Antonio Papell: México, reencuentro cuanto antes
“The American Way of Life”, el modo de vida de América basado teóricamente en unas libertades indeclinables y en un nivel suficiente de recursos, es la utopía que, a través del sistema mediático, se halla a la vista de todos los habitantes de la tierra, muchos de los cuales optan por la emulación.

La globalización, un controvertido fenómeno de hondo calado socioeconómico y político que se asocia sobre todo al desarrollo tecnológico, ha facilitado la movilidad en el mundo, y con ella, las espontáneas migraciones de muchedumbres que, sometidas a las leyes físicas, huyen de la depresión y se desplazan en busca de un acomodo más acogedor que les ofrezca nuevas oportunidades.
Y hoy, precisamente, uno de los problemas objetivos más candentes de la comunidad internacional es el de esos movimientos migratorios de supervivencia con los que las colectividades desahuciadas tratan de acceder a un lugar habitable. A medida que la información permea el planeta con una intensidad asombrosa, la gente toma conciencia de su posición actual real y de sus posibilidades futuras. “The American Way of Life”, el modo de vida de América basado teóricamente en unas libertades indeclinables y en un nivel suficiente de recursos, es la utopía que, a través del sistema mediático, se halla a la vista de todos los habitantes de la tierra, muchos de los cuales optan por la emulación. Y la búsqueda del máximo bienestar se produce con una presteza y un ímpetu que dependen del arrojo de cada cual y de los parámetros que miden el desnivel entre la cruda realidad en que viven y en anhelado bienestar al que aspiran.
El gradiente de riqueza entre los continentes contiguos Europa y África es muy elevado. Al norte del estrecho de Gibraltar, la Unión Europea tiene actualmente un PIB per capita nominal de unos 19.500 euros. Al sur de Gibraltar, el PIB per capita es de apenas unos 2.200 euros anuales, la novena parte del europeo. Entre los Estados Unidos y el conjunto de los países de Latinoamérica y el Caribe, la relación es curiosamente similar: 86.000 USD frente a unos 10.400 USD. Ambos gradientes son muy parecidos, en torno a nueve, pese a tratarse de ámbitos alejados y distintos.
En cualquier caso, lo abultado de esta desproporción entre el norte y el sur del planeta acredita que las desigualdades actuales no son sostenibles. Y eso ya lo sabía la comunidad internacional cuando estableció el siglo pasado fórmulas de cooperación al desarrollo que hasta hace poco estaban lideradas por los Estados Unidos. Pero hay malas noticias: la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), inserta en el sistema de las Naciones Unidas, está siendo desmantelada por la administración Trump. Dicha Agencia aportaba aproximadamente la mitad de los recursos que se empleaban en el mundo para fines humanitarios. Para entender lo que va a suceder, bastará con recordar que desde el año 2000 los programas de USAID han evitado la muerte de 58 millones de personas por tuberculosis, de 25 millones por VIH / SIDA y de más de 11 millones por malaria. Además, la institución ha dado acceso a agua potable a 70 millones de personas y ha ayudado a casi erradicar la polio.
Obviamente, el fin de la cooperación norteamericana agravará las tensiones norte-sur, aunque los demás países desarrollados incrementen su esfuerzo (algo que no ha sucedido todavía y que está por ver que suceda). Por lo que la presión demográfica entre África y Europa (y entre Latinoamérica y USA) se incrementará hasta extremos que podrían quedar fuera de control. Porque la inmigración del sur hacia Europa es benéfica sin duda para las sociedades receptoras, salvo para los que oponen oscuras reservas ideológicas con reminiscencias fascistas, pero aun así es muy difícil gestionar con eficacia un fenómeno de esta índole desordenado y variable, y además tensionado por la urgencia de quienes se hallan en situación de extrema necesidad.
En las actuales circunstancias, la Unión Europea debería ser mucho más activa y ágil frente a este problema, primero porque hay vidas en juego, y segundo porque la presión exorbitante da oxígeno al populismo reaccionario y genera xenofobia y racismo en sectores excéntricos de la población. La situación es tan incómoda que varios países del sur de Europa han intentado resolver por su cuenta parte del problema, mediante gestiones bilaterales con los estados africanos que más emigración emiten. El fenómeno no es nuevo y nuestro ministro Moratinos, en tiempos de Zapatero, ya abrió brecha en tal menester, en un contexto menos emponzoñado que el actual: negoció el control de la emigración por los países emisores a cambio de ayudas y contrapartidas que se englobaban en el concepto de cooperación.
Pero estas improvisaciones no resuelven el problema ni siquiera a medio plazo, y generan además efectos indeseables. “El País” ha publicado no hace mucho una desoladora información aportada por Human Right Watch que explica la súbita caída de llegadas de cayucos a Canarias… La proeza se habría conseguido porque en Mauritania, el país africano que más emigración emite, las autoridades, presionadas por Bruselas, ejercen una brutal represión en forma de palizas, hambre y expulsiones contra quienes quieren partir por mar hacia el norte. Muchos hemos sentido indignación y bochorno al leer y entender lo sucedido.
Pero el problema no es insoluble: para abordar con propiedad el fenómeno migratorio, Europa deberá primero ponerse a trabajar en una tarea ingente: contribuir a desarrollar este sur maltratado por siglos de una colonización salvaje y por una descolonización indecente y artera en la mayoría de los casos, que se acordó en la Conferencia de Berlín de 1884-1885, en la que los países europeos configuraron con tiralíneas y aleatoriamente el reparto de África, velando por los intereses de los colonizadores y consumando un saqueo sistemático. Este objetivo habrá de perseguirse mediante una intensa cooperación al desarrollo que fije a los habitantes a su territorio, no por obligación de quedarse sino como posibilidad real de hacerlo en condiciones, porque el arraigo en el solar familiar es también un derecho humano inalienable. Hoy, la presión africana sobre la opulencia del norte nos recuerda una parte infausta de la historia colonial de nuestros países europeos, y el problema no cesará hasta que reconozcamos aquella dejación de responsabilidad y nos dispongamos a hacer lo posible para ayudar a los africanos a alcanzar la dignidad y el bienestar que merecen. Mientras esto no ocurra, su llamada de desesperación a la puerta de Europa seguirá produciéndose con la frenética intensidad de quien se juega la vida en ello.
