A más cultura, menos crisis

A más cultura, menos crisis

España y la cultura en español tienen que encontrar su sitio y hacerse valer. La actividad del sector en nuestro país da empleo a más de 600 mil personas y aporta casi el 4% de nuestro PIB. El porcentaje podría duplicarse, hasta llegar incluso al 10%, si se pulsan las teclas adecuadas y se emplea el trampolín de la proyección internacional.

Hoy en día, el papel de la cultura en el desarrollo económico global es indudable: el 7% del PIB mundial procede de las industrias culturales y creativas y estas se han convertido en motores de la innovación a través de su creciente conexión con el ámbito tecnológico: los e-books, las películas en 3D o la inclusión de los videojuegos en el sector evidencian la mutación de un mundo considerado estático y elitista hasta hace muy poco. Solo con la llegada del Renacimiento, los propios artistas lograron una reputación social algo más elevada que la de los artesanos, gracias a la protección que les otorgaron los mecenas. Aun así, una armadura era más cara que el Carlos V en la Batalla de Mulhberg de Tiziano y El Greco luchaba incansable para eximir sus pinturas de la alcabala, el impuesto sobre la compraventa. Tuvo que llegar el Romanticismo para que la cultura se abriera al gran público y, con el avance de la burguesía, diese inicio lo que hoy conocemos como mercado del arte.

Tras la II Guerra Mundial los contenidos culturales se empiezan a producir en serie orientados ya al consumo masivo, si bien este fenómeno -como apunta Philipp Blom- comienza hacia 1900 con la llegada del cinematógrafo y la fotografía. Es el momento en el que, además del cine, la radio, las revistas y, más adelante, la televisión, industrializan propiamente la cultura y se estrecha el vínculo entre esta y los avances tecnológicos, de modo que las sociedades más prósperas son las que consiguen generar los sectores creativos más potentes. De esta forma, Hollywood se convierte en el lugar donde se fabrican los sueños y Estados Unidos logra que la cultura ocupe el segundo puesto en el ranking de sus exportaciones. El peso de la cultura en el crecimiento económico se hace entonces patente.

Ocurre también que, coincidiendo con los últimos años de la época dorada del cine, los "asuntos culturales" se hacen un hueco en la alta política: corre el año 1959 y en Francia André Malraux se convierte en ministro de Cultura, el primero en ostentar esa cartera. Puede decirse que es entonces cuando aparecen dos modelos antagónicos de promoción cultural: uno más proteccionista y público, sobre el que ironizó en los años ochenta Sánchez Ferlosio cuando escribió: "En cuanto oigo la palabra cultura extiendo un cheque en blanco al portador". Y un segundo modelo que deja la cultura al albur de la concurrencia privada y el libre comercio. Algunos pueden caer en el reduccionismo al pensar que la globalización ha dado la victoria a este modelo, pero la realidad es siempre más compleja. Téngase en cuenta que las deducciones fiscales que implica el "modelo privado" conllevan, aun indirectamente, gasto público.

Sin embargo, no parece que el proteccionismo sea la apuesta más competitiva cuando proliferan enclaves creativos por todo el mundo (Hong Kong, Río, Mumbai, Seúl o Miami) que tienen como referencia al sistema estadounidense. Por otro lado, los agentes más dinámicos del mercado cultural ya no son las grandes corporaciones sino las Pyme y start-ups tecnológicas sin las cuales las primeras no pueden funcionar. El paradigma cultural ha cambiado y los antiguos esquemas quedan obsoletos dado que, cada vez más, empresas y creadores comparten intereses comunes. Han surgido así fórmulas renovadas y nuevos mecenazgos sociales para sacar adelante proyectos, como el crowfunding y la coproducción, antaño impensables, todo ello en un momento en el que internet ha modificado nuestra manera de acceder a la cultura, "desmaterializándola".

En este escenario, España y la cultura en español tienen que encontrar su sitio y hacerse valer. La actividad del sector en nuestro país da empleo a más de 600 mil personas y aporta casi el 4% de nuestro PIB, una cifra más alta que la que computa el ámbito agrario o el energético. Ahora bien, el porcentaje podría duplicarse, hasta llegar incluso al 10%, si se pulsan las teclas adecuadas y se emplea el trampolín de la proyección internacional. La riqueza cultural e idiomática del español -no olvidemos que según el Instituto Cervantes este puede llegar ser hablado por el 10% del mundo- constituyen una ventaja competitiva de primer orden que, unida al aumento de la competitividad e innovación de las empresas culturales, permiten encarar el futuro con optimismo. Seamos por tanto positivos y, empezando por quienes estamos al frente de las instituciones culturales, propaguemos por todo el globo (junto con la inestimable ayuda de Iberoamérica) la fuerza de la cultura en español y la pujanza intelectual y creativa de unas sociedades que, a pesar de su historia, están en pleno cambio y pletóricas de energía creativa. La Fundación Carolina ya está en ello.