Una historia antropológica del trabajo

Una historia antropológica del trabajo

Entrevista con el antropólogo James Suzman.

El antropólogo James Suzman.Andrés Lomeña

Lo habrán oído muchas veces: el trabajo es trabajo y si te pagan por alguna actividad, no tiene por qué gustarte, o si el trabajo fuera algo tan bueno, entonces los ricos se habrían quedado con él. Sí, el trabajo es todo eso y mucho más. El antropólogo James Suzman ha publicado Trabajo: una historia de cómo empleamos el tiempo, donde adopta una perspectiva ingeniosa para abordar un problema demasiado sobado por liberales y marxistas, para quienes la cultura del trabajo podría dividirse en dos grupos, holgazanes y personas laboriosas. Nuestro trabajo consistirá en desmontar esas falsas categorías, que han servido para simplificar y homogeneizar el mundo laboral.

ANDRÉS LOMEÑA: No sabía nada sobre los Ju/’hoansi y la traumática pérdida de su modo de vida como cazadores-recolectores. Me ha gustado la historia de su dios G//aua, que se cortó y cocinó su propio ano para que se lo comiera su familia. G//aua se rio de lo divertida que había sido su broma. ¿Sigue haciendo trabajo de campo como antropólogo?

JAMES SUZMAN: Sí, todavía hago trabajo de campo todo el tiempo que puedo. Me gusta hacerlo, pero es que además es lo único especial que la antropología social tradicional ofrece: el conocimiento que consigues tras perderte en una cultura muy diferente durante un tiempo. Después de casi tres décadas, el mundo de los Ju/’hoansi ya no me resulta raro y mis relaciones con ellos se basan en el afecto mutuo y en una larga historia compartida, no en la investigación. Normalmente procuro ir a la región de Kalahari al menos dos veces al año. Ha sido difícil hacer viajes largos desde que tengo que cuidar de mi hijo en Reino Unido. De todos modos, en el último año he sido prisionero del COVID, como todo el mundo.

P: Coriolis fue el primer científico que usó la palabra trabajo en el sentido moderno. Su libro recorre la evolución humana y va desde el concepto de entropía a la teoría de Robin Dunbar sobre el acicalamiento y el cotilleo de los primates. ¿Cómo definiría sus investigaciones y cuál es su principal contribución al concepto de trabajo? Por otro lado, ¿está de acuerdo con la idea de Marshall Sahlins sobre la sociedades opulentas primitivas?

R: Soy ante todo un antropólogo y el enfoque de mi libro estuvo condicionado por el hecho de que es muy difícil dar con una definición de trabajo que sea universal. Por ejemplo, muchas actividades recreativas como pescar, cuidar jardines o cazar pueden ser para nosotros un tipo de esparcimiento, pero es trabajo para otros. Hace treinta años, cuando era estudiante, trabajé en la cocina para sacar dinero y era duro; ahora, cocinar es uno de mis placeres diarios.

Mi aspiración fue descomponer la idea de trabajo en sus principios más básicos y eso implica que tuve que meterme en temas como la física y la biología y hacerme preguntas como cuál es la diferencia entre el trabajo que tú o yo hacemos y el que hacen, por ejemplo, los leones cuando cazan, o los cazadores-recolectores. Ha sido una investigación apasionante que me ha enseñado hasta qué punto el trabajo y nuestra relación con él es mucho más interesante que el tiempo que gastamos haciendo trabajos aburridos.

En cuanto a Marshall Sahlins, estoy de acuerdo con su descripción de los cazadores-recolectores y la sociedad opulenta, pero es una idea que se malinterpreta con mucha facilidad. Su riqueza no se basaba en tener muchas cosas, era más bien un estado mental basado en estar satisfechos con lo que tenían, y lo cierto es que tenían muy poco. Vivimos en sociedades donde parece que nunca tenemos suficiente; los cazadores-recolectores como los Ju/’hoansi tenían pocas necesidades materiales y las solían satisfacer con unas pocas horas de esfuerzo. La razón por la que tenían tanto tiempo de ocio es que nunca malgastaron el tiempo o la energía más allá de lo necesario para cubrir sus necesidades materiales inmediatas. Esto les dio mucho tiempo. En lugares como el desierto de Kalahari, tiene sentido emplear la parte más calurosa del día echándose una siesta en la sombra.

P: Su libro recorre la esclavitud y la automatización del trabajo, pasando por Keynes y la renta básica universal. Ahora se habla de la semana de cuatro días. ¿Le gusta la idea?

R: Trabajar es parte de nuestra naturaleza. Somos una especie que se aburre rápidamente y obtiene una gran satisfacción al hacer un uso significativo de nuestras mentes y cuerpos. Un problema actual no es solo gastar demasiado tiempo en el trabajo, sino que parte de ese trabajo sea vacío e innecesario. Me gustaría ver un mundo donde reconozcamos que somos lo suficientemente prósperos como para trabajar menos y hacer algo que nos resulte gratificante.

En mi opinión, el problema radica en la cultura económica. Aún tenemos una cultura económica digna de la era agrícola. Ya no nos sirve.

Hace 200 años, el 80% de los adultos y niños trabajaban en la producción de comida y a menudo se pasaba hambre. Ahora estamos bien alimentados por apenas un 1% que trabaja en ese sector y producimos tanto que buena parte de la comida termina en los vertederos. En la actualidad, la obesidad es un indicador más adecuado para la pobreza estructural que la desnutrición. Está claro que esta abundancia no solo tiene que ver con la comida, sino con muchas otras cosas. Muchos de nosotros trabajamos en industrias cuya única aspiración es convencernos de que no podemos vivir sin cosas que nunca hemos necesitado. Nuestra percepción de la escasez está tan manipulada como muchos de los productos que compramos.

Muchos de nosotros trabajamos en industrias cuya única aspiración es convencernos de que no podemos vivir sin cosas que nunca hemos necesitado

El desafío al que nos enfrentamos es reorganizar las economías para aprovecharnos de la prosperidad que tenemos y no tanto producir y consumir más cosas solamente para satisfacer una vieja obsesión por el crecimiento sin límites. Este es un problema urgente, sobre todo desde que somos conscientes de las consecuencias ambientales de nuestra mentalidad de producir a toda costa. No sé cuál es la mejor forma de organizar la economía en el futuro. No creo que nadie lo sepa, pero sí sé que tenemos suficiente riqueza colectiva para experimentar con ideas alternativas como la jornada laboral de cuatro días o la renta básica universal.

Todos esos experimentos son pequeños pasos de un camino más largo de aprendizaje. Si fallan, tenemos que aprender de ellos e intentar algo nuevo. Vivimos en un mundo distinto al del pasado y tenemos que asumir la magnitud de nuestros problemas. También tenemos que ser valientes y aceptar que encontrar las respuestas correctas llevará tiempo.

P: Mucha gente se ha lanzado a publicar libros sobre el confinamiento. ¿Usted se atreve a decir cómo afectará la pandemia al trabajo?

R: Somos una especie obstinada y refractaria a cambiar nuestro comportamiento, normas y hábitos, incluso cuando hacerlo redunda en nuestro propio beneficio. La historia revela que los “periodos flexibles” hacen que las personas estén abiertas a nuevas formas de hacer las cosas, a menudo como consecuencia de crisis mayores como guerras, desastres naturales o plagas. La historia también muestra que después de esos periodos, nos adaptamos rápidamente a las nuevas formas de hacer las cosas y nos habituamos a ellas igual que lo hicimos antes.

Nuestra batalla contra el virus ya ha cambiado el modo en que trabajamos. No creo, por ejemplo, que mucha gente esté feliz haciendo viajes innecesarios cada día cuando la crisis haya pasado. Tengo la esperanza de que se impulsen cambios en la forma de organizar nuestra economía y nuestra vida laboral. Además, esta situación nos recuerda que somos lo suficientemente ricos como para apoyar a todo el mundo en un año donde muchos de nosotros no ha podido trabajar como lo hacía antes. Me gustaría pensar que esto también ha suscitado preguntas sobre el modo en que nuestras sociedades reconocen el valor de los diferentes trabajos. Deberíamos ver la debilidad de un sistema que anima a los más brillantes a hacer operaciones financieras o a ser agentes de bolsa en lugar de epidemiólogos o profesores.

También espero que esta crisis nos recuerde que vivimos en un mundo pequeño y lleno de gente donde lo que ocurre en un lugar tiene consecuencias que pueden terminar siendo globales. Tendremos que afrontar muchos retos, como futuras pandemias, y desde luego el cambio climático. La cooperación entre países será clave.

P: En su libro explica quién acuñó la expresión workaholic (adicto al trabajo). ¿Es usted adicto a currar?

J.S.: Mi exmujer dice que soy un adicto al trabajo. No estoy de acuerdo con ella, pero reconozco que me siento perdido cuando no tengo algo (con sentido) que hacer y el resultado es que paso mucho tiempo trabajando. Soy muy afortunado de poder trabajar en algo que sé que me gusta y no tener que aprender a apreciar algún trabajo que encuentre.

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Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).