Un acuerdo europeo de asociación con México

Un acuerdo europeo de asociación con México

Migrantes de honduras tratan de saltar la valla que separa México y Estados Unidos.Mohammed Salem / Reuters

A veces no hay otra forma de defender la historia que seguir adelante. Procesos de nacionalismo radical, potenciados con todo lo que la tecnología tiene que ofrecer a la dimensión oscura de la política, han provocado profundos cambios políticos en Estados Unidos y en el Reino Unido, comprometiendo los procesos de integración regional europeo (Unión Europea) y americano, que en estos momentos han quedado detenidos. Sorprendentemente el mecanismo elegido es un choque entre identidad cultural y progreso, que sintetiza este drama político en ambos estados.

Bajo la justificación de una necesaria vuelta a ideales esenciales de lo que se ha denominado anglosajón, ambos países han redefinido la naturaleza estratégica de sus relaciones internacionales y, en el caso de Estados Unidos, se ha retomado un acoso característico y pretendidamente autodefinidor a la cultura hispánica.

Este esfuerzo para definir política y culturalmente al otro y en concreto el miedo inconsciente a perder uno de los mitos de progreso norteamericano que es su reacción mecánica e innata frente a lo hispano que representa la superstición, el fracaso en la organización social, la inmoralidad y la configuración racial desagradable.

El origen de esta superchería que es fruto de un cloroformo histórico y mesiánico, es la deliberada ignorancia de que el fracaso político y económico del Sur sólo ha tenido unos beneficiarios y unos instigadores principales, que resultan coincidentes. El aniñamiento dramático del debate histórico y la pérdida de cualquier propósito, incluido el moral, de la noción de hegemonía nos han conducido a una crisis frente a la que no podemos mantenernos neutrales.

En Europa se llenan la boca con los labios cerrados, diplomáticos y políticos, con comentarios sin voz sobre el Reino Unido tratándole como un parásito que salta de huésped.

Por mucho tiempo he atribuido a Estados Unidos, a sus valores mejores, la capacidad de aglutinar con garantías de libertad y de igualdad cultural, un proceso político, así como de liderarlo, hacia una necesaria integración planetaria.

Hoy vemos como el valor político dominante en ese país está edificando un símbolo imperecedero como las pirámides o la muralla china: el muro con México. Por fin una civilización encuentra su definición formal y simbólica última, la supuesta "angloformación" de la frontera estadounidense.

El rasgo característico, por tanto, de la nueva época es que la política exterior será percibida cada vez más en relación a una lucha cultural que subsumirá los litigios ideológicos fundamentales.

En Europa se llenan la boca con los labios cerrados, diplomáticos y políticos, con comentarios sin voz sobre el Reino Unido tratándole como un parásito que salta de huésped. Sin embargo, parece que nadie había advertido, durante años, la metódica y comprometida voluntad de los altos funcionarios británicos de estancar y desactivar el proyecto europeo o la existencia de una colonia británica en el sur de la Unión, algunas de las alucinantes contradicciones con las que conviviamos también mataban la posibilidad de configurar una comunidad.

El Brexit demuestra que es mucho más fácil destruir proyectos que construir alternativas viables. Por muchas, demasiadas extrañas coincidencias que lo hayan facilitado, se está demostrando como una enorme y peligrosa chapuza política.

La sociedad del Reino Unido debe aclararse y conocer y querer lo que implica un proceso de integración entre Estados.

Pero el Brexit no es el gran desafío de la Unión Europea. Sobre el Brexit se debe afirmar que no hay marcha atrás, así me lo reconocía el gran historiador John Elliott en una conversación sobre el único tema que le interesa a la historia: el futuro, junto con el también relevante historiador español Manuel Lucena, hace apenas unas semanas. Es evidente que Europa pierde a mucho de lo mejor que tenía, que muchos británicos que creen en el proyecto europeo y que habían sido fundamentales en él, quedan neutralizados por esta descaminada ruptura. Pero con un país partido por la mitad, entorno al respaldo o al conflicto nacionalista abierto respecto al proyecto de integración política en Europa, no puede hacerse ningún camino. La sociedad del Reino Unido debe aclararse y conocer y querer lo que implica un proceso de integración entre estados. Esa condición no se cumple como ha demostrado el Brexit.

Por su parte, Europa, afectada ya, anteriormente, a una crisis inducida de modelo, del que no cabe restar pero tampoco atribuir su exclusivo protagonismo al Reino Unido, debe retomar su sentido último, que no es otro que preservar abierta la puerta de nuestra región a la verdadera tradición humana, de quienes reconocen su comunidad más allá de las identidades nacionales, y creen que Europa puede representar los cimientos políticos de un mundo mejor. Los dos procesos de integración regional en el mundo, el americano y el europeo han sido traicionados, aparentemente saltados por los aires. Si la Unión Europea debe sobrevivir debe recoger ambos testigos. Puede hacerlo.

Aquello que pueda sonar nuevo en derredor de estas afirmaciones lo es porque por primer vez puede parecer posible. Weber advirtió que nuestra civilización oscilaba entre la racionalización y el carisma. Hoy podríamos afirmar que occidente se ha fracturado y cada uno de esos fragmentos ha optado por una senda. Los que hemos quedado, creyendo en la necesidad de integración como una opción viable para la humanidad, nos situamos voluntariamente en el Sur del muro, somos Europa, nuestros valores y su racionalización en marcha, no simplemente México y su identidad cultural.

Cuando las fuerzas vivas de los Estados Unidos recuperen la definición abierta de su sociedad, Europa estará a su lado.

La Unión Europea debe ofrecer un tratado de asociación comercial a México. Rescatar los dos procesos de integración europeo y americano, desde la Unión Europea es la única respuesta a la altura del desafío actual de los nacionalismos anglosajones, rusos o chinos. Es la única respuesta que salva nuestros valores de la fractura de nuestras circunstancias, que resulta congruente con los desafíos que hemos escogido y que hemos heredado. Aquello que comenzó a construir los Estados Unidos no puede detenerse por aquellos que quieren organizar políticamente los prejuicios culturales y étnicos, una vez más. Cuántas necesitan para volver al mismo punto, pero ya tarde. Cuando las fuerzas vivas de los Estados Unidos recuperen la definición abierta de su sociedad, Europa estará a su lado, de la manera más estrecha, precisamente en el camino para el que nacieron ambos proyectos.

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