Noemí López Trujillo: "Se permite a las mujeres enseñar, pero siempre desde el mismo lugar"
La periodista y escritora publica 'Me dibujaron así: Por qué el mundo odia la feminidad' (Península).

Betty Friedan afirmaba en su reconocido La mística de la feminidad que según este concepto "el más alto valor y el único compromiso de las mujeres es la realización de su propia feminidad" y que precisamente hay un aura de misterio alrededor de ese concepto de feminidad. Un concepto, denostado y discutido a partes iguales sobre el que la periodista y escritora Noemí López Trujillo ha reflexionado a lo largo de buena parte de su trabajo.
Lo ha hecho, después de una amplia trayectoria abordando la violencia de género, en la sección Órbita Femme de Newtral, donde es responsable de género, y que ahora, 62 años después del libro de Friedman, lo toma para elaborar el ensayo Me dibujaron así: Por qué el mundo odia la feminidad (Península) en el que reivindica la feminidad, como un término mucho más amplio del tradicional para también desprenderlo necesariamente de la mujer cis y abrirlo a todas las personas, también al colectivo LGTBIQ+.
Trujillo apunta a que parte del feminismo incluso ha comprado los valores conservadores que limitan la feminidad a cosificar a las mujeres femme y a los roles tradicionales del hogar que ahora vuelven a tomar fuerza peligrosamente entre jóvenes de la mano de las tradwives.
A lo largo de su libro, la periodista y escritora reflexiona sobre una feminidad, no siempre aceptada socialmente, que ha llevado consigo etiquetas como "puta", "guarra", "ordinaria" o "excesiva" cuando se ha salido del estrecho margen de la aprobación. Pero también cómo se ha tomado como un engaño y una argucia para el engaño, especialmente cuando se llega a ella a través de la medicina estética, la cosmética o la moda.
"Lo que quiero es que todo el mundo pueda expresar sus feminidades y que además éstas sean plurales y que no sean solamente para las mujeres, sino que sean para cualquier género", reivindica a El HuffPost.
Lo hace de la mano de iconos pop como Pamela Anderson, Sabrina Carpenter, Sydney Sweeney o Britney Spears, pero también reflejando su propia autobiografía, desde la influencia de los Testigos de Jehová, a sus salidas adolescentes o las relaciones de abuso que ha conocido en su entorno y en sus propias carnes dentro de la profesión periodística.
¿Por qué crees que se ha criticado tanto la feminidad desde la academia o desde el feminismo más clásico?
La feminidad, al final, como ha sido una herramienta de subordinación contra las mujeres, tenía sentido en su momento que el feminismo tratase de revertir esa subordinación a través del cuestionamiento de su imposición, de su regulación, etc. El problema es que se ha equiparado el cuestionamiento con el abandono mismo, entendiendo que toda forma de feminidad es como una imposición patriarcal.
Puedo entender que la producción académica de los años 70 y 80 la cuestionase. Obviamente tenía que batallar contra esa imposición de la feminidad y esa restricción todavía de nuestros roles de género, asumiendo que las mujeres simplemente teníamos que ser ángeles del hogar y que no podíamos tener autonomía reproductiva ni autonomía sexual.
El problema es que se haya comprado la idea o que se haya sentado en el imaginario colectivo que no hay una forma de feminidad que sea poderosa, que no sea patriarcal o que sea emancipadora. Y la academia, al final, lo que ha hecho es agilizar esa mirada masculina y, tratando de combatir esa subordinación, ha reforzado el estatus de subordinación de la feminidad, porque ha asumido esa mirada masculina y masculinista que considera que solo se puede hacer al servicio de los hombres, de la mirada masculina y del orden patriarcal.
Entonces, en el momento en el que tú compras esa idea, aunque sea desde otro lugar, estás reforzando la posición misma de la feminidad como una forma de subordinación.
Además, que llega un momento en el que estamos viendo que cierto sector de ese feminismo académico está teniendo un discurso bastante reaccionario contra las realidades, por ejemplo, de las mujeres trans.
Es que es exactamente eso. De hecho, para mí uno de los grandes problemas es que esa esencialización que hacen de la feminidad. Por ejemplo, las tradwives también la esencializan, pero es que una buena parte del feminismo hegemónico también lo está haciendo, entendiendo que se hace como para perpetrar algún tipo de engaño, como una forma casi de monstruosidad, como alineándote con los valores patriarcales.
Ese discurso que ha sido altamente reforzado y premiado en los ámbitos académicos, ha llegado a mano de las terfas. Y claro, al final les has dado una herramienta que cómo se las quitas de las manos, si no es a través de la reivindicación de la feminidad. Lo que siento es que hay feministas que están como en un lugar incómodo porque no quieren ser tránsfobas y quieren reconocer a otras mujeres trans, pero en el momento en el que ellas mismas también han cumplido ese discurso de abandonarla y de que toda feminidad es patriarcal y es una imposición.
Cuando tratan de defender a esas mujeres trans, les vienen con esos argumentos tan peregrinos sobre que al final las mujeres trans solo quieren performar una feminidad fetichizada, como para asimilarse a la norma y que están estereotipando el género. Es muy difícil combatir eso porque tú misma has estado diciendo que toda feminidad estereotipa el género.
Estamos en un momento, creo que incómodo para muchas de ellas porque, al final, una de las formas de deshacerse del discurso antitrans, o de una parte de él, es reivindicando que la feminidad no es solamente una forma de estereotipar el género, una amalgama de estereotipos de género, que no es asimilarse a la mirada patriarcal, etc. Y explicar la feminidad con el mismo ahínco con el que se trata de explicar la masculinidad, que no se construye, que produce incomodidades sobre qué se sostiene, qué ambivalencias hay en ella. Un poco el objetivo del libro es ese.
Quería preguntarte por ese debate que pones sobre la mesa sobre la moda y esta estética “natural”, ese no make up, la ropa discreta, ¿estamos viendo un reflejo de un discurso reaccionario en ese tipo de estéticas o de moda?
Sí, pienso que la moda imperante ahora mismo está reflejando el momento político actual porque lo que se busca es una especie de moderación y de recato, una especie de feminidad silenciosa, poco ruidosa, que no sea discordante y que además sea muy homogénea.
Hay una cosa que a mí me molesta, que es que como en las pasarelas a veces se ven trajes medianamente descubiertos, los naked dress, que no van tapadas del cuello a los tobillos y eso en la mente de muchas personas conecta directamente con una especie de liberación femenina, mucha gente dice “¿cómo vamos a estar en un momento en el que la moda es reaccionario si lo que se está pidiendo es precisamente lo contrario, que vayamos todas enseñando el cuerpo?” Porque es lo que le interesa a la mirada patriarcal, desnudándonos para ella, etc. Y para mí eso en realidad es incorrecto, lo explica bien Brenda Otero en el libro, que además fue ella un poco la que me hizo esa conexión neuronal y de ideas, que es que en realidad el hecho de que veamos cómo el reaccionalismo ha permeado la moda.
Es que todos esos trajes, esos vestidos, esas indumentarias, esa vestimenta, es igual, es idéntica. Es decir, se permite a las mujeres enseñar, pero siempre desde el mismo lugar y siempre que seas un tipo de mujer, normalmente blanca y delgada, eso no es liberación femenina porque no está siendo una nota discordante, porque lo que se busca es una homogeneidad de la feminidad. A mí eso me parece profundamente reaccionario.
Luego, por supuesto, sí que hay una reverberación del recato y de la moderación en los escaparates, o sea, tú claramente puedes ver cómo de repente los diseños son mucho menos ostentosos, por lo general menos escotados, todo se está llenando de beige, todo esto en torno al lujo silencioso, como que pases desapercibida, que no te hagas notar demasiado...
Entonces, yo creo que esa penalización de la hiperfeminidad, por supuesto que existe y que es lo que se está intentando imponer desde la moda, es una especie como de ensordecimiento. No diría ni siquiera de la feminidad, sino de las feminidades, de la pluralidad de este concepto, que eso es lo que a mí me parece preocupante. Claro que, a día de hoy, tú puedes expresar feminidad, pero en unos márgenes tan tan estrechos, que para mí eso desde luego no es poderoso ni es emancipador, sino que es restringirla a una cosa que resulta interesante y conveniente a la vida patriarcal.
Es una feminidad dócil, que no es ruidosa, que no eleva el tono, pero en el momento en el que tú intentas constreñirla, eso también es una forma de femmefobia. Por mucho que haya una posibilidad, aunque sea pequeña, de expresar la feminidad. Si es muy pequeña, a mí no me vale, lo que quiero es que todo el mundo pueda expresar sus feminidades y que además éstas sean plurales y que no sean solamente para las mujeres, sino que sean para cualquier género, por supuesto.
Hablas en tu libro de la figura de Sydney Sweeney o incluso de Sabrina Carpenter, que han ensalzado su feminidad y en el caso de Sweeney ha pasado de ser víctima de desnudos por IA o de ser foco de los incels a ser fetiche al revelar que vota al partido republicano, ¿qué valores entran en juego ahí?
Yo creo que tú misma has dado la clave: poder ser un fetiche o ser enemiga. Creo que es como dos caras de la misma moneda. O sea, precisamente en el momento en el que tú haces una cosa que para ellos no es fetichizable o te sales de esa mirada simplona y simplista de lo que es tu propia feminidad y tu propia expresión de género y de quien tú eres, pasas a ser enemiga.
Es decir, que toda feminidad incluso la que pasa por el radar, que es conveniente para esa mirada patriarcal como es Roro, que es poco ruidosa, que abraza los roles de género tradicionales y los defiende, que es como discreta... Eso no deja de estar exento de una hipervigilancia, de un examen. Es decir, toda feminidad en este mundo que la odia y que la instrumentaliza puede pasar a ser una feminidad enemiga o monstruosa en cualquier momento. Ese es el punto de todo el libro.
Roro en el momento en el que subió un vídeo con un boxeador antes de La velada de Ibai Llanos ¿qué se dijo? Que le estaba poniendo los cuernos a Pablo: "Es que hay que ver todas son iguales, es que no te puedes fiar de ninguna...". Y ella se había movido del estrechísimo margen en el que ella misma había decidido moverse.
Lo que quiero decir con esto es que en cualquier momento pasas a ser una víctima de esa feminidad fetichizada. Por eso yo siempre digo que la feminidad para mí no es un privilegio, porque el privilegio tiene coste cero, tiene facilidades. Tú puedes ser privilegiada muchas veces por otras cosas, porque al final alrededor de esa feminidad orbitan otras cosas: si eres delgada, tu clase social, si tienes papeles o no tienes papeles... Un montón de cuestiones que te hacen ser privilegiada, pero la feminidad en sí nunca es un privilegio. Puede darte facilidades cuando performas una que te hace pasar por el radar o que no se ve tan problemática como otras hiperfeminidades, ¿no? Pero nunca es a coste cero, porque incluso cuando tú estás performando una feminidad que es conveniente a la mirada patriarcal, te están reforzando que nunca te salgas de esa línea o de esa raya, porque en el momento en el que lo hagas, te van a castigar.
Por tanto, ¿cómo va a ser un privilegio? No es un privilegio si el día de mañana te van a castigar por ponerte una minifalda y unos morros, o por subir un vídeo en el que asumen que ya no estás siendo la perfecta chica fiel a su novio, simplemente porque estás mostrándote más femenina y más sexual en un momento determinado. Entonces, incluso Sydney Sweeney, que terminó de hacer el fetiche de los incels, pasará a ser una enemiga si en un momento determinado su feminidad, su expresión de género o cualquier cosa que haga, se vuelve incómoda para ellos. Y volverte incómoda para la masculinidad es muy fácil, el índice en el que nos movemos es superpequeñito.

Hablabas en uno de tus artículos en Órbita Femme y lo mencionas también en el libro de lo bien visto que está matarse en el gimnasio y lo mal que están, por ejemplo, los retoques estéticos, ¿a qué se debe esto?
Esta cultura del esfuerzo por estar guapa, al final, es una parte también de ese esfuerzo masculino de "consigues lo que quieres, esfuérzate”.
Pero esta presión en el sentido de estar en forma, el gimnasio, pero también a nivel laboral les afecta a ellos también, ¿es fruto de lo que llamamos esa cultura del esfuerzo capitalista o es síntoma de la masculinidad y del sistema patriarcal?
A ver, creo que es como un ejemplo más o un síntoma más de cómo la masculinidad goza de una credibilidad y de una posición dominante en este mundo. En el momento en el que tú, para ponerte guapa o para esculturizarte y darte forma, utilizas las herramientas asociadas típicamente a la masculinidad, digamos que gozas de la credibilidad, o más bien, de la respetabilidad del esfuerzo masculino. En ese caso ni siquiera se entiende que tú te estés poniendo guapa, se entiende que te estás cuidando, que te estás preocupando por tu salud, que también, pero que no hay una frivolidad por tu parte por preocuparte por el físico en un sentido estético, sino que te estás preocupando por tu bienestar y por tu salud.
Es la única concesión, estética o física, digamos, que se puede hacer. El cultivarte de otras maneras, el preocuparte por cuestiones que son más serias y menos frívolas que el propio físico. Matarte en el gimnasio goza de esa respetabilidad que tienen los ámbitos masculinos, pero al final no deja de ser, efectivamente, una manera de querer ponerte guapa, de gustarte y de darte forma y de intentar tener la imagen con la que tú te quieres presentar ante el mundo. Lo que pasa es que, claro, la feminidad es tramposa, es artificial, es frívola, se hace como para llevar a engaño, para desnaturalizar la masculinidad, para desnaturalizarlos en el mundo con algún propósito oculto.
Todo lo que sea trampear eso, el no esforzarte lo suficiente, implica que estás abrazando esa feminidad que se considera problemática. Todo esto que acabo de enumerar: la artificialidad, la desnaturalización... Es un poco al final lo desconfiable. Que tú quieras feminizarte de esa manera es algo que se te echa en cara.
Si te matas en el gimnasio cinco horas al día o dos horas al día, todos los días, cuidas tu alimentación o procuras una rutina muy concreta para dar forma a tu cuerpo... Todo eso se entiende que es como natural, que simplemente estás trabajando algo que ya te viene dado, cuando en realidad estás esculturizando, te estás esculpiendo como la travesti que se pone unos pestañones y unas uñas. Ella se está esculpiendo a sí misma y tú lo estás haciendo levantando 120 kilos, pero al final es un poco lo mismo.
De hecho, me parece bastante más honesto y más creativo lo otro que esculpir tu cuerpo en base a esa idea de que el esfuerzo nos va a definir, que me parece también como una asunción capitalista bastante aburrida y bastante gris.
Pero esa presión también recae sobre ellos, ¿no?
Eso por otro lado, es qué se entiende precisamente como belleza, porque los hombres no se preocupan por la belleza, y segundo, como que ha pasado por el radar y además se entiende como algo aceptable. Por eso decía que es que goza de ese crédito y de ese respeto del que goza la propia masculinidad, porque al final es participar de esos ámbitos en los que las cosas del cuerpo se ven bien.
Porque no está igual de mal visto ponerse tetas que ponerse pelo, ¿no?
Efectivamente, desde luego a los hombres no les van a decir “ojo que si te pones pelo a lo mejor no es reversible”. Esa idea de la irreversibilidad porque, por supuesto, la feminidad tiene que ser siempre natural, incluso las feministas más punkis han comprado esta idea de que la feminidad tiene que ser así. Pero claro, ponerse pelo no se ve como una cosa tan peligrosa, tan artificial, no hay tantos alarmismos.
Creo que también es cierto que hay todavía una vergüenza sobre muchos hombres a hablar de estas cuestiones estéticas precisamente porque a lo mejor en sus grupos masculinos y también en algunos femeninos se ríen de ellos. Como que realmente abrazar la hombría es no hacer nada por tu físico, nada aparente, y que todo lo que hagas tiene que ser a través de la fuerza. O sea, como que matarte en el gimnasio.
Por lo general, aunque hay algo de reírte de los gymbros, ir al gimnasio y trabajar tu cuerpo se ve como algo respetable, por eso hay tantas mujeres también. Que me parece genial y yo también lo hago, pero como que se entiende como la única forma de cuidado del cuerpo que no es por un fin estético en sí mismo, sino que es por una cuestión genuinamente de preocupación por el bienestar propio, y es lo que digo que es mentira.
Sí que creo que todavía hay una cosa como que no se ve igual ponerse tetas que ponerse pelo, pero creo que sí que sigue siendo algo vergonzante para muchos hombres que no lo hablan abiertamente porque de alguna manera sí que les sitúa como en un lugar de feminización, precisamente por estar interviniendo su cuerpo, que no hay que artificializarlo. La preocupación estética sigue siendo una cosa de chicas.

En el libro abordas diversas vivencias personales y hablas de los Testigos de Jehová y el vínculo familiar con ellos durante tu infancia, ¿cómo te influyó en tu educación y en la percepción esta de la feminidad?
A mí siempre me gusta decir que no me gustaría que nadie pensase que mi experiencia de la feminidad está completamente determinada por haber sido testigo de Jehová, porque en realidad sí que creo que esas experiencias a una edad tan temprana hacen que tus vivencias sobre la feminidad y sobre la sexualidad sean más extremas, en un sentido negativo. Pero es verdad que, gracias a la lectura del Antiguo Testamento, conocí a las mujeres más indomables, más incorrectas y más hiperfemeninas que he conocido jamás.
Para mí, esas mujeres problemáticas y no ejemplares de la Biblia que nos enseñaban que no debíamos ser ellas fueron las que me enseñaron a ser yo misma. Aunque lo hice desde un lugar de incomodidad y de inquietud, como que no puedo renunciar a eso porque es parte de mi existencia.
Sí que es verdad que los testigos de Jehová están presentes en el libro para explicar precisamente cómo muchas veces hay madres y abuelas que se abrazan a la religión, también un poco buscando el perdón por los castigos que les han infligido a su feminidad y a su sexualidad y que eso se transmite generacionalmente. Creo que, al final, el ser testigo de Jehová fue una cosa circunstancial, que hizo más extremas mis vivencias, pero las preocupaciones de mi madre o de mi abuela por mi feminidad excesiva se habrían dado igual.
Las experiencias que yo comparto de castigo a la feminidad o de una sobreprotección excesiva a las hijas, precisamente para que no se convierta en “la guarra de la clase”, las tengo en común con amigas que sus familias han estado poco vinculadas a la religión y, desde luego, no han sido Testigos de Jehová o incluso de familias ateas. Con ellas comparto vivencias como superparecidas, con lo cual el daño a la feminidad es algo que atraviesa tanto a las madres y a las abuelas y a otras mujeres femeninas de las familias. Creo que esa advertencia y el procurar ahorrarte los disgustos y los castigos que ellas han sufrido se convierte en una herramienta de control sobre las hijas y, al final, se transforma en cortar las alas de la feminidad a tus propias criaturas con una especie de ánimo protector.
Eso habría existido igual, independientemente de que mis padres hubiesen sido testigos de Jehová. De hecho, mi madre nunca fue como ferviente creyente de Jehová específicamente, sino que, al final abrazó la religión un poco por las circunstancias en las que se daba todo. Es verdad que ella creía en Dios, pero no había una cosa como de venir siempre de los testigos de Jehová. Cuando nosotros dejamos la religión, mi madre como que dejó atrás muchas de las cosas que habitualmente hacía como testigo de Jehová, de ir a las reuniones, de orar a Dios de una manera tan extrema... Pero siguió infligiendo esa sobreprotección para que su hija no fuese esa hija indómita, problemática, excesiva, monstruosa, etc.
Siguió siendo una madre como las de mis amigas, a las que les preocupa que su hija sea la niña que se va en el coche con desconocido, que se cambia en el portal, que se pone unos taconazos, que performa su sexualidad para sí misma, pero también para otros, que está orgullosa de ello y que quiere disfrutar de su cuerpo y de su autonomía. Porque al final a ellas se les ha enseñado que eso se castiga, que eso conlleva riesgos y quieren evitarlo, lo que pasa es que la manera de evitarlo también es muy dañina y te produce casi el mismo daño o más que las propias violencias que puedes sufrir por tu feminidad.
De cara a las nuevas generaciones, se habla de una importante brecha entre ellos y ellas o entre las personas femeninas y una fuerte masculinidad vinculada en muchos casos a una ideología de extrema derecha, ¿crees que esto va a influir en la feminidad, en que la abracen más o en que se reprima?
A ver, yo tengo la esperanza de que la juventud abraza a la feminidad. Ya no hablo ni siquiera de chicas. Me gustaría que chicas, chicos, chicas, no binaries, mariquitas, femmes, travestis, mujeres trans, personas en general que están alineadas con lo femme y con la feminidad, que son muchas y que van mucho más allá de ser chica, abracen su expresión de género y la feminidad. Veo que sí que lo están haciendo, de hecho de una forma más desvergonzada, más desacomplejada, incluso más orgánica, que les sale de forma más instintiva, como que no se cuestionan tanto lo que están haciendo ni las consecuencias de ello.
Sí que me preocupan dos cosas. Uno, que también hay una parte de esa juventud que está comprando dos discursos, el obvio que es muy conservador, que es el de las tradwives, esta cosa como de que estamos en un momento tan complicado que no sabes si en tu relación con los hombres te vas a poder fiar de él, de qué hombres te vas a poder fiar, si te van a hacer daño... Estamos en un momento como muy pesimista y me da miedo que se abracen como estas proclamas de buscar a un caballero, un tipo que nos quede bien y asumir que al final el quedarte en casa es un poco la solución al capitalismo. Como estos discursos puramente conservadores que se están colando en parte en el feminismo y que al final lo que promueven son los roles de género.
Me preocupa, por supuesto, chicas que estén comprando discursos directamente las tradwives, considerando que al final en un mundo en el que parece que de repente relacionarse con los hombres y los hombres con las mujeres es muy complejo, muy difícil y muy a veces incómodo, como que se quiera volver a naturalizar los roles de género y a un estado anterior en el que todo parecía fácil. En el que los hombres sabían qué esperar de las mujeres y las mujeres de los hombres. Creo que ese discurso lo están romantizando las tradwives.
En segundo lugar, creo que aparte hay chicas feministas que están como súper desesperanzadas con el momento actual con los hombres porque no podemos aspirar a nada más que a sufrir violencia y estamos empezando a comprar narrativas del tipo quiero un caballero, que muchas veces son súper sexofóbicas. Porque el caballero por supuesto es este que no va a tener prácticas sexuales mínimamente más allá del misionero, y por otro lado como de asumir que quizás tenemos que dejar de relacionarnos con los hombres.
Eso lejos de ser una estrategia que a nivel individual yo respeto completamente, como estrategia colectiva me parece preocupante porque, insisto, es considerar que no podemos aspirar, que no podemos exigirles a los hombres nada más y que además podemos hacer algo para evitar la violencia que sufrimos. Ya sea rebajando nuestro tono, de la ropa, de nuestro maquillaje, en general, de nuestra feminidad. Por eso me preocupan mucho tanto las tradwives como el discurso pretendidamente feminista, este femcel que hay ahora de “desfeminízate” y que una buena feminista está realmente liberada con una autoconsciencia de que la feminidad es problemática. Que al desfeminizarte, vas a evitar la violencia de los hombres y eso me parece muy preocupante.
Lo último que me preocupa es que, precisamente, con este fortalecimiento de los roles de género que sí que vienen como de algunos sectores que van con el discurso de que “antes era todo más fácil, vamos a volver a naturalizar los roles de género”, creo que sí está permeando en cierta juventud. A mí, sobre todo, lo que me da miedo es que las mías, las travestis, las maricas, las femmes, las mujeres trans, lo que son las mías, las personas femmes de cualquier género sufran las consecuencias. Porque cuando se estigmatiza la feminidad y la sexualidad lo que ocurre es que incluso las personas que se expresan libremente acaban siendo castigadas socialmente.
A mí lo que me preocupa es que a la chavala que quiere salir con una minifalda o unos taconazos porque abraza completamente su feminidad, o a la que se quiera travestir y draguear como la diosa y la criatura poderosísima que es, la acaben castigando porque precisamente hay como una connivencia social de castigar la feminidad. Por un lado, porque se considera que es hacerle juego patriarcal y, por el otro, porque se considera que es un exceso que los hombres no pueden permitir.
Desde esos dos sectores se dan la mano para considerar que la hiperfeminidad no es algo deseable. Desde ese estigma sí que creo que se nos puede castigar a las que van con la verdad de su ser por delante. Eso sí me preocupa bastante porque ya sabemos que se traduce en palizas de nazis por la calle, insultos, agresiones por tu expresión de género, no permitirte entrar en una discoteca con determinada ropa, o incluso justificar la violencia sexual que sufres por ir de una determinada manera. Eso si me parece algo muy preocupante porque sí que estamos en un momento de liberación de la feminidad, pero por otro lado con un gran estigma que sabemos a lo que nos lleva: a violencia y más violencia.
