Nunca me emborrachaba, solo buscaba relajarme. Pero también me di cuenta de que tomarme una copa de vino, o tres, se había convertido en la respuesta habitual al estrés y a la tristeza. Y mi vida, al igual que la de la mayoría de personas que conozco, estaba repleta de esas dos cosas.
La heroína ya no es un problema de barrios marginales de las grandes ciudades. La heroína se ha extendido por los barrios de clase media, media alta y suburbios de Estados Unidos de una forma terrible y dramática. Solo en el estado de Ohio mueren a la semana 24 jóvenes menores de 25 años de sobredosis de heroína.
La heroína tiene como rehén a la persona que era antes. Antes era más alegre, me reía más. Trato de recordar el momento en el que mi mundo empezó a girar a su alrededor. Ahora está presente en casi todas mis conversaciones y, cuando no se habla de ella abiertamente, está en las miradas de entendimiento, en los exasperados suspiros o en las caras de compasión.
Todos tenemos reglas de consumo de marihuana. Algunos no conducimos, no vamos a trabajar o no visitamos a nuestra madre cuando acabamos de fumar. Si empiezas a hacer excepciones (son sólo un par de kilómetros, es viernes y salgo antes, no se va a dar cuenta...), quizá significa que estás perdiendo el control.
Hay adultos como yo en tu entorno que se nos hemos criado con unos padres adictos y, seguramente, no lo sabes. No sabemos qué es normal y a menudo nos comportamos de una forma chocante, o somos irritables o inseguros o frágiles o todo a la vez. No pretendemos ser así. Aquí tienes una lista de cosas que deberías saber de nosotros para entendernos mejor y, tal vez, ayudarnos a lidiar con nosotros mismos.