El ritual de volver a las fiestas de pueblo: "Representa una ruptura temporal y simbólica del orden social establecido"
La pertenencia, el arraigo y la función social que desempeñan hace que estos eventos perduren incluso en pueblos prácticamente deshabitados el resto del año.

La escena se repite año tras año como un ritual. Familias enteras o grupos de amigos de la infancia salen este puente del 15 de agosto, festividad nacional y casi inamovible del calendario, hacia sus pueblos. La virgen de agosto o el día de la Asunción de la virgen, según el calendario católico, une a todo el país en una celebración descentralizada: todo el mundo vuelve a su pueblo, el pueblo de sus padres, sus abuelos o donde han veraneado de niños con el fin de reunirse entre orquestas, bailes y comidas tradicionales.
Este peculiar éxodo se repite como un ritual cada año de forma que incluso las familias organizan sus días de vacaciones para irse al pueblo durante las fiestas que coinciden con este 15 de agosto. Pueblos que, en muchas ocasiones no atraen tanta gente el resto del año. Laura, de 32 años, se reunirá con su familia, que en su mayoría vive en Madrid, en Escalona y en El Casar de Escalona, pueblos toledanos de nacimiento de sus abuelos. "Mis padres en realidad vivieron en Talavera de la Reina, pero cada año íbamos a Escalona y El Casar a pasar las fiestas de San Roque y de la Asunción", explica a El HuffPost.
Ambas localidades, cuentan con algo más de 3.000 y 2.000 habitantes respectivamente, pero en estas fiestas de verano, como tantos pueblos de la conocida como España vaciada, multiplican su población. "Mis padres tenían su peña, yo no he seguido tanto con eso, pero sí que voy cada año a la limonada, a las orquestas, los conciertos... Es un ambiente que, aunque en Madrid esté San Isidro y las verbenas, nunca se podrá vivir en la capital, hay un sentimiento ahí que es distinto", recalca.
Durante el puente de agosto, las distintas celebraciones, en general de origen religioso, abarcan todo tipo de propuestas, desde las medievales como las de Medina del Campo (Valladolid) con su Semana Renacentista o las recreaciones históricas del Diagosto en La Alberca (Salamanca) —aunque este año se verán empañadas por el fuego que anega la zona—, pero también las tradicionales fiestas de moros y cristianos como las de Benilloba en Alicante o las que cuentan con temáticas como la Pinochada de Vinuesa (Soria). Pero también se trasladan a capitales como Málaga, con su tradicional feria; la verbena de la Paloma en Madrid; la Semana Grande o Aste Nagusia en Bilbao, o San Lorenzo en Huesca.
Más allá de las cervezas, los calimotxos y de que en la misma noche suenen Paquito el Chocolatero y el último éxito de Bad Bunny, hay un factor social que hace que por muchos años que pasen y por mucho que las vacaciones en destinos paradisiacos inunden Instagram, sobrevivan a todo ese postureo.
"Las fiestas populares cumplen una función social fundamental: reunir a la comunidad en torno a un acto colectivo que representa una ruptura temporal y simbólica del orden social establecido", explica a El HuffPost Iñigo Sánchez Fuarros, doctor en Antropología por la Universidad de Barcelona, etnomusicólogo e investigador del Instituto de Ciencias del Patrimonio (INCIPIT-CSIC).
Estas fiestas son, según él, "fenómenos socioculturales en los que celebramos nuestra identidad en relación con los otros, donde reafirmamos quiénes somos como grupo". De ahí que no pierdan su vigencia a pesar del paso del tiempo y los cambios sociales.
"Las fiestas populares poseen una gran capacidad de adaptación a las nuevas condiciones sociales. En nuestra investigación hemos podido documentar aspectos más permeables al cambio —como el tipo de formaciones musicales que amenizan las fiestas parroquiales y el repertorio que interpretan— junto a otros más estables —como la propia estructura de la fiesta, que se mantiene constante a través del tiempo", explica el investigador que ha centrado su último proyecto, Palcos, en las fiestas populares gallegas y estas construcciones tienen un gran valor simbólico en la articulación de las fiestas.
Allí, han detectado que "existen amenazas reales que comprometen la continuidad de estas celebraciones". "El éxodo rural que afecta gran parte de las zonas rurales de Galicia dificulta encontrar personas dispuestas a organizar la fiesta y vecinos que la financien. Como nos dijeron en múltiples ocasiones durante el trabajo de campo: sen comunidade non hai festa", explica.

Cuando el emigrante mantiene sus raíces, pero el turismo las despersonaliza
En estas fiestas gallegas, Sánchez explica que hay un factor fundamental en esa "vuelta a casa". Por una parte, que el calendario estival favorece ese regreso a sus lugares de origen de muchos emigrantes a las grandes capitales, incluso generación tras generación. "Por otro lado, a pesar del desarraigo, una de las formas en que los emigrantes mantenían —y mantienen— el vínculo con la aldea es participando en la financiación de las fiestas parroquiales. Muchos de los palcos de música que hemos estudiado fueron sufragados con dinero procedente de la emigración", explica.
"No debemos pasar por alto que los eventos festivos operan como marcadores identitarios, consolidando el sentimiento de pertenencia hacia un lugar o grupo. Esto es especialmente evidente en el caso de las fiestas parroquiales, celebraciones comunitarias vinculadas a la idea de 'parroquia', una unidad administrativa histórica de profundo arraigo en la sociedad gallega", señala.
Tal y como señala, "prácticamente todo el mundo tiene una parroquia de adscripción", por lo que "el día de la fiesta parroquial se convierte en esa oportunidad única de celebrar ese 'nosotros', que tiene una dimensión pública —la que se escenifica en el campo da festa —y una dimensión privada— la que acontece en el ámbito familiar".
Para él, este "sentimiento de pertenencia tiene un peso fundamental en este tipo de celebraciones" y esto llega a puntos de evidenciarse en las rivalidades entre parroquias para celebrar la mejor.
Este arraigo puede chocar frontalmente con la popularidad excesiva de algunas fiestas y verbenas, como ha sucedido con celebraciones de ciudades como los Sanfermines, la Feria de Abril o las Fallas, donde se ha visto desvirtuado por el turismo y los visitantes.
"El turismo masivo, por su carácter potencialmente extractivo, puede representar una amenaza para los modos de vida locales y, por extensión, para las propias fiestas", explica y pone como ejemplo claro el caso de las fiestas populares del barrio de Gràcia en Barcelona, que han pasado de celebraciones vecinales a "macroeventos".
Sin embargo, cree que "en el caso de las verbenas y fiestas parroquiales gallegas, el turismo masivo no constituye una amenaza porque operan en una escala completamente diferente" ya que son tantas las que se celebran por todo el territorio gallego que es difícil centrar el turismo en un evento. Tal y como apunta Sánchez, la aplicación Orquestas de Galicia enumera entre 180 y 200 festejos solo el 15 de agosto.
"La propia idiosincrasia de estas celebraciones hace que sean difíciles de asimilar para una sensibilidad foránea. Tienen sus propios tiempos y espacios, que requieren un conocimiento previo para ser plenamente comprendidas", señala, aunque apunta que a nivel local otras celebraciones como el entroido (el carnaval) sí son especialmente sensibles a este turismo masivo, sobre todo en zonas rurales.
Frente a esta posible amenaza, Sánchez apunta que la juventud gallega tiene un renovado interés por las "verbenas y las fiestas populares, lo que permite vislumbrar un futuro prometedor para estas celebraciones, siempre que consigan el equilibrio entre tradición e innovación".
La música como elemento central y las amenazas que supone la burocratización
Las orquestas, en Galicia y en buena parte del país, suponen uno de los elementos vertebradores de estas fiestas y verbenas. Solo en esta comunidad autónoma, Orquestas de Galicia, cifra en más de 250, muchas de ellas con hasta 90 o 100 bolos cada verano en fiestas populares.
Aunque Sánchez recuerda que el repertorio e incluso el formato que han llevado las orquestas a las fiestas parroquiales ha ido evolucionando. "La evolución del tipo de formación musical, el repertorio y la forma de presentarse nos hablan de cambios más profundos en la fiesta y en la sociedad gallega en su conjunto", explica Sánchez, quien apunta a que estos palcos foco de su investigación, "a diferencia de los quioscos de música circulares y semicirculares que encontramos en las ciudades, son estructuras modestas y rectangulares, construidas por los propios vecinos con materiales locales como cemento, ladrillo, hormigón y bloques".
Su origen, tal y como cuenta el antropólogo, estaba en humildes estructuras improvisadas por la propia comisión de festas levantadas anualmente con madera y lonas, pero fueron haciéndose permanentes a partir de los años 70, también en paralelo a la electrificación de zonas rurales.
A pesar de lo simbólico que supone, "la popularización de los escenarios móviles en la década de 1990 supuso un nuevo punto de inflexión". "Las orquestas comenzaron a traer sus propios escenarios en remolques especialmente adaptados, lo que llevó a algunos pueblos a reubicar el campo da festa hacia las afueras para acomodar estos montajes de mayor envergadura", señala, volviendo estos palcos obsoletos.
Ahora hay que añadir también el despliegue técnico las orquestas, como puede ser el de la archiconocida Panorama, que lleva consigo hasta siete tráilers para mover el escenario, además de un autobús donde viaja el conjunto.
"En paralelo, las formaciones musicales y sus repertorios también fueron evolucionando: de dúos y tríos a grupos, y de grupos a orquestas con un despliegue de medios técnicos que nada tiene que envidiar a cualquier estrella del pop nacional del momento. Sin embargo, lo que no ha cambiado es su lugar en la fiesta", explica y apunta que siguen siendo el epicentro de la fiesta, aunque este sea móvil.
Además, recuerda que la música está presente en distintos formatos a lo largo de todas las fiestas. "Los gaiteros o la charanga ameniza la alborada, mientras la sesión vermú sigue contando con música en directo, y durante la verbena ya se ha convertido en tradición la alternancia entre dos orquestas —o una orquesta y un DJ— para que la música no pare en ningún momento", detalla.
Aunque algunas fiestas populares han ido denunciando poco a poco la privatización de espacios, la necesidad de incluso pagar una entrada o consumiciones, mientras que tradicionalmente los aperitivos y, en muchos casos, la bebida eran gratuitos, el espacio sigue siendo público ya sea la plaza o el campo.
"La gestión del campo da festa recae, en la mayoría de los casos, en la comisión de festas, que, a su vez, está compuesta por vecinos de la parroquia. El alquiler de ese espacio a feriantes o negocios de hostelería durante los días de fiesta supone una fuente de ingresos para financiar las celebraciones", explica Sánchez, quien recuerda que en algunos casos la comisión organizadora delega en una empresa la organización.
Por ejemplo, en muchas fiestas populares se ha prohibido el botellón o se sanciona el beber fuera de la plaza o el espacio público delimitado para ello, lo que hace que se obligue a consumir en las barras de la organización. "Cada vez es más frecuente la presencia de seguridad privada a la entrada del campo da festa para impedir el acceso con alcohol, lo que pone en evidencia los cambios silenciosos que se van imponiendo en la manera de hacer la fiesta", expone el experto.
Estas sanciones, la burocatrización y la profesionalización de la organización de estas fiestas son solo una muestra de los cambios y los riesgos de la pérdida de lo colectivo. Mientras que el arraigo y el vínculo de origen se mantienen pasen los años que pasen, las fiestas van evolucionando con una orquesta en el centro.
