Los molinos de La Mancha llegaron de Oriente, eran caros y sus piezas se rompían constantemente
Los primeros registrados en la Península datan de 1545.

Los molinos de viento, icono inseparable del paisaje manchego y de la novela Don Quijote de la Mancha, no son una invención española, ni siquiera europea. Su origen se remonta a la antigua Persia, desde donde se extendieron por Oriente Medio en la Edad Media.
Fueron los caballeros cruzados quienes los vieron por primera vez en Oriente y lo importaron a tierras como Rodas o Malta y, con el tiempo, los trajeron a la península ibérica donde su llegada supuso una auténtica revolución.
En España, su uso se expandió en zonas secas como La Mancha santiaguista, una gran región sin ríos caudalosos que abarcaba territorios de las actuales provincias de Toledo, Cuenca y Ciudad Real, donde la molienda tradicional, mediante molinos hidráulicos o movidos por animales, era costosa y limitada.
De Rodas a la Mancha
Fueron probablemente los caballeros de la orden de San Juan quienes introdujeron esta tecnología en Castilla, tras conocerla en el Mediterráneo oriental. Curiosamente, tardaron siglos en aplicarla en sus propios territorios peninsulares. Por eso, localidades como Consuegra o Alcázar de San Juan, vinculadas a la orden, no levantaron sus primeros molinos hasta el siglo XIX o incluso en fechas más recientes.
En cambio, la adopción más temprana se produjo en zonas controladas por la orden de Santiago, como Campo de Criptana, donde se construyeron una treintena en la Sierra de los Molinos. Los primeros registros datan de 1545, cuando Cristóbal Arias, Juan Pérez y Martín Sánchez levantaron allí los primeros tres ejemplares.
Un invento útil, pero problemático
Aunque la tecnología parecía prometedora, la realidad fue menos idílica. Compuestos por mecanismos de madera y piedra, eran caros de construir y exigían un mantenimiento constante.
Sus piezas se rompían con frecuencia, lo que suponía paradas prolongadas y continuas reparaciones. Por eso, los cambios de propietario eran habituales: un ejemplo es el Molino Grande de Campo de Criptana, que tuvo cinco dueños distintos entre 1628 y 1728.
Aun así, los molinos se convirtieron en una alternativa eficaz en tierras sin agua, permitiendo que los campesinos molturaran su grano cerca de sus hogares, evitando largos desplazamientos y costosos peajes.
