La madera de Cuenca jugó un papel crucial en la Armada Española
Pasó de los montes al mar.
Durante siglos, los majestuosos pinares de la Serranía de Cuenca han sido pulmón verde del interior peninsular, pero, además, han sido una fuente estratégica de recursos para la construcción naval de la Real Armada Española.
Desde tiempos del siglo XVIII, la madera conquense —especialmente la de sus robustos pinos— desempeñó un papel crucial en el desarrollo marítimo y militar de la Monarquía Hispánica.
Según documenta Almudena Serrano, directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, en su sección “Así dicen los documentos” en Hoy por Hoy Cuenca, numerosos textos históricos certifican cómo los árboles talados en los montes de Cuenca eran transportados hasta Cartagena. Allí, en el Arsenal del Mediterráneo más importante de la época, se transformaban en piezas esenciales para la construcción de barcos, fragatas y navíos reales.
Una etapa decisiva
La llegada de los Borbones al trono, con Felipe V primero y Carlos III después, marcó un punto de inflexión en la modernización de la Armada española. Se promulgaron importantes Ordenanzas navales y forestales, como la de 1748, que regulaba la conservación, corte y transporte de madera destinada a los arsenales.
El Real Decreto de 1738 estableció tres grandes escuadras navales con sedes en Cádiz, Ferrol y Cartagena, y para abastecerlas se requirió una planificación forestal rigurosa. Los árboles de Cuenca fueron clasificados, protegidos y aprovechados según su edad y utilidad naval. Los vecinos colaboraban en la plantación y cuidado de los montes, y la madera se pagaba conforme a tarifas reales.
Transporte complejo y documentación precisa
Los documentos recogidos por el Archivo conquense detallan cómo miles de piezas de madera eran movilizadas desde lugares como Mira, Landete, Cañete, Carboneras de Guadazaón o Camporrobles. Se utilizaban carreterías de bueyes y mulas, aunque también se aprovechaba la flotabilidad del río para el transporte fluvial de las piezas más ligeras.
En 1776, por ejemplo, se registraron más de 2.300 piezas destinadas a la construcción de una fragata y del edificio de la cordelería del Arsenal de Cartagena. Algunas incluso se usaron para fabricar los baos de cubierta, arboladuras mayores de navíos y otros elementos clave de la ingeniería naval.