Putin o quién se fía del lobo feroz

Putin o quién se fía del lobo feroz

Qué duda cabe de que trata de cambiar con la fuerza y el amedrentamiento un esquema europeo de seguridad que se basa en la democracia y en alianzas que superen la ‘Guerra Fría’.

Putin, sonrientePAVEL BEDNYAKOV via Getty Images

André Maurois, en su biografía del novelista ruso Turgueniev, señala que Rusia

siguió en el desarrollo de la sociedad una marcha exactamente contraria a la de

Europa Occidental. “Cuando se lee una historia rusa —añadía— se recibe la impresión de que están dando vueltas al revés a una cinta que representa la Edad Media en Francia. Aquí desaparecía lentamente la servidumbre; en Rusia se establecía legalmente; en el siglo XVII el Estado necesitó a los nobles y a cambio de sus servicios les concedió vastos dominios cuyo cultivo debían asegurar los campesinos…”. Por cierto, el historiador cuenta una anécdota que, en parte, solo en parte, podría al menos servir como metáfora o al menos como referencia. “A la muerte de Alejandro, su sucesor, Nicolás I, hubiese tal vez pensado en un régimen más moderno; pero desde el día de su advenimiento tuvo que luchar contra esa trágica y desafortunada conspiración de diciembre, en que los soldados gritaban ‘Viva la Constitución’, creyendo que era la mujer del Gran Duque Constantino”. Yo no tengo claro que muchos populistas españoles de derecha o de izquierda tengan clara la diferencia. La divisa de Nicolás I era ‘Ortodoxia, Autocracia, Nacionalidad’.

Hay un momento ‘cumbre’ de este proceso que vivimos, que está en el fondo de la ‘guerra’ a ratos invisible y a la vez ‘híbrida’ que ha desatado Vladimir Putin cuya ambición coincide con el lema trumpista que desató el populismo sociopático y obsesivo compulsivo en Estados Unidos: Hacer a Rusia Grande de Nuevo. Desde que llegó al poder trazó una estrategia que, analizándola retrospectivamente, se ha ido ajustando como un cubo de Rubik.

El plan combinó varias fases, pero todas descansan en un sofisticado tinglado de desinformación enfocado a debilitar la unidad y la moral del ‘enemigo’, o sea, de las democracias occidentales. Ojo al dato, que decía José María García: este fin de semana el presidente húngaro Viktor Orbán, un icono de la extrema derecha europea, ‘caballo de Troya’ de Putin en la UE, visita a Abascal. Blanco, líquido y en botella...

Sería un conflicto que, una vez iniciado, se encarrilaría hacia lo imprevisible. Como la pasta de dientes: una vez fuera del tubo es casi imposible volver a meterla.

No es una teoría conspirativa. A estas alturas de la historia está suficientemente

acreditado el apoyo mediante la cíber-injerencia a la campaña a favor del Brexit,

porque eso debilita a la UE; también está claro el apoyo a dos caraduras

irresponsables: Donald Trump en EEUU y Boris Johnson en Gran Bretaña, que, objetivamente, han beneficiado los intereses del Kremlin. Asimismo Moscú ha desplegado una intensa campaña de bulos y mentiras casi tan morrocotudas como las del barón de Munchausen para sembrar la división y facilitar el camino a la ultraderecha. Divide y vencerás, dice el proverbio.

Sin duda, los dirigentes como mínimo euroescépticos de varios países exsatélites del ‘imperio rojo’ que se descuelgan del catálogo de valores del ‘estilo de vida europeo’ vienen a ser unos excelentes ‘compañeros de viaje’ del proyecto expansionista del ex agente del KGB, nostálgico de la URSS, y presidente perpetuo, por ahora, de Rusia. Frente a la cadena de episodios que ya forma una evidencia, hay nostálgicos de la vieja ‘grandeza’, en realidad cartón piedra decorado, que han sobrevivido al cataclismo y no como los pobres dinosaurios.

Casi todos los analistas y politólogos coinciden en que lo único que ocurre es que el heredero de los zares —palabra que se deriva de césar— fuesen emperadores o secretarios generales del PCUS, quiere recuperar ese cinturón de lo que lisa y llanamente se llamó ‘países de soberanía limitada’. No es equiparable a ninguna otra medida de ‘prevención’. Las esferas de influencia establecidas en Yalta no preveían el modelo de expansivo campo de concentración, resguardado con alambradas y con tanques ‘solidarios’ al menor atisbo de disidencia popular ‘casualmente’ en una república popular.

Allí donde haya rusos, o sus descendientes, o rusófilos, está esta Rusia que cree tener un derecho natural de ocupación

Otra vez la cinta al revés como explicaba Maurois. Tras el fin de la II Guerra

Mundial la ONU decretó el fin del colonialismo. Todas las potencias coloniales

fueron aplicando el ‘derecho de autodeterminación’ mientras la URSS, en cambio, colonizaba con tanques el este de Europa. Hitler se anexionó los Sudetes con el argumento falaz de que donde hubiera alemanes era Alemania.

Los ‘motivos’ de Stalin para tragarse media Europa fueron parecidos: los pecés

locales lo llamaron en su ayuda. Putin ha clonado el modelo para anexionarse por las bravas Crimea y ocupar Ucrania en cómodos fascículos. En Bielorrusia ejercen un protectorado de facto. O en Kazajistán, tan, tan, como diría El Intermedio, y en los otros ‘tanes’, tierra o territorio, salidos del estallido de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, q.e.p.d. … etc. Allí donde haya rusos, o sus descendientes, o rusófilos, está esta Rusia que cree tener un derecho natural de ocupación.

Por lo menos los judíos justificaron la toma de Palestina, con la ayuda británica, sin escritura de propiedad ni documento validado notarialmente, aunque fuera en arameo o egipcio, en una voz divina que le prometió ese espacio vital primero a Abraham (que murió al parecer en el 1.638 antes de Cristo, o sea, hace más de 3.600 años), luego a su hijo Isaac y después a su nieto Jacob. Todavía hoy Israel valida in extenso esta legitimidad divina. No tendrá nada que ver pero el famoso cardenal Tetamanzi y desde luego una legión de teólogos y hasta príncipes de la Iglesia muy cuidadosos y pragmáticos con respecto a los milagros y otros prodigios y fenómenos misteriosos sostienen que hablar con Dios se llama orar y escuchar a Dios se llama esquizofrenia. O engaño.

Desde la más remota antigüedad los imperios se han hecho mediante la guerra,

siempre buscando a la vez un riquezas por el método de la rapiña, espacio

económico y seguridad en sus fronteras, que como los mojones en el campo,

caminan solas. En el caso español, el cardenal Cisneros proyectó, y comenzó a

ejecutar, la conquista de la ribera sur del Mediterráneo, o sea, del litoral africano.

La intención era cristianizar esa franja, eliminar el islamismo, combatir en sus

orígenes la piratería berberisca… y, en fin, hacer de ese mar caótico desde el inicio de la caída del Imperio Romano el Mar de Castilla. El hispanista francés Joseph Pérez en su libro Cisneros, el cardenal de España, expone que Marruecos formaba parte de los objetivos estratégicos de Castilla, y que por ello sus monarcas reivindicaban siempre derechos sobre las islas, una de las bases, con Gibraltar, para ese asalto… Pero llegado el momento los dineros se emplearon en la conquista de América. El Archipiélago, situado en una afortunada encrucijada, pasó a tener vida propia.

No hay pacifistas españoles que griten: ‘Putin, no a la guerra’. Porque, quién se fía del lobo feroz…

El ‘pacifismo’ exhibido por Podemos, que sueña con otra movilización como el ‘No a la Guerra’ (de Irak) no solo es excéntrico, adolescente y friki, porque en estas circunstancias el pacifismo consiste en tener la capacidad diplomática, económica y militar para impedir la guerra. Hoy día lo que antes era lejano y se podía ignorar ha pasado a ser próximo. Lo planteaba muy claramente, y con pedagogía, el general Jefe del Estado Mayor de la Defensa José Julio Rodríguez —que ahora milita en Podemos con poca suerte electoral— en un seminario sobre defensa y seguridad organizado por la Asociación de Periodistas Europeos (APE) en junio de 2011 en Toledo: “La interconexión entre todo lo que ocurre en el mundo, nos obliga inevitablemente a ampliar el alcance geográfico de nuestras intervenciones.

Esto no se debe a un intento de actitud hegemónica o imperialista, sino sencillamente al hecho de que debemos estar preparados para influir en todo aquello que pueda afectar seriamente a nuestra seguridad.

Y qué duda cabe de que Putin trata de cambiar con la fuerza y el amedrentamiento un esquema europeo de seguridad que se basa en la democracia y en alianzas que superen los esquemas de la ‘Guerra Fría’. Y no hay pacifistas españoles que griten: ‘Putin, no a la guerra’. Porque, quién se fía del lobo feroz…

Tal es la temperatura que ya se habla abiertamente incluso en medios diplomáticos por lo general moderados de una nueva guerra en Europa. Sería un conflicto que, una vez iniciado, se encarrilaría hacia lo imprevisible. Como la pasta de dientes: una vez fuera del tubo es casi imposible volver a meterla. Evitar el estallido exige una dosis de caballo de ibuprofeno para desinflamar. La primera medida es una combinación de los fármacos habituales en estos procesos: análisis, resistencia, diplomacia y disuasión, mucha disuasión, sea esta militar, económica o un mix. Y sobre todo, una unidad sin fisuras en la UE y la OTAN. Como dice un proverbio, Dios escribe derecho con renglones torcidos.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.