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El catalán que logró que sus castizas botas de vino formaran parte del equipamiento reglamentario del Ejército Español en Cuba

El catalán que logró que sus castizas botas de vino formaran parte del equipamiento reglamentario del Ejército Español en Cuba

Estaba fabricada con piel de cabra y tenía una capacidad de un litro.

El catalán que logró que sus castizas botas de vino formaran parte del equipamiento reglamentario del Ejército Español en Cuba

Estaba fabricada con piel de cabra y tenía una capacidad de un litro.

El catalán que logró que sus castizas botas de vino formaran parte del equipamiento reglamentario del Ejército Español en Cuba

Estaba fabricada con piel de cabra y tenía una capacidad de un litro.

El catalán que logró que sus castizas botas de vino formaran parte del equipamiento reglamentario del Ejército Español en Cuba

Estaba fabricada con piel de cabra y tenía una capacidad de un litro.

El catalán que logró que sus castizas botas de vino formaran parte del equipamiento reglamentario del Ejército Español en Cuba

Estaba fabricada con piel de cabra y tenía una capacidad de un litro.

Bota de vino.Alfonso de Tomas

En plena Guerra de Independencia de Cuba, cuando el Ejército español luchaba por mantener su dominio en la isla, un inesperado elemento se convirtió en parte del equipo reglamentario de los soldados: la bota de vino. No fue una decisión improvisada, sino el resultado del ingenio de Juan Naranjo, un artesano catalán que en 1897 logró que su diseño de odre fuera aprobado oficialmente por el Ejército mediante una Real Orden.

Mientras los fusiles y las bayonetas marcaban el destino de la contienda, esta bota de piel de cabra, resistente y fácil de transportar, se convirtió en un fiel compañero de los militares en la dura vida de campaña. Sin embargo, su historia terminó a la par que el conflicto tras la derrota española y la pérdida de la colonia en 1898. El Ejército dejó de considerar este accesorio como parte del equipo reglamentario, y su producción para uso militar fue abandonada.

Un inesperado aliado

En aquellos años, España se encontraba inmersa en una feroz lucha por mantener su dominio sobre Cuba. Desde 1895, miles de soldados eran enviados a la isla para sofocar la insurrección independentista, en una guerra que se volvió cada vez más sangrienta y desgastante. Con ello aumentó la demanda de suministros, desde uniformes hasta víveres de todo tipo. Fue en este contexto donde Juan Naranjo vio la oportunidad de que su tradicional bota de vino formara parte del equipo de los soldados.

La Real Orden oficializaba su uso en el Ejército de Cuba con estas palabras que recoge el ABC: "Ensayada con buen resultado en el ejército de la isla de Cuba la bota para vino presentada por Don Juan Naranjo (...), el Rey, y en su nombre la Reina Regente del Reino, ha tenido a bien declarar reglamentaria para las tropas de aquel ejército la mencionada bota (...)."

Un diseño pensado para la guerra

El documento especificaba con precisión sus características. La bota de vino, fabricada con piel de cabra y reforzada con una badana negra, tenía una capacidad de un litro. Su brocal, compuesto por tres piezas, permitía beber a chorro y cerrarla herméticamente para evitar derrames.

Además, contaba con una correa negra con hebilla, cosida a una badana que rodeaba el brocal, lo que permitía colgarla del cinturón del soldado. Esta adaptación la hacía especialmente útil en el campo de batalla, donde los militares podían llevarla cómodamente sin ocupar sus manos. Su precio era de 2,25 pesetas en la plaza de Barcelona.

En plena Guerra de Independencia de Cuba, cuando el Ejército español luchaba por mantener su dominio en la isla, un inesperado elemento se convirtió en parte del equipo reglamentario de los soldados: la bota de vino. No fue una decisión improvisada, sino el resultado del ingenio de Juan Naranjo, un artesano catalán que en 1897 logró que su diseño de odre fuera aprobado oficialmente por el Ejército mediante una Real Orden.

Mientras los fusiles y las bayonetas marcaban el destino de la contienda, esta bota de piel de cabra, resistente y fácil de transportar, se convirtió en un fiel compañero de los militares en la dura vida de campaña. Sin embargo, su historia terminó a la par que el conflicto tras la derrota española y la pérdida de la colonia en 1898. El Ejército dejó de considerar este accesorio como parte del equipo reglamentario, y su producción para uso militar fue abandonada.

Un inesperado aliado

En aquellos años, España se encontraba inmersa en una feroz lucha por mantener su dominio sobre Cuba. Desde 1895, miles de soldados eran enviados a la isla para sofocar la insurrección independentista, en una guerra que se volvió cada vez más sangrienta y desgastante. Con ello aumentó la demanda de suministros, desde uniformes hasta víveres de todo tipo. Fue en este contexto donde Juan Naranjo vio la oportunidad de que su tradicional bota de vino formara parte del equipo de los soldados.

La Real Orden oficializaba su uso en el Ejército de Cuba con estas palabras que recoge el ABC: "Ensayada con buen resultado en el ejército de la isla de Cuba la bota para vino presentada por Don Juan Naranjo (...), el Rey, y en su nombre la Reina Regente del Reino, ha tenido a bien declarar reglamentaria para las tropas de aquel ejército la mencionada bota (...)."

Un diseño pensado para la guerra

El documento especificaba con precisión sus características. La bota de vino, fabricada con piel de cabra y reforzada con una badana negra, tenía una capacidad de un litro. Su brocal, compuesto por tres piezas, permitía beber a chorro y cerrarla herméticamente para evitar derrames.

Además, contaba con una correa negra con hebilla, cosida a una badana que rodeaba el brocal, lo que permitía colgarla del cinturón del soldado. Esta adaptación la hacía especialmente útil en el campo de batalla, donde los militares podían llevarla cómodamente sin ocupar sus manos. Su precio era de 2,25 pesetas en la plaza de Barcelona.

En plena Guerra de Independencia de Cuba, cuando el Ejército español luchaba por mantener su dominio en la isla, un inesperado elemento se convirtió en parte del equipo reglamentario de los soldados: la bota de vino. No fue una decisión improvisada, sino el resultado del ingenio de Juan Naranjo, un artesano catalán que en 1897 logró que su diseño de odre fuera aprobado oficialmente por el Ejército mediante una Real Orden.

Mientras los fusiles y las bayonetas marcaban el destino de la contienda, esta bota de piel de cabra, resistente y fácil de transportar, se convirtió en un fiel compañero de los militares en la dura vida de campaña. Sin embargo, su historia terminó a la par que el conflicto tras la derrota española y la pérdida de la colonia en 1898. El Ejército dejó de considerar este accesorio como parte del equipo reglamentario, y su producción para uso militar fue abandonada.

Un inesperado aliado

En aquellos años, España se encontraba inmersa en una feroz lucha por mantener su dominio sobre Cuba. Desde 1895, miles de soldados eran enviados a la isla para sofocar la insurrección independentista, en una guerra que se volvió cada vez más sangrienta y desgastante. Con ello aumentó la demanda de suministros, desde uniformes hasta víveres de todo tipo. Fue en este contexto donde Juan Naranjo vio la oportunidad de que su tradicional bota de vino formara parte del equipo de los soldados.

La Real Orden oficializaba su uso en el Ejército de Cuba con estas palabras que recoge el ABC: "Ensayada con buen resultado en el ejército de la isla de Cuba la bota para vino presentada por Don Juan Naranjo (...), el Rey, y en su nombre la Reina Regente del Reino, ha tenido a bien declarar reglamentaria para las tropas de aquel ejército la mencionada bota (...)."

Un diseño pensado para la guerra

El documento especificaba con precisión sus características. La bota de vino, fabricada con piel de cabra y reforzada con una badana negra, tenía una capacidad de un litro. Su brocal, compuesto por tres piezas, permitía beber a chorro y cerrarla herméticamente para evitar derrames.

Además, contaba con una correa negra con hebilla, cosida a una badana que rodeaba el brocal, lo que permitía colgarla del cinturón del soldado. Esta adaptación la hacía especialmente útil en el campo de batalla, donde los militares podían llevarla cómodamente sin ocupar sus manos. Su precio era de 2,25 pesetas en la plaza de Barcelona.

En plena Guerra de Independencia de Cuba, cuando el Ejército español luchaba por mantener su dominio en la isla, un inesperado elemento se convirtió en parte del equipo reglamentario de los soldados: la bota de vino. No fue una decisión improvisada, sino el resultado del ingenio de Juan Naranjo, un artesano catalán que en 1897 logró que su diseño de odre fuera aprobado oficialmente por el Ejército mediante una Real Orden.

Mientras los fusiles y las bayonetas marcaban el destino de la contienda, esta bota de piel de cabra, resistente y fácil de transportar, se convirtió en un fiel compañero de los militares en la dura vida de campaña. Sin embargo, su historia terminó a la par que el conflicto tras la derrota española y la pérdida de la colonia en 1898. El Ejército dejó de considerar este accesorio como parte del equipo reglamentario, y su producción para uso militar fue abandonada.

Un inesperado aliado

En aquellos años, España se encontraba inmersa en una feroz lucha por mantener su dominio sobre Cuba. Desde 1895, miles de soldados eran enviados a la isla para sofocar la insurrección independentista, en una guerra que se volvió cada vez más sangrienta y desgastante. Con ello aumentó la demanda de suministros, desde uniformes hasta víveres de todo tipo. Fue en este contexto donde Juan Naranjo vio la oportunidad de que su tradicional bota de vino formara parte del equipo de los soldados.

La Real Orden oficializaba su uso en el Ejército de Cuba con estas palabras que recoge el ABC: "Ensayada con buen resultado en el ejército de la isla de Cuba la bota para vino presentada por Don Juan Naranjo (...), el Rey, y en su nombre la Reina Regente del Reino, ha tenido a bien declarar reglamentaria para las tropas de aquel ejército la mencionada bota (...)."

Un diseño pensado para la guerra

El documento especificaba con precisión sus características. La bota de vino, fabricada con piel de cabra y reforzada con una badana negra, tenía una capacidad de un litro. Su brocal, compuesto por tres piezas, permitía beber a chorro y cerrarla herméticamente para evitar derrames.

Además, contaba con una correa negra con hebilla, cosida a una badana que rodeaba el brocal, lo que permitía colgarla del cinturón del soldado. Esta adaptación la hacía especialmente útil en el campo de batalla, donde los militares podían llevarla cómodamente sin ocupar sus manos. Su precio era de 2,25 pesetas en la plaza de Barcelona.

En plena Guerra de Independencia de Cuba, cuando el Ejército español luchaba por mantener su dominio en la isla, un inesperado elemento se convirtió en parte del equipo reglamentario de los soldados: la bota de vino. No fue una decisión improvisada, sino el resultado del ingenio de Juan Naranjo, un artesano catalán que en 1897 logró que su diseño de odre fuera aprobado oficialmente por el Ejército mediante una Real Orden.

Mientras los fusiles y las bayonetas marcaban el destino de la contienda, esta bota de piel de cabra, resistente y fácil de transportar, se convirtió en un fiel compañero de los militares en la dura vida de campaña. Sin embargo, su historia terminó a la par que el conflicto tras la derrota española y la pérdida de la colonia en 1898. El Ejército dejó de considerar este accesorio como parte del equipo reglamentario, y su producción para uso militar fue abandonada.

Un inesperado aliado

En aquellos años, España se encontraba inmersa en una feroz lucha por mantener su dominio sobre Cuba. Desde 1895, miles de soldados eran enviados a la isla para sofocar la insurrección independentista, en una guerra que se volvió cada vez más sangrienta y desgastante. Con ello aumentó la demanda de suministros, desde uniformes hasta víveres de todo tipo. Fue en este contexto donde Juan Naranjo vio la oportunidad de que su tradicional bota de vino formara parte del equipo de los soldados.

La Real Orden oficializaba su uso en el Ejército de Cuba con estas palabras que recoge el ABC: "Ensayada con buen resultado en el ejército de la isla de Cuba la bota para vino presentada por Don Juan Naranjo (...), el Rey, y en su nombre la Reina Regente del Reino, ha tenido a bien declarar reglamentaria para las tropas de aquel ejército la mencionada bota (...)."

Un diseño pensado para la guerra

El documento especificaba con precisión sus características. La bota de vino, fabricada con piel de cabra y reforzada con una badana negra, tenía una capacidad de un litro. Su brocal, compuesto por tres piezas, permitía beber a chorro y cerrarla herméticamente para evitar derrames.

Además, contaba con una correa negra con hebilla, cosida a una badana que rodeaba el brocal, lo que permitía colgarla del cinturón del soldado. Esta adaptación la hacía especialmente útil en el campo de batalla, donde los militares podían llevarla cómodamente sin ocupar sus manos. Su precio era de 2,25 pesetas en la plaza de Barcelona.

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Soy redactora en El HuffPost España, donde te cuento las historias más curiosas y te intento ayudar a encontrar esos detalles que marcan la diferencia en la vida cotidiana.

 

Sobre qué temas escribo

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Mi trayectoria

Soy madrileña, pero con raíces en Castilla-La Mancha. Estudié Periodismo en la Universidad Ceu San Pablo, aunque siempre digo que mi verdadera escuela ha sido El HuffPost, el lugar donde escribí mis primeras líneas como periodista. Empecé como becaria y ahora colaboro en este medio que me ha visto crecer.


Mi pasión por el periodismo nació en la infancia, cuando dibujaba las portadas de los medios deportivos y soñaba con convertirme en una de aquellas reporteras que veía en la televisión.

 


 

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