Cincuenta años de posfranquismo
Opinión
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Cincuenta años de posfranquismo

"En su momento, fuimos capaces de resolver inteligentemente el reto de la superación del franquismo, pero hoy hemos vuelto a generar un escenario de irreverencia y odio".

El rey Juan Carlos en su proclamación como rey de España en presencia de la reina Sofía y el príncipe Felipe el 22 de noviembre de 1975.Getty Images

Si hacemos un breve parón meditativo en la frenética carrera política que este país tiene emprendida desde la gran crisis financiera de 2008, que supuso el arranque de una gran convulsión ideológica en todo el mundo, observaremos con aprensión que el clima de la sociedad actual está mucho más tenso y crispado que el de aquella encrucijada singular, la muerte en la cama del dictador que había ganado una guerra y permanecido en el poder absoluto durante casi 40 años.

Podrá argüirse, seguramente con razón, que la sociedad de 1975 estaba anonadada por una tan larga opresión, y que el objetivo preferente que, con gran diferencia, se perseguía colectivamente era la evitación de un conflicto simétrico de la guerra civil, la «vuelta de la tortilla», que el frágil antifranquismo había pretendido desde los cenáculos secretos del interior y desde los círculos de exiliados del exterior. Pero al mismo tiempo, se hubiese entendido que, al desaparecer el caudillo, las fuerzas de oposición hubieran presionado para tomarse el desquite ideológico.

No hubo, sin embargo, una verdadera reacción política, y hay que reconocer que las previsiones de Franco se cumplieron sin vacilar. Juan Carlos, el sucesor designado por el autócrata, fue convenientemente coronado y su primer presidente del Gobierno fue un antiguo fiscal que se ganó el apodo de “carnicerito de Málaga” por sus hazañas al final de la guerra. Su sucesor fue Adolfo Suárez, un personaje clave en el éxito de la Transición pero el reconocimiento de sus méritos no impide recordar que este abulense providencial escaló peldaños en el régimen anterior hasta ser secretario general del Movimiento, es decir, jefe del Partido único. En definitiva, el viraje hacia la democracia se disfrazó con un eslogan pintoresco, «de la ley a la ley», ideado por Torcuato Fernández Miranda: los teóricos de la autocracia , en una especie de juego de magia, forzaron la sustitución de la cruenta ley franquista por la ley democrática. Las Cortes, formadas por prohombres del régimen designados por el aparato, fueron sencillamente engañados, y solo se percataron de ello cuando entendieron que la ley para la Reforma Política que acababan de aprobar representaba la voladura de todo en cuanto creían.

Así, tas constituir un nuevo parlamento ya mediante las urnas, se hizo una Constitución tecnocrática, que representó —este es el aspecto virtuoso del proceso— una combinación de renuncias de todos los actores. En aras de la paz, se aceptó acríticamente la monarquía, cuando o natural hubiera sido vincular la nueva democracia con la vieja, esto es, con la Segunda República; asimismo, la derecha, con Fraga al frente, aceptó los principales estándares democráticos europeos, en tanto la izquierda —socialistas y comunistas—, subyugados por las idas de paz y reconciliación que habían ido fraguando durante la espera en las cavernas, también cedieron hasta donde fue preciso para cerrar el gran trato. Todos, a derecha e izquierda, entendieron que había que dar entrada en al conciliábulo a los nacionalistas.

Es curioso constatar la buena fe de la mayoría político social de la época. Fraga, vehemente exministro de Franco, tuvo éxito en su propósito de incluir en una sola formación democrática a toda la derecha posfranquista. Tan solo se le escapó del redil Blas Piñar, quien durante un breve tiempo (fue diputado entre 1979 y 1982) defendió en el Congreso un atávico proyecto franquista que no consiguió adeptos. Carrillo y González, por su parte, hicieron cuanto pudieron desde su atalaya izquierdista para pacificar los debates, para evitar confrontaciones duras, para mantener unos equilibrios estables en la medida de lo posible.

En definitiva, tras la muerte del dictador se consiguió estructurar un sistema político y social bien organizado, capaz de abarcar todas las ideas y todas las propuestas democráticas. El viaje realizado por una España que salía del ostracismo internacional e ingresaba en la Unión Europea por la puerta grande fue una auténtica proeza, de la que todos debemos felicitarnos. Y aunque nunca la normalidad fue completa —nos acompañó durante demasiado tiempo la sombra homicida de ETA—, las generaciones posteriores al gran cambio pudieron disfrutar durante décadas de magníficas perspectivas de futuro.

Pero algo se torció. Como dijo Santiago Zavala en el Perú de Vargas Llosa, tan bien narrado en “Conversación en La Catedral”, hubo un cierto momento en que se quebró la dirección rectilínea. En 2008 se abatió sobre el mundo una gran crisis económica y financiera que arruinó dramáticamente la senda de creciente bienestar y nos enfrentó con los más negros presagios… Y entonces nos dimos cuenta de que el sistema que habíamos construido no era tan perfecto: crecientes señales de corrupción empezaban a manifestarse. Las relaciones políticas se enturbiaron y la buena fe de quienes habían trabajado para cerrar el ya remoto conflicto fue completamente inútil. Las fechas quedaron marcadas en los calendarios: VOX se fundaba el 17 de diciembre de 2013. Podemos surgía como partido político menos de un mes después: el 14 de enero de 2014.

La situación actual, fruto de la transformación del bipartidismo imperfecto de antaño en un multipartidismo que en ciertas zonas excede del terreno constitucional, es enmarañada. En su momento, fuimos capaces de resolver inteligentemente el reto de la superación del franquismo, pero hoy hemos vuelto a generar un escenario de irreverencia y odio que ni siquiera asomó tan abundantemente en los momentos más delicados de aquella ya remota transformación. En aquel entonces, fiamos la reconciliación en el olvido, y hoy empieza a verse que los fantasmas que surgieron de las grandes tragedias no desaparecen nunca si no son convenientemente identificados y satisfactoriamente enterrados. En definitiva, parece claro que la memoria no transige con el olvido, y que si queremos que este sea un país normal, tendremos que terminar la catarsis que una vez dejamos a medio hacer. No basta con haber enterrado al dictador: también tenemos que liberarnos completamente de sus huellas, materiales e intelectuales. 

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Mallorquín, de Palma de Mallorca, y ascendencia ampurdanesa. Vive en Madrid.

 

Antonio Papell es ingeniero de Caminos, Canales y Puertos del Estado, por oposición. En la Transición, fue director general de Difusión Cultural en el Ministerio de Cultura y vocal asesor de varios ministros y del Gabinete de Adolfo Suárez. Ha sido durante más de dos décadas Director de Publicaciones de la Agencia Española de Cooperación Internacional (Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación). Entre 2012 y 2020 ha sido Director de Comunicación del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y director de la centenaria Revista de Obras Públicas, cuyo consejo estuvo presidido en esta etapa por Miguel Aguiló. Patrono de la Fundación Caminos hasta 2024, en la actualidad es asesor de la Fundación. Ha sido durante varios años codirector del Foro Global de la Ingeniería y Obras Públicas que se celebra anualmente en colaboración con la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en Santander.

 

Fue articulista de la agencia de prensa Colpisa desde los años setenta, con Manu Leguineche; editorialista de Diario 16 entre 1981 y 1989, editorialista y articulista del grupo Vocento desde 1989 hasta el 2021; y después de unos meses como articulista del Grupo Prensa Ibérica, es articulista del Huffington Post. También publica asiduamente en el diario mallorquín Última Hora. Ha sido colaborador del Diario de Barcelona, El País, La Vanguardia, El Periódico, Diario de Mallorca, etc. Ha participado y/o participa como analista político en TVE, RNE, Cuatro, Punto Radio, Cope, TV de Castilla-La Mancha, La Sexta, Telemadrid, etc. Ha sido director adjunto de “El Noticiero de las Ideas”, revista de pensamiento de Vocento. Ha publicado varias novelas y diversos ensayos políticos; el último de ellos, “Elogio de la Transición”, Foca/Akal, 2016.

 

Asimismo, ha publicado para la Ed. Deusto (Planeta) sendas biografías profesionales de los ingenieros de Caminos Juan Miguel Villar Mir y José Luis Manzanares. También es autor de un gran libro conmemorativo sobre el Real Madrid: “Real Madrid, C.F.: El mejor del mundo” (Edit. Global Institute).

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