Estudios analizan si son más inteligentes los que se enfadan o los que conservan la calma
Tiene que ver con la gestión emocional de cada uno.

No se trata simplemente de una cuestión de carácter, sino de inteligencia emocional. Así lo sugieren diversas investigaciones psicológicas que invitan a ir más allá del viejo dilema entre impulsividad y autocontrol. La clave no está en reprimir ni en reaccionar sin filtro, sino en aprender a gestionar nuestras emociones de forma consciente y saludable.
Sentir enfado no nos hace menos inteligentes. De hecho, la ira puede ser una señal útil: nos avisa de que algo va mal, nos impulsa a poner límites o a actuar frente a una injusticia. Sin embargo, cuando no sabemos manejarla, puede volverse destructiva y dañar tanto nuestras relaciones como nuestro equilibrio personal.
La verdadera gestión emocional no consiste en ignorar lo que sentimos, sino en reconocer esas emociones, comprenderlas y convertirlas en una herramienta a nuestro favor.
Dejar pasar no es lo mismo que ignorar
Muchas veces se confunde el "dejar ir" con simplemente callar o mirar hacia otro lado. Pero eso, lejos de ser saludable, puede conducir a la acumulación de malestar, con consecuencias físicas y mentales como ansiedad, fatiga o tensiones internas.
Soltar, en cambio, es una elección consciente. Significa aceptar lo que no podemos cambiar, liberarnos del rencor y cuidar de nuestra salud emocional. Es un acto de fortaleza, no de sumisión.
Lo que dice la inteligencia emocional
El psicólogo Daniel Goleman definió la inteligencia emocional como la capacidad de reconocer, comprender y gestionar nuestras propias emociones y las de los demás. Según él, las personas emocionalmente inteligentes desarrollan habilidades clave como:
- Autoconciencia, para identificar lo que sienten y por qué.
- Autorregulación, para actuar con calma y no desde el impulso.
- Empatía, para ponerse en el lugar del otro incluso en situaciones tensas.
- Habilidades sociales, para comunicarse de forma respetuosa y efectiva.
En momentos de ira intensa, el cerebro reacciona activando la amígdala, el centro que regula nuestras emociones. Esto puede entorpecer la capacidad de pensar con claridad y tomar buenas decisiones.
Por eso, aprender a manejar nuestras emociones también mejora nuestras funciones cognitivas. Estrategias como el mindfulness o la reestructuración de pensamientos negativos permiten observar lo que sentimos con mayor perspectiva.
Con el tiempo, quienes desarrollan estas herramientas logran una vida emocional más equilibrada, relaciones más sanas y un bienestar mental más sólido. No se trata de reprimir ni de estallar: la verdadera inteligencia está en saber cómo, cuándo y por qué responder, tal y como destaca el medio Studenti.
