‘Wozzeck’, el Liceu se pone atonalmente lírico

‘Wozzeck’, el Liceu se pone atonalmente lírico

"Su historia es la de muchas personas en este mundo. Donde no hay armonías, ni melodías. Donde el día a día sigue sonando feo, frío".

'Wozzeck'.A BOFILL / Gran Teatre del Liceu

Wozzeck de Alban Berg se ha convertido en el paradigma de la ópera contemporánea. Sin embargo, esta ópera tiene la friolera de cien años. De hecho, el musicólogo Gabriel Menéndez la describe como la ópera contemporánea de nuestros abuelos. Una ópera que los teatros quieren convertir en ópera de repertorio, aunque siempre la programan con miedo, el miedo de no recuperar lo que cuesta su producción.

Un miedo que tratan de conjurar con montajes de campanillas tanto en la parte musical como en la dirección de escena. Este es el caso del Wozzeck que se puede ver hasta el 4 de junio en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Que en lo musical tiene a Josep Pons como director, a la orquesta sinfónica del teatro, y al tenor Matthias Goerne, al que el público del Liceu adora. Y en lo escénico tiene al sudafricano William Kendtrige que codirige con Luc de Wit. Entre todos consiguen una pieza de enorme belleza.

Una belleza usada para contar una historia bien triste. Una historia de violencia de género protagonizada por el soldado Wozzeck. Un don nadie como muchos otros en este mundo. Del que, llegado el caso, se podría prescindir dejándolo a su suerte en el campo de batalla.

Porque Wozzeck está hecho para servir y servidores hay muchos. Sirve al capitán cortándole el pelo o llevándole leña por un sueldo de miseria. Sirve al médico permitiendo que experimente con él por unas pocas monedas. Sirve a Marie, su compañera y madre de su hijo.

Sirve a todos los que se acerquen a él. Y en ese servicio se pierde como persona. Como individuo. Se humilla tanto que deja de ser él mismo para pasar a ser lo que los otros quieren de él. Da un servicio que permite a los demás reafirmar sus ideas sobre la vida.

  Escena de Marie cantando.A BOFILL / Gran Teatre del Liceu

No, no hay espacio para él en ese mundo codificado, donde siempre suenan las mismas notas tocadas por los mismos. Lo que hace Alban Berg con su música atonal es crear un espacio musical en el que se pueda contar la historia de Wozzeck. Lo que hace es acallar los tonos, como ahora habría que acallar los politonos, Slow Mo de Chanel o Ay Mamá de la Brandini, para permitir que se escuchen otras historias.

Porque su historia es la de muchas personas en este mundo. Donde no hay armonías, ni melodías. Donde el día a día sigue sonando feo, frío. Un mundo en el que la belleza musical es mínima y tienen un sonido natural.

Un mundo que William Kentridge ha reducido a una falla descolorida, abarrotada, que representase un barrio pobre de callejas y bares cutres, donde solo hay acúmulo de basura. Una falla en aparente equilibrio inestable que ocupa el escenario y a la que estuviesen a punto de darle arder antes de que se caiga.

Donde han creado espacios para que las cortas escenas en las que está dividida esta ópera suceda. Y sobre el que se hacen proyecciones. Entre las que destaca la lámpara con forma de ojo del Guernica. Que en el famoso cuadro picassiano ilumina una mujer corriendo con su hijo en brazos. Esa mujer bien podría ser Marie.

Personaje que tiene uno de los momentos más hermosos de la ópera cantando una nana a su hijo. Una nana que suena en lucha con la marcha militar que ocupa la calle y la música de sus deseos de adulta por el resultón Tambor Mayor. Un prusiano alto, tripudo, bien barbado. Nada que ver con el cargante y triste servidor de Wozzeck siempre preguntándose por su vida en vez de dedicarse a vivirla. Siempre con su precaria salud mental.

Se podría decir que todo lo anterior son palabras, palabras que surgen de la música, algo que el propio Berg sabía que ocurriría al escuchar su obra. Una música que esta orquesta bajo la batuta de su director hace lírica. Tanto que, aunque parezca mentira, se sale del teatro tarareando alguna que otra canción de la obra, quizás lo nunca visto ni oído en otras representaciones de esta ópera.

Y no, no se sale tarareando la canción de los cazadores que con sus halil, halil, cantados por otros y otras como Wozzeck, hacen presagiar ese mundo que llegaría con el nazismo. Un movimiento al que se adhirieron los miles de huérfanos que produjo la I Guerra Mundial. Posiblemente buscando una familia que les resultase un paraíso (el paraíso es el leitmotiv del Liceu esta temporada) aunque lo que se encontraron, como Wozzeck y Marie, fue el infierno. El infierno de la pobreza.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.