Por los que siempre nos quedamos en casa

Por los que siempre nos quedamos en casa

No entiendo tanta queja, hastío, hartazgo e incomodidad por la situación que para la mayoría solo se prolongará lo estrictamente necesario.

Crías de golondrina en un nido. Leonor Pérez de Vega.

“Estas son mis vecinas, las guardianas del campo que cada año, como nos recordaba Bécquer, vuelven con sus alas a llamar a mi ventana porque se acuerdan de nuestros nombres, los de aquellos que siempre permanecemos en casa”.

Son días de solidaridad, contención y restricciones a la libertad de movimiento en un estado de alerta por la emergencia sanitaria frente a un virus que no conoce fronteras, la consigna que se repite y se transmite por todos los medios hasta que todos se conciencien no es otro que el de “quédate en casa”, por ti, por todos y por una sanidad pública que en ciertas regiones se halla al borde del colapso. 

En las redes sociales, en un ejercicio de concienciación, es tendencia el citado lema, lo que al tiempo me ha hecho reflexionar tras los mensajes que circulan en las mismas, lanzados por muchos pacientes y enfermos que su día a día, como también es el mío, no es muy diferente al de permanecer en su hogar y no disfrutar apenas de vida social, o que esta consista en ir a las sucesivas consultas médicas. Ya no les quedan ni los encuentros con amigos en casa, pero esa situación igualmente se maneja con la mejor actitud o al menos se intenta a la par de la propia enfermedad.

Es por ello que no entiendo tanta queja, hastío, hartazgo e incomodidad por la situación que para la mayoría solo se prolongará lo estrictamente necesario, actitud que al menos no es generalizada, quizá porque acaba de iniciarse. Claro que a nadie le gusta estar confinado en sus hogares, y lo perciben a modo de obligación y no una necesidad con el fin de evitar que nuestra tan querida sanidad pública, y al tiempo vapuleada, puede atender a todos.

Somos muchos, sí, miles o millones los enfermos de cualquier edad, entre los que hay niños y jóvenes a los que la vida le has deparado una cuarentena social no por un estado de alerta, sino por una dependencia severa, una discapacidad o un dolor crónico incapacitante, que no les permite salir de las cuatro paredes de su casa o de un hospital durante días, semanas, meses o años. 

De hecho, he decidido escribir estas líneas tras leer los numerosos comentarios de muchos amigos y pacientes de las redes sociales con los que tengo contacto y quisiera escribir por ellos, que ya sea por una encefalomielitis miálgica o síndrome de fatiga crónica, una enfermedad muy incapacitante y compleja, la cual les obliga a pasar el mayor tiempo del día en la cama, sin televisión, Internet o lectura. O aquellos otros que han vivido meses en aislamiento por un trasplante (un abrazo a los que en este momento se hallan en esta situación) y más que nunca es preciso protegerles. Todos ellos conocen demasiado bien las palabras “quédate en casa”, y han de manejar todo el abanico de emociones que se disparan. 

No entiendo tanta queja, hastío, hartazgo e incomodidad por la situación que para la mayoría solo se prolongará lo estrictamente necesario.

Más aún cuando ciertas consultas médicas tan importantes para ellos, como es el caso de las realizadas en las unidades de dolor o de salud mental, se han visto suspendidas, y ni el primero ni la segunda conocen de esperas. Apelo desde aquí para que se tomen medidas en los centros de salud mental actualmente cerrados, porque para ellos no es una simple crisis de ansiedad, los enfermos crónicos necesitan de un apoyo continuo, que de momento no se ha previsto.

A todo ello se añade, el hecho reiterado de quienes han escuchado desde su discapacidad y antes de esta fase de necesaria de aislamiento, frases que hieren: “qué bien en casa sin trabajar”, “tiempo para leer”, ver series, etc., olvidando que son y serán personas enfermas, las cuales ven que los proyectos, las ilusiones y los amigos siguen su rutina diaria y de vez en cuando les llaman para sentirse mejor.

Puede que el lector, como antes he indicado, considere que estos son hechos aislados y que para nada es comparable con el contexto actual. Solo nuestros mayores vivieron una guerra fratricida, y este escenario afortunadamente no lo hemos conocido y esperamos que no vuelva a aparecer.

Hemos de ser conscientes que desde la responsabilidad individual y colectiva las heridas que van a ser profundas, dejarán unas cicatrices que aunque tarden se irán cerrando. En heridas y cicatrices abiertas algunos desafortunadamente estamos versados y echamos por ello de menos un poquito de esas palabras mágicas que ahora escuchamos tan a menudo: empatía y solidaridad.

Es tiempo de arrimar el hombro, cada uno en su medida sin olvidar que salen o florecen más que nunca los problemas que siempre han estado latentes, como la falta de recursos en dependencia, los recortes en una sanidad pública al límite y territorializada, los jóvenes pensionistas, o sin pensión, porque todos ellos junto a nuestros mayores son los más vulnerables y lo continuarán siendo.

Los pacientes a los que más arriba me he referido y todos en general anhelamos que estas cadenas de solidaridad y comprensión no se queden de nuevo en el trastero pasada la emergencia, y las palabras de acompañamiento que tantas veces faltan para los que permanezcan en sus casas perseveran.

¿Sentirán miles de pacientes que esas dosis de empatía para quienes su hogar es su cotidianidad son una realidad? O solo será otro espejismo, y que las flores en una primavera que vino adelantada se marchitarán con los primeros calores de mayo porque ya se ha frenado la curva, aunque no a la enfermedad.

Se anuncian medidas sin duda más que necesarias, medidas que tantos dependientes las han estado esperando y que para muchos no han llegado. Saldremos más fuertes de esta situación según nuestro presidente del Gobierno... de lo que no cabe duda es de que los más frágiles lo serán aún más y que el llamado Estado social del bienestar es un eufemismo para ciertos grupos sociales, aunque no es tarde para recuperarlo.

Estas palabras se pueden interpretar por el lector como desee, siendo la intención de quien las escribe muy simple: que la solidaridad y concienciación y la tan manida empatía que tanto se trae a escena cada día no se quede en tierra de nadie. No es momento de pedir responsabilidades de quién lo ha hecho mejor o peor, porque ahora es tiempo de actuar y no de utilizar esta situación a modo de arma política o como una excusa más para sentirse vapuleados o desposeídos, cuando desde hace años nuestro sistema público sanitario ha sido desmantelado, Ojalá lo que está ocurriendo sirva de aviso a navegantes cuando de nuevo se quiera desmantelar.

Piense el lector que hay muchas más razones para quejarse o lamentarse que la de quedarse en casa unos días o semanas.

Como escribiera hace unos meses, muchos se sienten discriminados por su código postal. En este momento el escenario es el mismo para todos y tristemente no se cuentan con los mismos recursos. Ante esto se debería proceder con una gestión no tan condicionada por los sistemas regionales de salud, movilizando personal sanitario de cualquier región. Quizá es momento de recordar las mareas blancas del 2012 contra los recortes en la sanidad pública, que es puntera en los casos más complejos y elitistas, aunque parece que sus cimientos se están tambaleando porque no se ha invertido en su mantenimiento.

A fecha de hoy no veo que se esté produciendo esa cooperación tan necesaria entre regiones; al margen de la intervención de la privada, que no se sabe si pedirá su recompensa. Y en todo esto me quedo con las últimas palabras del presidente en la comparecencia ante el Congreso sobre la necesidad de reestructurar nuestra sanidad pública, una petición que lleva años encima de la mesa por colectivos de profesionales, pacientes y buena parte de la sociedad. Los sindicatos médicos lo han indicado al sacar a colación una conocida descoordinación entre el Ministerio de Sanidad y los gobiernos regionales cuando hay que remar en una sola dirección.

Volviendo al comienzo de estas líneas, piense el lector que hay muchas más razones para quejarse o lamentarse que la de quedarse en casa unos días o semanas, que quienes lo hacen desde hace tiempo temen más cómo va a salir nuestro sistema sanitario de esta situación porque muchos eran, son y seguirán siendo pacientes o enfermos, y demasiados se quedan siempre en su casa.

«Las conversaciones de la gente siempre versan sobre quejas. Quejas sobre su vida, su pareja y su trabajo. Quejarse no tiene ningún sentido». (Albert Espinosa, El mundo azul: ama tu caos).