Sergio Peris-Mencheta: "Somos el segundo país del mundo con más enterrados en cunetas, con más desaparecidos, y creo que esa cuenta pendiente tiene que sanarse"
El actor y director de teatro acaba de publicar '730 días', un testimonio íntimo y personal sobre la leucemia que le cambió la vida hace dos años, y regresa a la escena con 'Blaubeeren'.

Sergio Peris-Mencheta fue uno de los actores de la primera hornada de Al salir de clase, la exitosa serie juvenil de la que también salieron Elsa Pataky, Pilar López de Ayala, Víctor Clavijo, Rodolfo Sancho o Marta Solaz —la que ahora es su mujer —. Por aquel entonces, él tenía 23 años y su carrera en el mundo de la interpretación acababa de comenzar.
Ahora, más de veinte años después, presume de un prolífico currículum como actor dentro y fuera de nuestras fronteras —en los últimos años ha trabajado en las superproducciones americanas Rambo V, Megalodon 2 y la serie Snowfall—, pero es su trabajo como director de teatro el que le ha consolidado como un referente de la escena española. Tiene su propia productora, Barco Pirata, y entre 5 y el 29 de junio desembarca en los Teatros del Canal, en Madrid, con su última obra Blaubeeren.
"Siempre me han tocado las cosas buenas de la vida", reflexiona en el arranque del primer capítulo de 730 días. La enfermedad como espeja del tiempo. La enfermedad como espejo del tiempo, el libro que acaba de lanzar y en el que relata el momento en el que tuvo que poner su vida en suspenso y dejar parados numerosos proyectos laborales y personales porque le tocaba hacer frente a lo que no era, en principio, una cosa buena de la vida.
Con 48 años descubrió que tenía un síndrome mielodisplásico de incierto pronóstico que en pocos meses acabó siendo una leucemia. Entonces llevaba un tiempo viviendo en Los Ángeles, con Marta y sus dos hijos, volcado en su trabajo. Quiso volverse a España para recibir tratamiento y su amiga Penélope Cruz le había puesto en contacto con un especialista en hemato-oncología pediátrica del Hospital La Paz, pero su delicado estado de salud le impidió volar hasta Madrid.
Entonces comenzó un periplo de tratamientos en el City oh Hope, un centro especializado en cáncer a sólo 20 minutos de su casa que cubría al 100% el seguro del sindicato americano de actores. La quimioterapia, la radioterapia y el transplante de médula, cuyo donante fue su hermano, le dejaron físicamente fuera de juego. De todo ello habla en el libro, cuenta con detalle sus síntomas físicos, pero también el seísmo emocional que vive. "Han volado estos dos años, los más importantes de mi vida. Los más duros. Los más mágicos", escribe en el libro.
Creo que hoy, 28 de mayo, hay que felicitarte porque, como cuentas en el libro, es tu cumplevida.
Realmente cumplo vida mañana. Hoy lo que se cumple es un año de que empezó la transfusión, el trasplante. Pero empezó a las once de la noche y terminó nueve horas más tarde. Con lo cual digamos que renacer, renacer. Renazco mañana (29 de mayo).
¿Y cómo estás? ¿Cómo te encuentras? ¿Tu cuerpo empieza a recuperarse?
Sí, yo me encuentro cada vez mejor, pero va muy despacio, paso a paso y lento, lento. Digamos que es como si hubiera hecho cumbre en el Everest, que para mí es el trasplante, y en la bajada hay que tener mucho cuidado. Hay que ir muy despacito porque, aunque estoy fuera de enfermedad, aunque he puesto la bandera en la cima, pues la bajada, después de una subida tan dura, tan ardua, está llena de efectos secundarios, tanto del propio trasplante en sí mismo, que acarrea una enfermedad llamada EICR, enfermedad de injerto contra el receptor, que es que las células que han sido recién implantadas no reconocen la casa en la que habitan ahora y atacan, como los efectos colaterales tanto de la quimio como de la radiación como de la medicación que estoy tomando precisamente para evitar ese EICR.
¿Ya son los únicos tratamientos que sigues ahora?
Sí, lo que pasa es que los tratamientos contra el EICR provocan a su vez inmunodepresión, con lo cual necesito una medicación especial: antivirales, protector de hígado, protector gástrico y complementación, como magnesio y vitamina B12.
En el libro cuentas que cuando te plantean escribir el libro no le ves mucho sentido, pero luego dices ‘bueno, por qué no’. Al final escribirlo te ha ayudado mucho...
Es la principal razón por la que lo escrito, porque es un libro de autoayuda, pero muy autoayuda, me ha ayudado mucho a mí mismo para vérmelas conmigo mismo, para charlar con mis ancestros, para charlar con el niño que fui, para muchas cosas. Luego, hay un afán divulgativo y, por supuesto, un componente vanidoso, pero sobre todo el impulso de escribirlo nace de la soledad durante el proceso. Y no de la soledad física, porque he estado muy bien acompañado 24/7, porque Marta no se ha separado de mí y era la mejor de las compañías, pero había una soledad interior. Había una soledad que tiene que ver con estar viviendo algo que ella no estaba viviendo, con la que no podía compartir más que lo que me pasaba, pero ella no me devolvía algo similar. El hecho de no poder hablar con otra gente que estaba viviendo lo mismo o que había pasado por lo mismo era un vacío importante. Imaginar que alguien puede leer un libro de alguien que está atravesando, o que atravesó en su momento, una historia parecida a la que esa persona esté atravesando o la tenga por delante me parecía interesante. Creo que la divulgación no tiene tanto que ver con una divulgación científica, porque no soy científico ni mucho menos, es más como un acompañamiento. A mí me ha servido de compañía escribirlo después del trasplante, en un periodo muy duro que es el postrasplante, porque no te diría que es más duro, pero al menos igual de duro que el transplante.
Es duro leer en el libro todo el proceso, todo lo que te has pasado a nivel físico...
Durante todo el proceso curativo, que me gusta más llamarlo así que enfermedad, Marta y yo hicimos un documental que se estrenará este año, en otoño, espero, y cuando he visto imágenes meses después, me he sorprendido a mí mismo de los momentos que he vivido y que están captados. El documental está centrado en la enfermedad, en el proceso hospitalario, y en el montaje de 14.4, la obra de teatro que hice a 9.000 kilómetros de distancia. Es contar cómo lo creativo ayuda a lo curativo, lo acompaña, y todo lo que me ayudó el teatro para sobrellevar lo que estaba viviendo.
Pero no deja de ser trabajo y estabas mal...
Tengo la suerte de hacer un trabajo que me encanta porque, siendo hijo de funcionarios a los que no les gustaba nada su trabajo, me suena a placer de dioses. Yo, cuando los médicos me dicen ‘no te líes a trabajar’, digo: "Un momento, a ti te gusta tu profesión como médico, eres un apasionado de lo tuyo. ¿A que echas de menos cuando estás de vacaciones el poder estar ayudando a la gente?”. Además, en mi trabajo estar de vacaciones es estar en paro, entonces para mí trabajar es el placer. El trabajo y estar con mi familia es el mayor placer.
Me han llamado la atención dos cosas sobre las que reflexionas en 730 días. Una es que en los capítulos iniciales insistes varias veces en que te consideras una persona con suerte, aunque dices que has recibido hostias de todo tipo.
Sí, sí, una cosa no quita la otra. Soy un tío con suerte y sigo vivo. ¡Más suerte que esa en alguien que ha atravesado lo que yo he atravesado! Creo que con la suerte hay un factor que no depende de uno, pero hay un factor que sí depende de uno. La vida está llena de hostias, físicas y figuradas, y si uno pretende que la vida sea lo que uno espera... La vida es saber lidiar con los obstáculos que se nos van planteando; eso es la vida, ni más ni menos. O sea, uno no puede evitar tener una expectativa y la expectativa nunca se cumple, pero puedes incluso mejorarla. Y alguien que se dedica, como yo, a poner en escena obras de teatro. Mira, yo tengo una idea de la obra de teatro, pero el primer día de ensayos la idea se ha ido a la mierda porque he visto a los actores ya con el texto en la boca y he dicho ‘guau, mucho más interesante ir por aquí’. Creo que la vida es eso, descubrir que es mucho más interesante lo que te propone la propia vida que la idea que tú tenías de lo que iba a ser, incluidas las enfermedades, los dolores y las despedidas.
La vida manda y cuanto antes te enteres de que la vida manda, mejor, para no estar todo el rato mirando hacia el pasado diciendo ‘ay, si hubiera’. Chico, mira dónde estás, estás vivo y estás pudiendo decir ‘ay, si pudiera’. Como decimos Ahmed, Botto (Juan Diego) y yo en 14.4 —la obra de teatro creada por los dos últimos y protagonizada por el primero—: “Aquellos ‘cinturonazos’ hacen que hoy esté aquí hablando con todos ustedes en un teatro”. Si a Ahmed no lo hubieran pegado en casa, no se habría escapado y hoy sería chatarrero en Ksar el-Kebir, y resulta que está pudiendo contar su historia delante de los espectadores. El maltrato de su padre fue una putada, lo fue, pero también fue una bendición. Es decir que todo tiene buena suerte y mala suerte, y lo interesante es aceptar el golpe y tener la suficiente paciencia para ver en qué se transforma ese golpe.
¿Tú supiste aceptar la enfermedad desde el principio?
No, no, no, yo no me he curado de nada. Internamente me he curado de una enfermedad, físicamente, pero estoy en el proceso de respirar lo que me ha pasado y lo que me sigue pasando todos los días. Podríamos pensar que, por desgracia, me sigue doliendo todo el cuerpo. Ahora mismo tengo un pinchazo en el tobillo izquierdo de puta madre, pero ese pinchazo me tiene anclado a este momento contigo. O sea, estoy no solamente mentalmente contigo, sino estoy también conmigo porque me pincha el pie. Eso es un regalo en cierto modo. Sentir náuseas, que es algo que siento cinco o seis veces al día, mareos, que me duela el cuerpo para levantarme, para sentarme... Esos son dolores a los que uno va se va acostumbrando, pero que el que te vayas acostumbrando no significa que tu cuerpo no te esté diciendo 'aquí duele, ay, aquí duele, ay, aquí duele’ y por eso estés aquí y ahora.
Lo otro que me que me llama la atención es la figura de tu padre, que está en todo el libro. No sé si al escribirlo tratabas de reconciliarte, de reafirmarte en que lo querías.
El libro está dedicado a mi padre, a un papá inalcanzable, como digo al principio. Yo he pasado por muchas etapas desde que empecé a hacer terapia con 26 años, a raíz de un episodio profesional que tuve con Peter Brook que me empujó directamente a terapia. O sea, la mitad de mi vida fue sin terapia y la otra mitad ha sido terapeutizada. Entonces, en esta segunda mitad de mi vida, he pasado muchas veces por odiar a papá y por reconciliarme con él todo el rato.
Este libro digamos que es la suma de las dos, pero también desde un lugar un poquito más ecuánime. Yo siempre he pensado, bueno no siempre, en los últimos años, que el antónimo de amor no es odio, es miedo. Allí donde donde hay miedo no puede haber amor y viceversa, donde hay amor el miedo desaparece. De hecho cuando hacemos el amor se para el mundo y no hay miedo, no hay miedo a la muerte. La muerte no existe. Durante estos años, como digo, he vivido eso, y en el libro lo que vivo es la convivencia del amor y el miedo, que yo pensaba que eran absolutamente incompatibles: a la persona que más he temido es a la que más he querido y es a la que más quiero. Eso para mí ha sido uno de los aprendizajes que me he regalado 730 días.
En el libro descubres al lector que tu padre falleció de leucemia y tu abuelo también. Afortunadamente tu enfermedad, genéticamente, no tiene nada que ver son la suya.
No, y probablemente ni la de mi padre con el suyo. Quizás haya una tendencia psicosomática o epigenética, pero no genética. No, no es hereditaria, por lo menos desde el punto de vista médico, otra cosa es que haya una tendencia familiar que es la que llamo ‘La maldición de los Luises’.
Mi padre era Luis Peris-Mencheta Guix y mi abuelo era Luis Enrique Peris-Mencheta de los Ríos Mélida, y a mí me bautizaron como Luis Sergio Peris-Mencheta Barrio. De las primeras cosas que hice cuando me dijeron que tenía un síndrome mielodisplásico es ir al Registro Civil y decir: “Por favor, me van a quitar ustedes el nombre de Luis, por Dios, con el que no me identifico”. Desde el punto de vista formal lo quité y en mi DNI pone Sergio y en el pasaporte pone Sergio y esa parte está renovada. Pero luego toca la otra, la que tiene que ver con algo más kármico o epigenético, como te decía antes, que se hereda de generación en generación y con lo que yo he querido poner un límite y que tiene mucho que ver con la infravaloración, con el aparentar que uno es más fuerte de lo que realmente es, que es menos sensible, que no tiene nada de femenino, que es un macho alfa, que va a llevar el apellido con su guion incluido hasta donde haga falta, etcétera, etcétera. Y que además tiene mucha relación con un maltrato que yo sufrí en la infancia, que sufrió mi padre y no sé hasta qué punto lo sufrió mi abuelo, pero que yo he cortado de raíz. O sea, yo no solo no le pongo la mano encima a mis hijos, sino que ¡ay de aquel al que se le ocurra maltratar al suyo delante mío! Es algo que rechazo profundamente y a lo que le tengo mucho miedo, probablemente es a lo que le tengo más miedo. Es a lo que tenía más miedo cuando nos quedamos embarazados, a reproducir el patrón y, bueno, pues no he tenido ni la tentación. Con lo cual, hay algo ahí que se está rompiendo.

Recibiste tratamiento en Estados Unidos y en diciembre de 2024 volvisteis a España... y no habéis regresado
Vinimos a pasar un mes y medio: primero, para pasar las fiestas con la familia, para reencontrarme con la gente después de dos años, y después, para hacer unas audiciones del proyecto que voy a empezar a dirigir en diciembre de este año y tenerlo listo, porque en principio yo volvía Estados Unidos y no iba a tener la oportunidad de hacerlo. No he vuelto porque hubo un incendio en Los Ángeles y no podía estar allí por el humo, con lo cual me recomendaron que me quedara. Y así hasta hoy, que hemos terminado vendiendo aquella casa y nos hemos instalado aquí.
Cuando tomó el poder, ostentó el poder Trump con sus políticas de ficción, no solamente yo, muchos amigos que están viviendo allí se están planteando volver. Incluso te diría que muchos americanos quieren venirse a España, concretamente la ciudad de Valencia. Creo que es el primer destino elegido por los americanos.
El 5 de junio desembarcas en la casa que tantos éxitos te ha dado, en los Teatros del Canal de Madrid, con Blaubeeren. ¿Cómo afrontas tu primer proyecto teatral después de la enfermedad?
Bueno, 14.4 lo dirigí desde el hospital durante mi proceso curativo. Estoy feliz de poder tocar la escenografía, de poder estar solo en el espacio cuando los actores están descansando en los ensayos, pudiendo comprobar si lo que les pido es factible y, además, estoy en un momento en el que, como se dice en francés “laissez faire, laissez passer”, les estoy dejando a ver hasta dónde llegan. No les estoy dando notas sistemáticamente, me alejo de mis expectativas y veo más lo que ofrecen ellos que conocen mejor que yo el texto, porque se lo han estudiado y se lo saben de memoria, y por lo tanto las vivencias de los personajes que interpretan, que son varios en la mayor parte de los casos, y confiando en ellos, en los actores, igual que me encantaría que los directores confiaran en mí cuando actúo. Está saliendo muy fácil todo: no siento presión, no siento autoexigencia, no me juzgo.
¿Eres diferente director ahora?
Me lo tomo de una manera más sana, pero creo que siempre me he tomado de manera más sana la dirección que la actuación. Con la actuación he sido más censor de mí mismo.
¿Te gusta más la dirección que la actuación?
Son dos cosas completamente complementarias. Dirigir me permite contar lo que me apetece, hablar de las cosas que me mueven, imaginar un mundo distinto y sanar el mundo de algún modo también desde ahí. Actuando no me toca contar las historias que me apetecen a mí, sino las que le apetecen a otros, al director y al autor que lo ha escrito y como director elijo los textos que quiero contar. Pero esto también me vacía de mí y como actor me viene muy bien ponerme al servicio de las ideas de otros y confiar en otros. Considero que son perfectamente complementarios, no es elegir entre papá o mamá.
¿Sergio, cuando decidiste que querías contar la historia de Blaubeeren?
Lo decidí hace tres años cuando leí el texto y me fascinó la idea de completar ese álbum de fotografías. Primero, la idea de que el protagonista de la función sea un álbum de fotos y no unos personajes en concreto. A través del álbum de fotos aparecen esos personajes, pero el protagonista son 116 fotografías. Me fascina la idea de completarlas, de proponerle al espectador que complete lo que está fuera del cuadro, que es lo que a mí me pasa con una foto antigua cuando trato de imaginar qué es lo que hay detrás, quién tiraba la foto, quiénes eran esas personas... Algo que empieza siendo una obra de teatro-documento se termina convirtiendo en un thriller de investigación donde tratamos de averiguar quién es el dueño del álbum, quiénes salen en esas fotografías.
Además, es un ejercicio de memoria, que es algo que casi llevo en el ADN: la necesidad no solamente como hijo de emigrantes y de exiliados, sino también como español que vive en un país que todavía no se ha enterado de que si no haces las paces con tu memoria, con tus ancestros, es difícil que seamos uno, que nos sintamos todos españoles. Somos el segundo país del mundo con más enterrados en cunetas, con más desaparecidos, y creo que esa cuenta pendiente tiene que sanarse. Esta obra habla principalmente de memoria y habla de un genocidio. Nos ubica en el paradigma del genocidio que es Auschwitz que está en la historia como un lugar de torturas, de genocidio, de matanzas y de asesinatos. Pero al mismo tiempo, la función, tiene la función, valga la redundancia, de ponernos en el espejo del ser humano porque aquellos que fueron perpetradores de todo esto, que estaban en la cadena del genocidio, podríamos ser tú y yo, aunque a uno le cueste mirarse en el espejo. Descubrimos que todas estas personas, que no fueron cuatro ni cinco, ni seis, que fue todo un país, estaban convencidos de que había una raza que había que exterminar, que había una cultura que era peligrosa. Eran gente como tú y como yo, no habían tenido traumas en la infancia ni les habían pinchado un veneno; era gente que tenía el cerebro lo suficientemente lavado como para cometer eso o, por lo menos, como para mirar hacia otro lado. Y de hecho lo estamos viviendo hoy en día, seguimos mirando para otro lado.

Hay que mantener esa memoria para hacer las paces, para no volverlo a repetir, pero se sigue repitiendo y sigue pasando.
Sigue sucediendo. La idea de hacer la obra nace hace tres años y, por desgracia, es absolutamente pertinente hoy en día. Nos recuerda que seguimos tropezando con la misma piedra y que hay cosas que están por encima de... Digamos que los mercados, por decirlo de una manera rápida y genérica, están por encima de la humanidad.