Contra la crueldad, esperanza feminista
"Es fundamental pensar en cómo evitar que el poder y las instituciones construyan un perímetro que relegue el feminismo solo a cuestiones culturales o simbólicas, alejándonos de la cuestión de la desigualdad económica".
Con el ascenso de la ultraderecha y la llegada al poder de Trump, Milei o Meloni, estamos asistiendo a un despliegue de políticas caracterizadas por diversos elementos –desmantelamiento del Estado, políticas económicas y fiscales para los ricos, recortes de derechos y libertades… – y, sobre todo, marcadas por una cuestión central, el hacer política desde la crueldad y el sadismo. Desde el malismo.
Una crueldad y un sadismo que se normaliza, se banaliza, y se presenta incluso como reconfortante. Frente a incertidumbres y malestares, la reparación de destruir a otros. A las mujeres, a las personas trans, a las migrantes. Prueba de ello, el vídeo ASMR difundido por la Casa Blanca sobre la deportación de personas migrantes. Es decir, destinado a generar una sensación de calma y bienestar a quien lo ve y/o escucha. ¿Y qué produce este placer? El sonido de los grilletes, cadenas y esposas.
A este horizonte de crueldad y sadismo, podemos responderle de dos formas. Una, demasiado extendida por desgracia, es el pesimismo y el derrotismo. Otra, el optimismo y la esperanza, como un activo político a cultivar cada día. Y a hacerlo además desde la puesta en valor de lo que hemos ido logrando, con ilusión, reivindicando las pequeñas victorias, porque, como defiende una amiga, maravillosa activista feminista, migrante y trabajadora doméstica, es esa ilusión la que nos va a poder permitir seguir hablando de hacia dónde vamos, qué es lo que queremos, con qué sociedad soñamos.
Esperanza e ilusión, porque las cosas pueden y deben ir mejor, porque la vida puede ser mejor. Porque no estamos condenadas al cinismo y la tristeza, sino a la alegría de la vida en común y la conquista de derechos.
Y de eso, justo, sabemos mucho, pero que mucho, las feministas. Llevamos décadas arrancando victorias, pequeñas y grandes. Décadas construyendo vida en común. Décadas desafiando lo establecido, los dogmas. A veces, por suerte, hasta los propios. Porque la iconoclastia, la rebeldía, el cuestionamiento, el debate y el disenso tejen nuestra genealogía.
Lo sabemos además porque aprendemos de y con otras. En este sentido, nos toca, una vez más, mirar mucho hacia Latinoamérica y, en concreto, en estos momentos, hacia Argentina. Ellas nos inspiraron con su huelga feminista de 2016 contra las violencias machistas, tras el cruel asesinato Lucía Pérez. Y ellas están hoy pensando y poniendo en práctica nuevas estrategias frente a la ultraderecha. De la mano –o lideradas, incluso– además de las comunidades LGTBQA+, de las trabajadoras sexuales, de las travas y las marronas. Y de la mano también de quienes no tienen resuelto el plato en la mesa, la vivienda o la pensión.
Unas alianzas que nacen también desde la autocrítica y el aprendizaje surgido de ella. Por ejemplo, reflexionando en torno a la necesidad de recuperar la iniciativa y la imaginación, de marcar el horizonte, de pasar a la acción y no quedarse tan solo en la reacción.
Están pensando también en cómo superar la falsa dicotomía entre lo identitario y lo económico. En cómo lograr imbricar lógicas del reconocimiento y de la redistribución. Porque quedarnos solo en políticas identitarias, y esencialistas, excluye a muchas y sobre todo no nos resuelve la vida cotidiana. Pero lo contrario, pensar tanto solo desde lógicas materiales, como ha hecho una parte de la izquierda tradicionalmente, también excluye a muchas y tampoco nos resuelve, por tanto, la vida cotidiana.
En este sentido, es fundamental pensar en cómo evitar que el poder y las instituciones construyan un perímetro que relegue el feminismo solo a cuestiones culturales o simbólicas, alejándonos de la cuestión de la desigualdad económica. Desplazándonos por tanto del proyecto colectivo y comunitario de los feminismos.
Afortunadamente, en nuestro país, el movimiento feminista autónomo, el feminismo con calle, incorpora desde hace años y cada vez más, esa mirada interseccional que tiene en cuenta el género, la clase, la raza y otros ejes. Que pone en el centro los cuidados, la vivienda, la precariedad, la falta de recursos y privatización de los servicios sociales, la defensa de la sanidad y la educación pública, el cierre de los CIEs, los derechos laborales, incluidos los de las jornaleras, trabajadoras domésticas o de atención al domicilio. Algo que le ha valido críticas desde el feminismo liberal por desviarse de la esencia.
Para construir esperanza, frente a la incertidumbre, frente a la crueldad y el sadismo, necesitamos mayor justicia social, mayor redistribución de la riqueza, mayor democracia. Y tenemos que tener muy claro que no incluir la perspectiva feminista en cualquier política pública hace más chiquita la justicia social y la democracia. Nos impide avanzar, marcar horizontes compartidos.
Por eso, nosotras, en Sumar, defendemos que las disputas ideológicas no pueden desvincularse de una disputa también material. No pueden desvincularse de la creación de condiciones justas y equitativas de vida, para todas aquellas cuyo techo es la vida cotidiana, la lucha por resolver esa vida. Y desde ahí, apostamos por un feminismo de acción pública y colectiva en defensa de los servicios públicos, de los derechos sociales y de la política como una herramienta para mejorar la vida de todas. Un feminismo que aspire a ampliar el Estado de Bienestar. Un Estado que asuma su responsabilidad feminista en la garantía de los derechos.
Esta reclama nace de un grito desgarrador que brota de nuestras rabias, de los miedos y pesares que nos sembraron, pero también, como dice la canción de Vivir Quintana, con las alas que nos crecieron. Rugimos con esperanza y amor para que retiemblen los centros de la tierra. Por eso, hoy salimos a las calles, porque nos va la vida en ello.
Amanda Andrades es secretaria de Feminismos de Movimiento Sumar.