Adolfo Rodríguez, la melodía del nómada

Adolfo Rodríguez, la melodía del nómada

Formó parte de uno de Los Íberos, uno de los grupos más rabiosamente modernos de los 60 y con Cánovas, Rodrigo y Guzmán grabó 'Señora azul', una de las canciones que retrató el final del franquismo. Ahora recorre España en una caravana mientras prepara un libro de memorias.

Adolfo Rodríguez.Cortesía de Adolfo Rodríguez.

De pronto, Torremolinos fue el paraíso. Como tantos jóvenes de la época, Adolfo Rodríguez encontró en esa localidad, que en aquel momento era un barrio más de Málaga, "un punto de conexión con lo que estaba pasando en el mundo". Rodríguez había nacido por casualidad en Ponferrada en 1948. A su padre lo habían destinado allí para trabajar en la construcción de la central térmica. A los pocos años, la familia regresó a Madrid. En el colegio, Adolfo se apuntó a la rondalla para continuar la pasión artística que le habían transmitido su madre y un abuelo compositor. Antes de cumplir los quince, ya trabajaba en la sede central de la aseguradora Plus Ultra, frente al Palace.

"A la sombra de la película West Side Story empezó a toda la movida de las pandillas, como la del Parra, por Francisco Silvela, o la de los Ojos Negros, por Legazpi -me cuenta durante un alto de su viaje en autocaravana-. También los guateques y el pop y rock que nos llegaban. Con algunos amigos formamos Los Boeing y empezamos a actuar donde podíamos pero ya se oían los ecos que venían de Torremolinos, que era un oasis en el blanco y negro de aquella época. En el 66 tiramos con Los Boeing para allí. Sabíamos que que no había nada en España comparado con aquello y queríamos descubrirlo".

A la entonces capital de la Costa del Sol habían llegado ese verano decenas de grupos de toda España, como Los Ángeles, desde Granada, o Los Soñadores, de Sevilla, Los Plantinos, los ingleses Tom Cats o los alemanes Los Vampiros. También la famosa pianista Pia Beck regentaba el local The Blue Note, con su compañera Marga Samsonowski, e, incluso, el mismísimo Waldo de los Ríos, uno de los artífices del pop español, estaba al frente de la orquesta del hotel Pez Espada, donde se alojaron algunos días el productor Rafael Trabucchelli o Alberto Cortez, uno de los cantantes del momento.

Los Boeing empezaron a tocar en el Pasaje Pizarro, que competía en modernidad y transgresión con el Pasaje Begoña. Allí, Rodríguez se encontró con un personaje fundamental en su biografía: el malagueño Enrique Lozano, un músico y cantante que había estado al frente de una orquesta con la que actuó varias temporadas en hoteles y restaurantes de Inglaterra. Lozano descubrió en esa etapa británica, el rock, el soul y el sonido Tamla Motown. La conexión con Rodríguez fue casi instantánea. Junto a otros dos músicos de la tierra, el batería Diego Cascado, y el bajo Cristóbal de Haro, formaron Los Íberos.

"Adoptamos el mismo nombre que tenía la orquesta pero nuestro estilo era radicalmente distinto. Aquél otoño nos fuimos a Madrid, donde había trabajo todos los días. Tres cadenas se repartían la mayoría de locales, Consulado, Mónaco e Imperator, pero enseguida abrieron JJ y Picadilly o Morrison . Todo iba muy rápido, ¿eh? La verdad es que habíamos currado muchísimo para montar el repertorio. De pronto, apareció Fernando García de la Vega, que era el productor de Escala en Hi-fi, un programa estelar de televisión y nos contrató. Nos iba realmente muy bien".

Sin embargo, el destino está a punto de dar al traste con todo. El 16 de setiembre de 1967 el grupo regresa de una actuación con Massiel, que viaja en otro coche con su padre, el representante Emilio Santamaría. En las inmediaciones de Villacastín (Segovia) la furgoneta se sale de la carretera y choca contra un árbol. El conductor, Antonio Fernández, fallece pocas horas después en el Hospital Provincial de Ávila, donde atienden también al resto de componentes. La recuperación de Enrique será larga y le dejará secuelas.

Unos meses más tarde los ficha Columbia, un sello que busca renovarse tras un pasado glorioso como editores de discos de zarzuela, flamenco y copla. Lozano exige grabar en Londres y la compañía los envía en el verano de 1968 a los estudios DECCA. El sindicato de músicos británicos tiene bloqueado el paso a las contrataciones de profesionales extranjeros y solo admite que Enrique y Adolfo, como cantantes, puedan trabajar a las órdenes del productor Wayne Bickerton. El resto del acompañamiento lo realiza una orquesta formada exclusivamente por ingleses. Pocos meses después se publica el primer sencillo del grupo, Sumertime girl y Hiding behind my smile, que no tarda en convertirse en uno de los discos más vendidos: en España alcanza el top 4 en la lista del diario ABC y la prestigiosa Bilboard lo sitúa en el 30 de su lista de hits.

En una convención de esta revista celebrada en Mallorca, dos directivos de Tamla Motown ofrecen un contrato a Adolfo para emprender una carrera en solitario en EEUU. El músico no se lo piensa mucho y la rechaza. Las cosas les van bien a Los Íberos que se han convertido en una referencia de lo moderno en España. Ivan Zulueta los ha incluído en el reparto de Un, dos, tres… al escondite inglés y también aparecen en Topical Spain. Su primer, y único, álbum comparte campaña de promoción con otros artistas de Columbia, como Rocío Jurado.

"A partir de ahí, chico, empezó el declive -se lamenta. Fue duro. Hasta el 73 intentamos seguir grabando. Resulta emocionante repasar todo lo que hicimos en tan poco tiempo. Ahora que todo ha pasado resulta bonito y halagador que nos tomen por una referencia a lo moderno en aquella época. Hay mucha gente que, al cabo de tantos años, nos descubren con agrado".

Cerrada la etapa de Los íberos, Adolfo se plantea marcharse de España pero Cánovas y Guzmán lo reclutan para el cuarteto que están formando y al que también se suma Rodrigo García. En Hispavox, Trabucchelli se ilusiona con el proyecto. Señora azul, la tarjeta de presentación de Cánovas, Adolfo, Rodrigo y Guzmán (CRAG) ve la luz en la primavera de 1974. Con el disco recién llegado a las tiendas, la banda se aparta de la promoción para salir de gira acompañando a Karina.

"El proyecto como tal, era muy ambicioso, era un super-grupo. Cuatro tíos con grabando, cantando, tocando y componiendo. Teníamos unas herramientas alucinantes para ese esos momentos. Vamos a hacer un grupo que se va a cagar la perra, decíamos. Pero en la perra nos cagamos nosotros que no fuimos capaces de salir a la carretera y cumplir un tour en condiciones. En una palabra, darle cuerpo al proyecto pero aquello tampoco no era ni mucho menos lo que yo había vivido en Torremolinos. CRAG fue una cooperativa al lado de de lo que había sido el espíritu de un grupo de los 60 que era mucho más auténtico. Absolutamente auténtico. Las relaciones entre nosotros tampoco fueron buenas. El mal fario venía de nosotros, no de la industria. Para mí, CRAG representó una frustración importante".

Cuando está a punto de hacer las maletas para irse a vivir al extranjero, Teddy Bautista lo llama para formar parte del musical The Rocky Horror Show en septiembre de 1974. Al cabo de un año, emprende una nueva vida en Suecia, donde se reinventa como protésico dental. Va y viene al país nórdico en varias ocasiones, según las ofertas de trabajo que le llegan de España. En el 84, los CRAG vuelven a reunirse con un resultado tan descorazonador como el anterior.

En 2010, recibe la llamada del líder de Danza Invisible, Javier Ojeda, que está preparando un libro sobre los grupos malagueños de los 60, ha escuchado a Los Íberos y se ha entusiasmado. Les promete que hará todo lo posible por conseguir que vuelvan a tocar juntos. Ojeda se sale con la suya en octubre de 2011 en el Teatro Cervantes de Málaga.

Ahora, Adolfo prepara sus memorias. A bordo de su autocaravana, viaja por España.

Como el nómada que ha sido en la música española.

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Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).