Después de tanto guirigay en la COP21 de París el diciembre pasado para encontrar un instrumento regulatorio que combata el cambio climático, seguimos atrapados en el dogma de que regular es malo para la economía. Al final, fue un evento perezoso en el que se intentó cambiar el mundo, pero sin cambiar nada, a pesar de que hacer cambios en las reglas del juego en el comercio internacional era una necesidad simple y evidente.
Estoy convencido que es posible cambiar el mundo con tan solo 10 centavos de dólar por cada taza de café, té y cacao que bebemos en los países desarrollados. El valor compartido no es un acto de caridad. Es un acto de justicia con quienes trabajan arduamente para producir lo que nosotros disfrutamos.