No queda rastro del Pablo Iglesias chavista, ni del que acompañaba a Syriza en el dulce comienzo de Alexis Tsipras. Su desparpajo en esta etapa en que trata de asaltar los cielos del Palacio de la Moncloa evoca a la niña mala de Vargas Llosa que, cuando es preguntada por sus otras vidas pasadas, responde con sonrisas pícaras y evasivas.