'Un tranvía llamado deseo', confiar en la amabilidad de los extraños
La nueva producción del texto de Tennessee Williams que se puede ver en el Teatro Español lo tiene todo para triunfar.

La nueva producción de Un tranvía llamado deseo que se puede ver en el Teatro Español lo tiene todo para poder triunfar. Un texto de Tennessee Williams. Tanto autor como texto se consideran de los mejores del siglo XX. Un director ducho en hacer teatro popular a lo grande, David Serrano. Y un buen elenco. Que tiene como protagonista a Nathalie Poza y como antagonista a Pablo Derqui o viceversa. Y que incluye a Jorge Usón en el papel clave de Mitch. Pero viendo el resultado, la pregunta que salta es ¿qué ha pasado con estas premisas?
Sí, la historia está. Esta producción no trata de contemporizar la obra ni en formas ni en ideas. Cuenta que Blanche Dubois, mujer sureña, es decir, norteamericana del sur, de origen francés lo ha perdido todo. Casa. Criados. Dinero. Juventud. Status. Posición social. Trabajo. Y, si fuera una obra del Siglo de Oro español, se diría que también ha perdido la honra, porque tras un desengaño amoroso decide que para ella el sexo será juventud y cantidad.
En ese estado de indigencia que fantasiosamente se niega a aceptar, se dirige a casa de su hermana pequeña en Nueva Orleans. Una hermana que sí ha aceptado su nueva condición de paria y se ha unido a Stanley Kowalsky.
Un hombre con antecedentes polacos y de haber luchado en la II Guerra Mundial. Del que, tal y como se muestra en la función, se podría decir que es un hombre que se viste por los pies y de los que hacen ver fuegos artificiales, que así se dice en la función, a las mujeres con las que se acuesta.
Un buen hombre, pues trae el pan a casa, gracias a que trabaja en una fábrica. Un hombre de amigotes, cerveza, póker y bolos. Que lo mismo abraza a su mujer con cariño, que se le va la mano y la pega. Y seguiría pegándola si no le paran o le llaman al orden.
Es normal que cuñada y cuñado, dos caracteres tan distintos, choquen al convivir en el apartamento tan pequeño en el que viven. Antecedente de los minipisos del Canal de Casa, pero sin ningún glamur. Localizado en un barrio obrero y periférico que está pasado el cementerio. Al que lleva un tranvía llamado Deseo. Una referencias que no hace mucho sonaban evocadoras pero que ahora resultan ridículas, de literatura cursi.
En medio de ellos se encuentran la hermana y otros personajes que pululan a su alrededor tratando de que la cosa no se desmande. Algo imposible. Los cuñados no se entienden y se sienten agraviados y amenazados por la simple presencia del otro. Por su mera existencia, porque el uno pone en cuestión lo que es y ha sido la otra y viceversa.

Teniendo en cuenta los párrafos anteriores, el primer problema que plantea la obra es tratar de averiguar la necesidad de subirla a escena. Algo que no solo se hace en España, sino que con cierta regularidad en las grandes capitales del teatro en inglés con la presencia de actores hollywoodienses. La última con el actor emergente Paul Mescal, protagonista de Gladiator II, en Londres y Nueva York. ¿Qué ven en ella los artistas y qué quieren contar cuando deciden representarla?
¿Podrían verla como una metáfora de la lucha política actual? La lucha entre los que sabiendo y habiendo conocido la dureza y diversidad de este mundo, han decidido mejorarlo con algo de
fantasía e ilusión, aunque no se lo puedan permitir, dilapidando el poco capital que tienen. El caso de Blanche Dubois. Frente a los que, teniendo el mismo conocimiento y experiencia, deciden comportarse con la misma dureza y sin ninguna piedad que lo hace el sistema, como la forma que han aprendido para sobrevivir en este mundo y ponérselo por montera aprovechando las pocas y malas oportunidades que ofrece. Como Stanley Kowalsky.
También podría ser vista como la metáfora de la necesidad o justificación del feminismo. En el sentido de que muestra la opresión y tutela a la que se sometía y se somete a las mujeres. Ellas en casa, como Penélopes esperando a sus Ulises que han salido a divertirse con los amigotes, y que cuando vuelven toman el mando reclamando su trono, su placer y su reposo. Lo que les pertenece. Y lo hacen a su manera y modo.
Incluso, una visión esquinada, ¿qué mueve a Kowalsky a frustrar la posible salida honrosa, en los términos que se entendían entonces de casarse y convertirse ama de casa, para su cuñada con un amigo suyo? ¿No quería quitársela de en medio? El amigo soltero, que Kowalsky conoció en el frente y con el que comparte trabajo, veladas de güisqui y póker y, según se dice en la obra, confidencias. ¿Cuál es el poder Kowalsky que tiene y que ejerce sobre dicho amigo, que se le somete y más al final? ¿Hay algo más que amistad?
Seguramente, mientras se ve esta función se podrían hacer más lecturas. Pues la obra parece montada al completo. Todas las escenas tal y como se dicen en el texto y en los apartes. Eso alarga la función en demasía. A lo que contribuye la insistencia con la que se usa el patio de butacas como calle, haciendo salir a los actores por el fondo del escenario para rodear la escenografía de visillos transparentes, cuando acortarían atravesando la inexistente y convencional cuarta pared.
Añádase, que esta producción tiene un elenco de calidad probada que esta vez no acaba de funcionar. Y los que menos Nathalie Poza y Pablo Derquí. La primera demasiado sobreactuada, pasada de más. A la que no ayuda el microfonado, pues la voz afectada resulta extraña. El segundo, haciendo un hombre sin fisuras. Es el malo y punto. Un personaje que hecho de esta manera no parece encajar con su forma de actuar.

¿Y el citado Jorge Usón que hace de Mitch? Tiene sus momentos de brillantez. Sobre todo, al final de la primera parte. Pero también se le ve perdido en el resto de la obra. Más cuando llega al final para explicar porque no se ha presentado al cumpleaños de Blanche. No parece saber lo que le pasa al personaje y su relación con el mundo.
Tampoco ayuda la complejidad de la escenografía. Hay demasiadas cosas en escena. Y los gigantescos visillos que rodean el escenario y que se abren y se cierran en determinados momentos no contribuyen a la impresión general.
Y, aunque por un lado parece que hay demasiado, por otro parece que falta algo o mucho. ¡Qué contradicción! Como al gigantesco armario colocado en escorzo al que le falta un cajón. O como ese cuarto de baño que ocupa casi un tercio del escenario, desde el que hablan los personajes, pero sin que se vea que hacen. ¿No hubiera sido más eficaz teatralmente ponerlos entrecajas?
Dicho lo anterior, hay que darle a la crítica el valor que tiene. Poco o ninguno. Al menos para el público. Un público que agota entradas y que se pone de pie a aplaudir cuando acaba la función. Sinceramente, da envidia. Disfrutaron, lo pasaron bien con el drama.
Quizás, el equipo artístico como Blanche Dubois, la protagonista de la obra, ha confiado en la amabilidad de los extraños. Es esa y no otra la clave de esta producción, la confianza depositada en la amabilidad con la que los extraños la pueden mirar, ver y aplaudir una producción de un
texto que se considera canónico teatralmente hablando, del que se ha hecho una película icónica y múltiples versiones que a lo mejor vieron.
