'L'immensità': sobre la (im)posible autodeterminación

'L'immensità': sobre la (im)posible autodeterminación

En suma, la inmensa revolución por hacer en unas sociedades en las que todavía somos prisioneros de las divisiones jerárquicas que nos impone el patriarcado.

Cartel de la cinta 'L'immensitá', protagonizada por Penélope Cruz.DAPlaneta

L`immensità es una película excesiva. Un melodrama que tiene momentos brillantes, intensos, emocionantes, pero que en general hace aguas porque su guion parece una suma acelerada y poco cohesionada de recuerdos, de imágenes, de sueños y de obsesiones. Como si el director, que nos está contando su propia experiencia, se hubiera ido encontrando las piezas de un puzle debajo del sofá, desordenadas, y hubiera querido componer con ellas una mirada hacia el pasado, el de su infancia, pero desde la conciencia de su presente. Una mirada que últimamente se repite mucho, y de manera muy especial entre directores italianos, pero que no siempre da como resultado una película redonda. La historia que nos cuenta Emanuele Crialese, que es su propia historia, tiene todos los ingredientes para haber dado lugar a una película de esas que te sacuden y remueven. Sin embargo, y salvo en momentos puntuales, la cinta apenas consigue levantar el vuelto de un drama que, en lugar de afrontar la complejidad de lo que cuenta, opta por quedarse con lo más esquemático.

La película llega a nuestras pantallas en un momento muy oportuno. En pleno debate, con frecuencia iracundo y con más espacio para la confrontación que para la argumentación, sobre la identidad de género, L`immensità pone el foco en la infancia de un chico trans y, sin cargar las tintas en el sufrimiento del personaje (Adriana/Adrián/Adri), nos va contando cómo este menor de edad se va enfrentando a una realidad en la que él no encuentra su sitio. La que supone encontrarse en un cuerpo que no responde a lo que él vive/siente/piensa en su cabeza y en su pecho. En una permanente tensión entre “lo de dentro” y “lo de afuera”. Todo ello, además, en un contexto social muy concreto, la Italia de los años 70, en el que todavía era más complicado que hoy rebelarse contra la imagen devuelta por el espejo. Una realidad en la que, como bien vemos en la película, la incidencia de la educación católica todavía era determinante en la conformación de los imaginarios que incidían, con frecuencia de manera tan cruel, en la construcción de las identidades de los individuos.

Sin embargo, y pese a que la mayoría de medios han publicitado esta película como una historia sobre un menor trans, creo que el centro no está tanto en ese “chica” que se encuentra encosertada en los confines que le marca el sistema sexo/género, sino en su madre. En esa mujer que, afectada de ese “mal que no tiene nombre”, vive anulada y sometida en una relación tóxica en la que le resulta imposible ser libre. Sufridora ella, pero también sus hijos, de una violencia que el marido, todo un patriarca, usa cotidianamente para imponer su ley. Lástima que este retrato de un matrimonio construido sobre la asimetría y el dolor esté lleno de lugares comunes y de trazos esquemáticos. Muy especialmente en el retrato de ese marido/padre maltratador, dominante y agresivo, al que casi confundimos con su caricatura más que con la verdad que hubiera requerido de un guion más depurado.

La película, que se sostiene sobre la impecable interpretación de una Penélope Cruz que siempre nos da lo mejor de ella cuando se vacía en este tipo de mujeres a las que sabe dotar de carne y emociones, hasta en los silencios más rotundos, nos está contando en definitiva la historia de dos seres que no pueden “autodeterminarse”. Entendiendo por autodeterminación la capacidad de cada ser humano de definirse, de tomar las riendas de su personalidad y de su proyecto de vida, de ser autónomo y de, al fin, encontrar un sereno equilibrio entre cuerpo, mente y emociones. Un horizonte que es imposible para una esposa/madre que está prisionera de un estatus que durante siglos mantuvo a las mujeres en un estado de dependencia. De ahí que las que intentaran salir de la jaula, como le ocurre al personaje de Penélope, fueran consideradas histéricas, locas o, en el mejor de los casos, enfermas. De alguna manera como todas esas personas que se han sentido incómodas e infelices en el traje estrecho impuesto por una biología convertida en etiqueta inamovible, siempre en los angostos márgenes de un binarismo que nos obliga colocarnos en una u otra casilla.

Lo mejor de L`immensità, además de la deslumbrante interpretación no solo de Penélope sino también de la joven Luana Giuliani, son esos momentos en los que esos dos seres enjaulados consiguen abrir una ventana. En muchas ocasiones a través de la música que, Rafaella Carrá mediante, les ofrece un espacio sin ataduras. Una ensoñación a veces propia de quien recrea su infancia, como hace Crialese, husmeando entre los recuerdos en los que con frecuencia se fusionan realidad y ficción, angustias y sueños, muñecas desarmadas y uniformes escolares que aprietan. La mirada de un niño que contempla, en una de las imágenes más bellas de la película, el mundo de las mujeres, separado del masculino siempre proyectado hacia lo púbico, casi como una posibilidad de redención. De alternativa luminosa, como el atardecer de un verano, a la cárcel en la que viven quienes no se ajustan a la “norma”. La sororidad como salida. Las mujeres que ayudan a los niños y a las niñas a salir del túnel. La fiesta del agua y las risas. La alegría de saltarse las normas.

En fin, la película de Crialese, fallida, imperfecta, y sin embargo recomendable, es un buen pretexto para que pensemos sobre si es posible, o no, lo que en términos jurídicos se conoce como “autodeterminación de género”. Desde mi punto de vista, un binomio imposible en cuanto que el género, que nos remite a esa construcción cultural y política que aprisiona a Adri y a su madre, es algo que se nos impone desde afuera. De forma coercitiva y normativa. Y del que deberíamos escapar. Teniendo todas las herramientas y todas las oportunidades, claro, para autodeterminarnos, para  desarrollar libremente nuestra personalidad y nuestra identidad sexual. Siendo los únicos dueños y las únicas dueñas de la imagen con la que nos reconocemos en el espejo. Autónomos al fin frente a una sociedad que es la que se equivoca cuando nos dicta el cuerpo que debemos tener, los deseos que nos deben guiar y las expectativas que tenemos que cumplir. En suma, la inmensa revolución por hacer en unas sociedades en las que todavía somos prisioneros de las divisiones jerárquicas que nos impone el patriarcado.

Este artículo fue originalmente publicado en el blog del autor.

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Octavio Salazar Benítez, feminista, cordobés, egabrense, Sagitario, padre QUEER y constitucionalista heterodoxo. Profesor Titular de Derecho Constitucional, acreditado como catedrático, en la Universidad de Córdoba. Mis líneas de investigación son: igualdad de género, nuevas masculinidades, diversidad cultural, participación política, gobierno local, derechos LGTBI. Responsable del Grupo de Investigación Democracia, Pluralismo y Ciudadanía. En diciembre de 2012 recibí el Premio de Investigación de la Cátedra Córdoba Ciudad Intercultural por un trabajo sobre igualdad de género y diversidad cultural. Entre mis publicaciones: La ciudadanía perpleja. Claves y dilemas del sistema electoral español (Laberinto, 2006), Las horas. El tiempo de las mujeres (Tirant lo Blanch, 2006), El sistema de gobierno municipal (CEPC 20007; Cartografías de la igualdad (T. lo Blanch, 2011); Masculinidades y ciudadanía (Dykinson, 2013); La igualdad en rodaje: Masculinidades, género y cine (Tirant lo Blanch, 2015). Desde el año 1996 colaboro en el Diario Córdoba. Mis pasiones, además de los temas que investigo, son la literatura, el cine y la política.