El rey español que ordenó que se celebraran 60.000 misas tras su muerte
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El rey español que ordenó que se celebraran 60.000 misas tras su muerte

Fue un monarca meticuloso hasta su último momento.

El rey español que ordenó que se celebraran 60.000 misas tras su muerte

Fue un monarca meticuloso hasta su último momento.

El rey español que ordenó que se celebraran 60.000 misas tras su muerte

Fue un monarca meticuloso hasta su último momento.

El rey español que ordenó que se celebraran 60.000 misas tras su muerte

Fue un monarca meticuloso hasta su último momento.

El rey español que ordenó que se celebraran 60.000 misas tras su muerte

Fue un monarca meticuloso hasta su último momento.

Dibujo de María I Reina de Inglaterra y Felipe IIgettyimages

El rey Felipe II, fue un hombre de costumbres meticulosas, profunda religiosidad y una obsesión casi enfermiza con la muerte. Su vida estuvo marcada por la austeridad, la devoción y un firme control sobre todos los aspectos de su reinado. Sin embargo, en sus últimos años, su fijación por la vida después de la muerte alcanzó un nivel sorprendente.

Padecía de gota desde los 36 años, y con el paso del tiempo su debilidad se volvía más extrema hasta el punto de que era incapaz de moverse sin asistencia. Felipe II pasó sus últimos días en el Monasterio de El Escorial, donde supervisó hasta el último detalle de su propio funeral y su descanso eterno. 

Su deterioro físico no solo lo llevó a obsesionarse con su propia muerte, sino que quiso asegurarse de que su tránsito al más allá se realizara de manera impecable y acorde con su fe. De hecho, su última voluntad, fue que se celebraran 60.000 misas tras su muerte.

La inquietante orden de abrir la tumba de su padre

En una de sus peticiones más extrañas, Felipe II ordenó que abrieran la tumba de su padre, Carlos V, para verificar en qué postura exacta estaba. Quería asegurarse de que su propio cuerpo descansaría de la misma manera, reflejando su deseo de seguir el mismo camino que su progenitor hasta el más allá.

Esta no fue la única excentricidad relacionada con la muerte en su familia. Su padre, el emperador Carlos V, había ensayado su propio funeral metiendo su cuerpo en un ataúd y escuchando las oraciones fúnebres por su alma mientras aún estaba vivo, un acto que realizaba en el Monasterio de Yuste.

Un ataque especial y más de 60.000 misas en su honor

Pero la obsesión de Felipe II no terminó ahí. Ordenó la construcción de un ataúd de plomo sellado herméticamente, que a su vez debía introducirse en un féretro de madera, todo diseñado bajo su estricta supervisión.

Además, dejó instrucciones específicas para que, tras su fallecimiento, se celebraran 62.500 misas en su memoria. También ordenó que, una vez completadas, se continuaran oficiando seis misas diarias de manera indefinida , además de 24 misas de réquiem cada año en el aniversario de su nacimiento y muerte .

Estas cifras asombran incluso en el contexto de una época profundamente religiosa. Felipe II, que había gobernado con una fe inquebrantable, parecía convencido de que la salvación de su alma dependía de la cantidad de oraciones que se hicieran por él.

Su mensaje final

Felipe II murió en la madrugada del 13 de septiembre de 1598, en El Escorial, después de una larga agonía marcada por infecciones y llagas que lo atormentaron hasta el último aliento. En sus momentos finales, quiso transmitirle una mensaje a su hijo y heredero, Felipe III: "Hijo mío, he querido que os halléis presente en esta hora para que veáis en qué paran las monarquías de este mundo".

Con esta frase, el gran monarca español, que expandió el dominio hispánico por todos los rincones del planeta, recordaba que incluso los reyes más poderosos no podían escapar de la muerte. A pesar de su grandeza, Felipe II se despidió del mundo entre rezos, dolores y una descomunal cantidad de misas que, según su última voluntad, debían seguir celebrándose por toda la eternidad. 

El rey Felipe II, fue un hombre de costumbres meticulosas, profunda religiosidad y una obsesión casi enfermiza con la muerte. Su vida estuvo marcada por la austeridad, la devoción y un firme control sobre todos los aspectos de su reinado. Sin embargo, en sus últimos años, su fijación por la vida después de la muerte alcanzó un nivel sorprendente.

Padecía de gota desde los 36 años, y con el paso del tiempo su debilidad se volvía más extrema hasta el punto de que era incapaz de moverse sin asistencia. Felipe II pasó sus últimos días en el Monasterio de El Escorial, donde supervisó hasta el último detalle de su propio funeral y su descanso eterno. 

Su deterioro físico no solo lo llevó a obsesionarse con su propia muerte, sino que quiso asegurarse de que su tránsito al más allá se realizara de manera impecable y acorde con su fe. De hecho, su última voluntad, fue que se celebraran 60.000 misas tras su muerte.

La inquietante orden de abrir la tumba de su padre

En una de sus peticiones más extrañas, Felipe II ordenó que abrieran la tumba de su padre, Carlos V, para verificar en qué postura exacta estaba. Quería asegurarse de que su propio cuerpo descansaría de la misma manera, reflejando su deseo de seguir el mismo camino que su progenitor hasta el más allá.

Esta no fue la única excentricidad relacionada con la muerte en su familia. Su padre, el emperador Carlos V, había ensayado su propio funeral metiendo su cuerpo en un ataúd y escuchando las oraciones fúnebres por su alma mientras aún estaba vivo, un acto que realizaba en el Monasterio de Yuste.

Un ataque especial y más de 60.000 misas en su honor

Pero la obsesión de Felipe II no terminó ahí. Ordenó la construcción de un ataúd de plomo sellado herméticamente, que a su vez debía introducirse en un féretro de madera, todo diseñado bajo su estricta supervisión.

Además, dejó instrucciones específicas para que, tras su fallecimiento, se celebraran 62.500 misas en su memoria. También ordenó que, una vez completadas, se continuaran oficiando seis misas diarias de manera indefinida , además de 24 misas de réquiem cada año en el aniversario de su nacimiento y muerte .

Estas cifras asombran incluso en el contexto de una época profundamente religiosa. Felipe II, que había gobernado con una fe inquebrantable, parecía convencido de que la salvación de su alma dependía de la cantidad de oraciones que se hicieran por él.

Su mensaje final

Felipe II murió en la madrugada del 13 de septiembre de 1598, en El Escorial, después de una larga agonía marcada por infecciones y llagas que lo atormentaron hasta el último aliento. En sus momentos finales, quiso transmitirle una mensaje a su hijo y heredero, Felipe III: "Hijo mío, he querido que os halléis presente en esta hora para que veáis en qué paran las monarquías de este mundo".

Con esta frase, el gran monarca español, que expandió el dominio hispánico por todos los rincones del planeta, recordaba que incluso los reyes más poderosos no podían escapar de la muerte. A pesar de su grandeza, Felipe II se despidió del mundo entre rezos, dolores y una descomunal cantidad de misas que, según su última voluntad, debían seguir celebrándose por toda la eternidad. 

El rey Felipe II, fue un hombre de costumbres meticulosas, profunda religiosidad y una obsesión casi enfermiza con la muerte. Su vida estuvo marcada por la austeridad, la devoción y un firme control sobre todos los aspectos de su reinado. Sin embargo, en sus últimos años, su fijación por la vida después de la muerte alcanzó un nivel sorprendente.

Padecía de gota desde los 36 años, y con el paso del tiempo su debilidad se volvía más extrema hasta el punto de que era incapaz de moverse sin asistencia. Felipe II pasó sus últimos días en el Monasterio de El Escorial, donde supervisó hasta el último detalle de su propio funeral y su descanso eterno. 

Su deterioro físico no solo lo llevó a obsesionarse con su propia muerte, sino que quiso asegurarse de que su tránsito al más allá se realizara de manera impecable y acorde con su fe. De hecho, su última voluntad, fue que se celebraran 60.000 misas tras su muerte.

La inquietante orden de abrir la tumba de su padre

En una de sus peticiones más extrañas, Felipe II ordenó que abrieran la tumba de su padre, Carlos V, para verificar en qué postura exacta estaba. Quería asegurarse de que su propio cuerpo descansaría de la misma manera, reflejando su deseo de seguir el mismo camino que su progenitor hasta el más allá.

Esta no fue la única excentricidad relacionada con la muerte en su familia. Su padre, el emperador Carlos V, había ensayado su propio funeral metiendo su cuerpo en un ataúd y escuchando las oraciones fúnebres por su alma mientras aún estaba vivo, un acto que realizaba en el Monasterio de Yuste.

Un ataque especial y más de 60.000 misas en su honor

Pero la obsesión de Felipe II no terminó ahí. Ordenó la construcción de un ataúd de plomo sellado herméticamente, que a su vez debía introducirse en un féretro de madera, todo diseñado bajo su estricta supervisión.

Además, dejó instrucciones específicas para que, tras su fallecimiento, se celebraran 62.500 misas en su memoria. También ordenó que, una vez completadas, se continuaran oficiando seis misas diarias de manera indefinida , además de 24 misas de réquiem cada año en el aniversario de su nacimiento y muerte .

Estas cifras asombran incluso en el contexto de una época profundamente religiosa. Felipe II, que había gobernado con una fe inquebrantable, parecía convencido de que la salvación de su alma dependía de la cantidad de oraciones que se hicieran por él.

Su mensaje final

Felipe II murió en la madrugada del 13 de septiembre de 1598, en El Escorial, después de una larga agonía marcada por infecciones y llagas que lo atormentaron hasta el último aliento. En sus momentos finales, quiso transmitirle una mensaje a su hijo y heredero, Felipe III: "Hijo mío, he querido que os halléis presente en esta hora para que veáis en qué paran las monarquías de este mundo".

Con esta frase, el gran monarca español, que expandió el dominio hispánico por todos los rincones del planeta, recordaba que incluso los reyes más poderosos no podían escapar de la muerte. A pesar de su grandeza, Felipe II se despidió del mundo entre rezos, dolores y una descomunal cantidad de misas que, según su última voluntad, debían seguir celebrándose por toda la eternidad. 

El rey Felipe II, fue un hombre de costumbres meticulosas, profunda religiosidad y una obsesión casi enfermiza con la muerte. Su vida estuvo marcada por la austeridad, la devoción y un firme control sobre todos los aspectos de su reinado. Sin embargo, en sus últimos años, su fijación por la vida después de la muerte alcanzó un nivel sorprendente.

Padecía de gota desde los 36 años, y con el paso del tiempo su debilidad se volvía más extrema hasta el punto de que era incapaz de moverse sin asistencia. Felipe II pasó sus últimos días en el Monasterio de El Escorial, donde supervisó hasta el último detalle de su propio funeral y su descanso eterno. 

Su deterioro físico no solo lo llevó a obsesionarse con su propia muerte, sino que quiso asegurarse de que su tránsito al más allá se realizara de manera impecable y acorde con su fe. De hecho, su última voluntad, fue que se celebraran 60.000 misas tras su muerte.

La inquietante orden de abrir la tumba de su padre

En una de sus peticiones más extrañas, Felipe II ordenó que abrieran la tumba de su padre, Carlos V, para verificar en qué postura exacta estaba. Quería asegurarse de que su propio cuerpo descansaría de la misma manera, reflejando su deseo de seguir el mismo camino que su progenitor hasta el más allá.

Esta no fue la única excentricidad relacionada con la muerte en su familia. Su padre, el emperador Carlos V, había ensayado su propio funeral metiendo su cuerpo en un ataúd y escuchando las oraciones fúnebres por su alma mientras aún estaba vivo, un acto que realizaba en el Monasterio de Yuste.

Un ataque especial y más de 60.000 misas en su honor

Pero la obsesión de Felipe II no terminó ahí. Ordenó la construcción de un ataúd de plomo sellado herméticamente, que a su vez debía introducirse en un féretro de madera, todo diseñado bajo su estricta supervisión.

Además, dejó instrucciones específicas para que, tras su fallecimiento, se celebraran 62.500 misas en su memoria. También ordenó que, una vez completadas, se continuaran oficiando seis misas diarias de manera indefinida , además de 24 misas de réquiem cada año en el aniversario de su nacimiento y muerte .

Estas cifras asombran incluso en el contexto de una época profundamente religiosa. Felipe II, que había gobernado con una fe inquebrantable, parecía convencido de que la salvación de su alma dependía de la cantidad de oraciones que se hicieran por él.

Su mensaje final

Felipe II murió en la madrugada del 13 de septiembre de 1598, en El Escorial, después de una larga agonía marcada por infecciones y llagas que lo atormentaron hasta el último aliento. En sus momentos finales, quiso transmitirle una mensaje a su hijo y heredero, Felipe III: "Hijo mío, he querido que os halléis presente en esta hora para que veáis en qué paran las monarquías de este mundo".

Con esta frase, el gran monarca español, que expandió el dominio hispánico por todos los rincones del planeta, recordaba que incluso los reyes más poderosos no podían escapar de la muerte. A pesar de su grandeza, Felipe II se despidió del mundo entre rezos, dolores y una descomunal cantidad de misas que, según su última voluntad, debían seguir celebrándose por toda la eternidad. 

El rey Felipe II, fue un hombre de costumbres meticulosas, profunda religiosidad y una obsesión casi enfermiza con la muerte. Su vida estuvo marcada por la austeridad, la devoción y un firme control sobre todos los aspectos de su reinado. Sin embargo, en sus últimos años, su fijación por la vida después de la muerte alcanzó un nivel sorprendente.

Padecía de gota desde los 36 años, y con el paso del tiempo su debilidad se volvía más extrema hasta el punto de que era incapaz de moverse sin asistencia. Felipe II pasó sus últimos días en el Monasterio de El Escorial, donde supervisó hasta el último detalle de su propio funeral y su descanso eterno. 

Su deterioro físico no solo lo llevó a obsesionarse con su propia muerte, sino que quiso asegurarse de que su tránsito al más allá se realizara de manera impecable y acorde con su fe. De hecho, su última voluntad, fue que se celebraran 60.000 misas tras su muerte.

La inquietante orden de abrir la tumba de su padre

En una de sus peticiones más extrañas, Felipe II ordenó que abrieran la tumba de su padre, Carlos V, para verificar en qué postura exacta estaba. Quería asegurarse de que su propio cuerpo descansaría de la misma manera, reflejando su deseo de seguir el mismo camino que su progenitor hasta el más allá.

Esta no fue la única excentricidad relacionada con la muerte en su familia. Su padre, el emperador Carlos V, había ensayado su propio funeral metiendo su cuerpo en un ataúd y escuchando las oraciones fúnebres por su alma mientras aún estaba vivo, un acto que realizaba en el Monasterio de Yuste.

Un ataque especial y más de 60.000 misas en su honor

Pero la obsesión de Felipe II no terminó ahí. Ordenó la construcción de un ataúd de plomo sellado herméticamente, que a su vez debía introducirse en un féretro de madera, todo diseñado bajo su estricta supervisión.

Además, dejó instrucciones específicas para que, tras su fallecimiento, se celebraran 62.500 misas en su memoria. También ordenó que, una vez completadas, se continuaran oficiando seis misas diarias de manera indefinida , además de 24 misas de réquiem cada año en el aniversario de su nacimiento y muerte .

Estas cifras asombran incluso en el contexto de una época profundamente religiosa. Felipe II, que había gobernado con una fe inquebrantable, parecía convencido de que la salvación de su alma dependía de la cantidad de oraciones que se hicieran por él.

Su mensaje final

Felipe II murió en la madrugada del 13 de septiembre de 1598, en El Escorial, después de una larga agonía marcada por infecciones y llagas que lo atormentaron hasta el último aliento. En sus momentos finales, quiso transmitirle una mensaje a su hijo y heredero, Felipe III: "Hijo mío, he querido que os halléis presente en esta hora para que veáis en qué paran las monarquías de este mundo".

Con esta frase, el gran monarca español, que expandió el dominio hispánico por todos los rincones del planeta, recordaba que incluso los reyes más poderosos no podían escapar de la muerte. A pesar de su grandeza, Felipe II se despidió del mundo entre rezos, dolores y una descomunal cantidad de misas que, según su última voluntad, debían seguir celebrándose por toda la eternidad. 

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Soy redactora en El HuffPost España, donde te cuento las historias más curiosas y te intento ayudar a encontrar esos detalles que marcan la diferencia en la vida cotidiana.

 

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Tengo el privilegio de escribir sobre una amplia variedad de temas, con un enfoque que abarca tanto actualidad como estilo de vida. Escribo con la intención de contarte historias que te interesen y ofrecerte información que hagan tu vida un poco más fácil.


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Mis artículos son un surtido de historias curiosas, viajes, cultura, estilo de vida, naturaleza, ¡y mucho más! Mi objetivo es despertar tu curiosidad y acompañarte con lecturas útiles y entretenidas.

  

Mi trayectoria

Soy madrileña, pero con raíces en Castilla-La Mancha. Estudié Periodismo en la Universidad Ceu San Pablo, aunque siempre digo que mi verdadera escuela ha sido El HuffPost, el lugar donde escribí mis primeras líneas como periodista. Empecé como becaria y ahora colaboro en este medio que me ha visto crecer.


Mi pasión por el periodismo nació en la infancia, cuando dibujaba las portadas de los medios deportivos y soñaba con convertirme en una de aquellas reporteras que veía en la televisión.

 


 

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