El islote de Canarias que se convirtió en refugio de piratas y que debe su nombre a los animales que lo habitaron
Un pequeño paraíso donde la naturaleza reina en su máxima expresión.

A apenas dos kilómetros al norte de Fuerteventura emerge un islote volcánico compacto y silencioso que, pese a su reducido tamaño, guarda historias milenarias, huellas de saqueadores y una naturaleza que obligó a protegerlo hace más de cuatro décadas. En medio de un sinfín de paisajes vírgenes y aguas que invitan al baño emerge un enclave donde el tiempo se ralentiza y la naturaleza reina en su máxima expresión.
Estamos hablando del islote de Lobos, un espacio natural de apenas 4,7 kilómetros de superficie cuyo perfil se recorta en el horizonte entre Corralejo y Lanzarote y que hoy se visita con cupos y permisos para evitar su saturación. Su pequeño tamaño y ubicación estratégica hacen que, desde una vista aérea, este pequeño paraíso se haga pasar perfectamente por la tilde de Fuerteventura.
Lobos destaca no solo por su biodiversidad y paisajes vírgenes, sino también por una peculiaridad: solo cuenta con un habitante permanente, pero a efectos prácticos se considera una isla deshabitada. Su declaración como espacio protegido se remonta a 1982, cuando fue incluida en el Parque Natural de las Dunas de Corralejo e Isla de Lobos, paso clave para preservar su fragilidad ecológica.
¿A qué viene el nombre?
El nombre del islote no es casual, sino que se debe a las grandes colonias de focas monje que habitaban sus calas. Estos animales, popularmente conocidos como lobos marinos, se reunían en grandes cantidades en el islote y consumían casi todo el alimento destinado a la pesca, lo que generó el descontento de los habitantes. Como respuesta, se inició una campaña de caza que, con el paso del tiempo, redujo progresivamente su presencia hasta que finalmente desaparecieron por completo.
Tras un intento fallido de repoblación, el lugar se declaró parque natural y se prohibió cualquier tipo de construcción. Actualmente una escultura y la memoria local recuerdan a esos antiguos moradores, aunque todavía se pueden ver algunas especies nadando por sus aguas, se está estudiando una posible recuperación del hábitat para estos mamíferos. En la otra cara de la moneda, la historia humana en Lobos es mucho más antigua que la animal.
Una serie de investigaciones de la Universidad de la Laguna confirman que esta isla fue un asentamiento romano estacional hace unos 2.000 años dedicado a la obtención de púrpura, un tinte muy valioso extraído de caracoles marinos. Así como después sirvió como refugio para piratas y navegantes, quienes aprovecharon la ausencia de habitantes para establecer un punto de aprovisionamiento, descanso y reparación de embarcaciones.
La isla conserva además una flora y fauna singulares: más de un centenar de especies vegetales adaptadas a la salinidad costera, entre ellas la siempreviva de Lobos; y colonias de aves marinas como pardelas y gaviotas que encuentran en las lagunitas y acantilados lugares seguros de cría. Lobos, pequeña en superficie pero grande en historias, sigue siendo un recordatorio de cómo el paisaje, la arqueología y la conservación pueden coexistir si se conservan bien.
