¿Qué prefieres un éxito (comercial) o un fracaso (artístico)?
En la cartelera madrileña hay de todo y mucho. Entre ese todo hay fracasos que, además, son éxitos.

En la cartelera madrileña hay de todo y mucho. Entre ese todo hay fracasos que, además, son éxitos. Es decir, son fracasos artísticos, pero éxitos según la lógica empresarial porque, al tener vendidas todas las entradas producen un éxito económico. Y viceversa ¿Que qué obras han provocado esta reflexión? Sigue leyendo.
Caperucita en Manhattan, hubo una vez un libro

El día del estreno de esta obra en el Teatro de la Abadía se veía la decepción en las caras del público con excepción de aquellas personas cercanas al equipo artístico. Ni siquiera los preadolescentes parecían salir contentos de una obra que protagoniza una chica de su edad y con la que podían identificarse.
Y es que Carolina Yuste, la actriz que hace de la caperucita del título no es capaz de insuflar vida a su personaje, a pesar de que da un recital de técnicas actorales porque es buena. Por eso los espectadores jóvenes, y no solo ellos, la veían como una marioneta. Es una falta de organicidad que recorre todo el montaje. Con sus excepciones: Mamen García y su Miss Lunatic, y Carmen Navarro y su regidor.
Así, el paseo en solitario de Sara Allen, la joven caperucita del título, en un peligroso Manhattan con el que soñaba desde su Brooklyn natal, no acaba de entenderse muy bien si no se interpretan las peripecias como anécdotas o chistes. Ni si quiera se entienden intuitivamente en forma de sensaciones, emociones y sentimientos.
Y se reconoce la belleza que hay en la escenografía de lavadoras creada por Alessio Meloni. O la valentía y sabiduría de dirección que hay en ese comienzo radical de poner a Carmen Martín Gaite, la autora de la famosa novela de los años ochenta en la que se basa la obra, a decir a público que estuvo cinco años secuestrada por la Reina de las Nieves, a puerta gayola.
Pero, la escenografía acaba cansando como recurso por la insistencia en el uso, hasta perder el atractivo inicial. Y la valentía va acomodándose a lo largo del montaje hasta diluirse. Y es que adaptar un libro tan icónico y popular como este es una tarea de riesgo en la que es muy fácil resbalar.
El favor, por favor

El favor que se puede ver en el Teatro Reina Victoria es teatro de salón y clase media que ya ha triunfado en catalán en Barcelona y que ahora se pone en español y con elenco madrileño en Madrid.
La obra es una reunión de chicos, heteros. Hay un amigo homo ausente que está vetado, pero no se sabe por qué y si es necesario que exista este personaje si no es por la cuota. Se trata de amigos de toda la vida. El que los ha convocado informa al resto que él y su esposa son estériles, bueno, él que tiene espermatozoides perezosos, y el proceso de adopción se está alargando en demasía. Por eso les pide que le donen el esperma que necesitan para fecundar a su mujer.
Sin contar nada más, cualquiera que haya visto este tipo de comedias podría escribir lo que se va a ver y se dirán los personajes. Todo es demasiado tópico o esperable. Excepto los mcguffins o distracciones introducidas que no se sabe muy bien a qué vienen.
Y aunque el elenco sobre el papel es bueno, como sabe quién vaya con regularidad al teatro, esta vez no funciona. Con la excepción de César Camino que, dándole un tópico como a todos, saca de la caricatura a su personaje, aunque por el tipo de personaje era el que más difícil lo tenía.
Historia de una escalera, teatro de sobremesa

Se habla siempre de Buero Vallejo como uno de los grandes de la literatura dramática española. Sin embargo, es muy probable que los que vean esta producción del Teatro Español no lleguen a esa conclusión y piensen en él como el ejemplo del teatro que se escribía y se veía con éxito en España. El síntoma de una época. Un dato histórico.
La sensación es que se está ante el episodio piloto de una miniserie para después de los telediarios que acompañan las siestas. Ya que cuenta la historia de unos vecinos de barrio a los que se ve relacionarse en el rellano de la planta en la que viven y en la escalera que suben y bajan entre 1919 y 1949.
Personajes un poco de zarzuela y sainete en las formas y las maneras de decir. Impresión que se marca al principio por la forma en la que presentan los personajes y el conjunto y que luego no hay quien se las quite. Y que llama más la atención si se ha visto al elenco en otras producciones en las que hablan de manera más cercana a como se habla ahora, en la calle y en el teatro.
Puede que los estudiosos y la familia, controladora férrea del legado de este autor, estén contentos con esta producción. También los docentes pues se ajusta a lo que se dice del teatro de Buero en los libros de texto y les servirá de ejemplo. El problema es que da la idea de que el autor no tiene actualidad ni nada que aportar al contexto actual excepto entretenimiento costumbrista.
Los gigantes de la montaña, ir por partes y disfrutarlo

Esta obra que se representa en varios espacios en el Teatro Fernán Gómez es un reto para cualquier compañía y más para una tan pequeña como esta. Lo es por el propio texto que a Pirandello no le dio tiempo a acabar y a la que hay que dar un final. Y lo es por la cantidad de personajes que tiene y por los espacios en los que se desarrolla la acción.
A este reto se aplican el director César Barló y la compañía Alma Viva de una manera que se gana el crédito del espectador y la crítica exigente con la imaginación desplegada para ponerla en escena. Personas que reconociendo que esta producción no funciona en su conjunto, sabrán apreciarla y disfrutarla por partes.
A lo que contribuye el elenco al completo durante toda la función y su manera de decir un texto enrevesado en el que lo poético baila con lo filosófico. Y también la imaginación desbordante de César Barló, que le permite crear escenas como el caótico y confuso carrusel inicial alrededor de la columna de la entrada del teatro. O poner a los espectadores reales que asisten al teatro al otro lado, como si estuvieran en el backstage, para escuchar lo que se supone sucede en las butacas cuando el arte se da de bruces con la realidad cotidiana.
Todo contribuye a contar esa historia en la que los cómicos, aislados del mundo y de la realidad, ya que les resultan amenazantes y peligrosos para su supervivencia, debaten sobre cómo poner su arte en escena. Un arte que, en el final que han dado a esta obra inacabada, cuando se enfrenta a la realidad ni interesa a los que lo financian, los gigantes del título, ni a quienes lo van a disfrutar, el pueblo al que administran dichos gigantes.
Los primeros lo hacen porque el pueblo necesita algo de cultura, que entienden como enseñanza y educación, y se la proveen, que algo aprenderán. Por cierto, una cultura que ellos, como los que mandan, no creen necesitar, que la vida es otra cosa, fundamentalmente negocio y poder. Y el pueblo solo quiere entretenimiento, pasar el tiempo y lo demás, como que se la sopla. Un mundo que se parece a alguna realidad presente ¿verdad?