fácil. En frases que hablen de una sola cosa cada vez. Con su sujeto, verbo y predicado. Para que todos, cada uno con sus capacidades, las entienda.

Creo que en el intento de hacer una obra de Lectura fácil es donde se pierde Alberto San Juan, pues no es nada fácil hacerlo. Y con él, un público que no puede dejar de compadecerse de las protagonistas de la historia. Unos personajes de los que resulta difícil desentenderse. Porque el elenco, con las indicaciones del director, ha sabido llenarse de anzuelos con los que enganchan emocionalmente al espectador.