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Hasta este año no hubo un zapato para el pie izquierdo y otro para el derecho

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La idea surgió en Estados Unidos.

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La idea surgió en Estados Unidos.

Hasta este año no hubo un zapato para el pie izquierdo y otro para el derecho

La idea surgió en Estados Unidos.

Zapatos de mujer en una estanteríaJOSE LUIS CARRASCOSA MARTINEZ

Ponerse los zapatos cambiados es hoy una experiencia incómoda, incluso dolorosa. Pero hasta el siglo XIX, no había otra opción ya que todos los pares de calzado eran simétricos. Antes, no existía distinción entre el pie izquierdo y el derecho.

El calzado, tal y como lo conocemos hoy, ha recorrido un largo camino desde sus humildes orígenes. Nació como una simple protección hecha con trozos de piel animal o fibras vegetales atados al pie, sin mayor pretensión estética ni funcional. 

Egipcios, griegos y otros pueblos antiguos experimentaron con sandalias, suelas y cierres, pero la mayoría de los zapatos seguían siendo completamente intercambiables. Aunque hay constancia de que algunas culturas antiguas como los asirios o griegos intentaron diferenciar calzado según el pie, esta no fue una práctica común ni duradera.

Un zapato valía para ambos pies

Durante siglos, los zapatos se hacían a mano con hormas rectas y sin distinción anatómica. Lo habitual era comprar o fabricar dos piezas exactamente iguales, colocarse una en cada pie y esperar a que, con el uso, el zapato acabara “adaptándose” al pie entre rozaduras, heridas y molestias.

No fue hasta 1818, en Filadelfia, Estados Unidos, cuando un zapatero anónimo tuvo la idea revolucionaria de diseñar hormas curvas, creando así el primer par de zapatos con forma específica para cada pie. El objetivo era mejorar la comodidad y el ajuste anatómico del calzado.

Una innovación adelantada a su tiempo

Como suele ocurrir con muchas ideas rompedoras, esta innovación no fue bien recibida. El público, acostumbrado a los pares simétricos, rechazó la novedad por parecer extraña e innecesaria. Incluso durante la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865), cuando se encargaron uniformes y botas para los soldados, el ejército optó por mantener los pares idénticos, dejando de lado la opción anatómica.

A pesar de la resistencia inicial, la idea de tener un zapato para cada pie terminó imponiéndose ya que era mucho más práctico. Fue una auténtica revolución industrial para aquella época, sin embargo, en la actualidad sería impensable usar un mismo calzado sin diferenciar entre izquierdo y derecho.

Ponerse los zapatos cambiados es hoy una experiencia incómoda, incluso dolorosa. Pero hasta el siglo XIX, no había otra opción ya que todos los pares de calzado eran simétricos. Antes, no existía distinción entre el pie izquierdo y el derecho.

El calzado, tal y como lo conocemos hoy, ha recorrido un largo camino desde sus humildes orígenes. Nació como una simple protección hecha con trozos de piel animal o fibras vegetales atados al pie, sin mayor pretensión estética ni funcional. 

Egipcios, griegos y otros pueblos antiguos experimentaron con sandalias, suelas y cierres, pero la mayoría de los zapatos seguían siendo completamente intercambiables. Aunque hay constancia de que algunas culturas antiguas como los asirios o griegos intentaron diferenciar calzado según el pie, esta no fue una práctica común ni duradera.

Un zapato valía para ambos pies

Durante siglos, los zapatos se hacían a mano con hormas rectas y sin distinción anatómica. Lo habitual era comprar o fabricar dos piezas exactamente iguales, colocarse una en cada pie y esperar a que, con el uso, el zapato acabara “adaptándose” al pie entre rozaduras, heridas y molestias.

No fue hasta 1818, en Filadelfia, Estados Unidos, cuando un zapatero anónimo tuvo la idea revolucionaria de diseñar hormas curvas, creando así el primer par de zapatos con forma específica para cada pie. El objetivo era mejorar la comodidad y el ajuste anatómico del calzado.

Una innovación adelantada a su tiempo

Como suele ocurrir con muchas ideas rompedoras, esta innovación no fue bien recibida. El público, acostumbrado a los pares simétricos, rechazó la novedad por parecer extraña e innecesaria. Incluso durante la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865), cuando se encargaron uniformes y botas para los soldados, el ejército optó por mantener los pares idénticos, dejando de lado la opción anatómica.

A pesar de la resistencia inicial, la idea de tener un zapato para cada pie terminó imponiéndose ya que era mucho más práctico. Fue una auténtica revolución industrial para aquella época, sin embargo, en la actualidad sería impensable usar un mismo calzado sin diferenciar entre izquierdo y derecho.

Ponerse los zapatos cambiados es hoy una experiencia incómoda, incluso dolorosa. Pero hasta el siglo XIX, no había otra opción ya que todos los pares de calzado eran simétricos. Antes, no existía distinción entre el pie izquierdo y el derecho.

El calzado, tal y como lo conocemos hoy, ha recorrido un largo camino desde sus humildes orígenes. Nació como una simple protección hecha con trozos de piel animal o fibras vegetales atados al pie, sin mayor pretensión estética ni funcional. 

Egipcios, griegos y otros pueblos antiguos experimentaron con sandalias, suelas y cierres, pero la mayoría de los zapatos seguían siendo completamente intercambiables. Aunque hay constancia de que algunas culturas antiguas como los asirios o griegos intentaron diferenciar calzado según el pie, esta no fue una práctica común ni duradera.

Un zapato valía para ambos pies

Durante siglos, los zapatos se hacían a mano con hormas rectas y sin distinción anatómica. Lo habitual era comprar o fabricar dos piezas exactamente iguales, colocarse una en cada pie y esperar a que, con el uso, el zapato acabara “adaptándose” al pie entre rozaduras, heridas y molestias.

No fue hasta 1818, en Filadelfia, Estados Unidos, cuando un zapatero anónimo tuvo la idea revolucionaria de diseñar hormas curvas, creando así el primer par de zapatos con forma específica para cada pie. El objetivo era mejorar la comodidad y el ajuste anatómico del calzado.

Una innovación adelantada a su tiempo

Como suele ocurrir con muchas ideas rompedoras, esta innovación no fue bien recibida. El público, acostumbrado a los pares simétricos, rechazó la novedad por parecer extraña e innecesaria. Incluso durante la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865), cuando se encargaron uniformes y botas para los soldados, el ejército optó por mantener los pares idénticos, dejando de lado la opción anatómica.

A pesar de la resistencia inicial, la idea de tener un zapato para cada pie terminó imponiéndose ya que era mucho más práctico. Fue una auténtica revolución industrial para aquella época, sin embargo, en la actualidad sería impensable usar un mismo calzado sin diferenciar entre izquierdo y derecho.

Ponerse los zapatos cambiados es hoy una experiencia incómoda, incluso dolorosa. Pero hasta el siglo XIX, no había otra opción ya que todos los pares de calzado eran simétricos. Antes, no existía distinción entre el pie izquierdo y el derecho.

El calzado, tal y como lo conocemos hoy, ha recorrido un largo camino desde sus humildes orígenes. Nació como una simple protección hecha con trozos de piel animal o fibras vegetales atados al pie, sin mayor pretensión estética ni funcional. 

Egipcios, griegos y otros pueblos antiguos experimentaron con sandalias, suelas y cierres, pero la mayoría de los zapatos seguían siendo completamente intercambiables. Aunque hay constancia de que algunas culturas antiguas como los asirios o griegos intentaron diferenciar calzado según el pie, esta no fue una práctica común ni duradera.

Un zapato valía para ambos pies

Durante siglos, los zapatos se hacían a mano con hormas rectas y sin distinción anatómica. Lo habitual era comprar o fabricar dos piezas exactamente iguales, colocarse una en cada pie y esperar a que, con el uso, el zapato acabara “adaptándose” al pie entre rozaduras, heridas y molestias.

No fue hasta 1818, en Filadelfia, Estados Unidos, cuando un zapatero anónimo tuvo la idea revolucionaria de diseñar hormas curvas, creando así el primer par de zapatos con forma específica para cada pie. El objetivo era mejorar la comodidad y el ajuste anatómico del calzado.

Una innovación adelantada a su tiempo

Como suele ocurrir con muchas ideas rompedoras, esta innovación no fue bien recibida. El público, acostumbrado a los pares simétricos, rechazó la novedad por parecer extraña e innecesaria. Incluso durante la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865), cuando se encargaron uniformes y botas para los soldados, el ejército optó por mantener los pares idénticos, dejando de lado la opción anatómica.

A pesar de la resistencia inicial, la idea de tener un zapato para cada pie terminó imponiéndose ya que era mucho más práctico. Fue una auténtica revolución industrial para aquella época, sin embargo, en la actualidad sería impensable usar un mismo calzado sin diferenciar entre izquierdo y derecho.

Ponerse los zapatos cambiados es hoy una experiencia incómoda, incluso dolorosa. Pero hasta el siglo XIX, no había otra opción ya que todos los pares de calzado eran simétricos. Antes, no existía distinción entre el pie izquierdo y el derecho.

El calzado, tal y como lo conocemos hoy, ha recorrido un largo camino desde sus humildes orígenes. Nació como una simple protección hecha con trozos de piel animal o fibras vegetales atados al pie, sin mayor pretensión estética ni funcional. 

Egipcios, griegos y otros pueblos antiguos experimentaron con sandalias, suelas y cierres, pero la mayoría de los zapatos seguían siendo completamente intercambiables. Aunque hay constancia de que algunas culturas antiguas como los asirios o griegos intentaron diferenciar calzado según el pie, esta no fue una práctica común ni duradera.

Un zapato valía para ambos pies

Durante siglos, los zapatos se hacían a mano con hormas rectas y sin distinción anatómica. Lo habitual era comprar o fabricar dos piezas exactamente iguales, colocarse una en cada pie y esperar a que, con el uso, el zapato acabara “adaptándose” al pie entre rozaduras, heridas y molestias.

No fue hasta 1818, en Filadelfia, Estados Unidos, cuando un zapatero anónimo tuvo la idea revolucionaria de diseñar hormas curvas, creando así el primer par de zapatos con forma específica para cada pie. El objetivo era mejorar la comodidad y el ajuste anatómico del calzado.

Una innovación adelantada a su tiempo

Como suele ocurrir con muchas ideas rompedoras, esta innovación no fue bien recibida. El público, acostumbrado a los pares simétricos, rechazó la novedad por parecer extraña e innecesaria. Incluso durante la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865), cuando se encargaron uniformes y botas para los soldados, el ejército optó por mantener los pares idénticos, dejando de lado la opción anatómica.

A pesar de la resistencia inicial, la idea de tener un zapato para cada pie terminó imponiéndose ya que era mucho más práctico. Fue una auténtica revolución industrial para aquella época, sin embargo, en la actualidad sería impensable usar un mismo calzado sin diferenciar entre izquierdo y derecho.

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Soy redactora en El HuffPost España, donde te cuento las historias más curiosas y te intento ayudar a encontrar esos detalles que marcan la diferencia en la vida cotidiana.

 

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Mi trayectoria

Soy madrileña, pero con raíces en Castilla-La Mancha. Estudié Periodismo en la Universidad Ceu San Pablo, aunque siempre digo que mi verdadera escuela ha sido El HuffPost, el lugar donde escribí mis primeras líneas como periodista. Empecé como becaria y ahora colaboro en este medio que me ha visto crecer.


Mi pasión por el periodismo nació en la infancia, cuando dibujaba las portadas de los medios deportivos y soñaba con convertirme en una de aquellas reporteras que veía en la televisión.

 


 

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