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La sincronía lunar que siempre ocurre en Semana Santa con un origen astronómico que se remonta hace más de 1.000 años
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La sincronía lunar que siempre ocurre en Semana Santa con un origen astronómico que se remonta hace más de 1.000 años

El domingo de Ramos, el de Pascua, el Jueves y el Viernes Santo cambian de fecha cada año, pero nunca al azar: sigue una norma milenaria que los vincula al ciclo lunar.

La luna llena de abril, conocida como 'Luna Rosa', ilumina un molino de Consuegra, en Toledo.Marcos del Mazo

La Semana Santa no se repite. Cada año, cuando el Carnaval ha terminado y la primavera empieza a estar más cerca en el calendario, sus fechas se desplazan unos días adelante o atrás. A veces arranca en marzo, otras en pleno abril. Por ejemplo, la del 2025 empezaba el 13 de abril y acabará el domingo 20. Sin embargo, hay algo que nunca falla: la luna llena.

Una vez más, la fecha que marca el inicio de la Semana Santa se ha fijado siguiendo una regla precisa, acordada hace más de mil seiscientos años: el Domingo de Resurrección se celebra el primer domingo después de la primera luna llena después del equinoccio de primavera. Una fórmula que se fijó en el Concilio de Nicea en el año 325 y que, desde entonces, ni el paso del tiempo ni los cambios de calendario han alterado esa decisión.

La elección no fue aleatoria. La Iglesia buscaba entonces una forma común de celebrar la Pascua en todo el mundo cristiano, y encontró en el cielo un patrón fiable. En lugar de vincular la Semana Santa al calendario solar (como ocurre con la Navidad, optaron por el calendario lunar, más cercano a la tradición judía. De hecho, uno de los objetivos era mantener cierta sincronía con la Pascua hebrea, ya que los Evangelios sitúan la pasión de Cristo inmediatamente después de la Última Cena.

Una norma que resiste el paso de los siglos

Este criterio astronómico, que puede parecer técnico, tiene un impacto directo sobre lo que ocurre cada primavera. Cada año, astrónomos y eclesiásticos calculan la fecha de la luna llena eclesiástica (que no siempre coincide con la astronómica real), y a partir de ahí se fija la Semana Santa. El rango posible va del 22 de marzo al 25 de abril, aunque los extremos apenas aparecen unas pocas veces por milenio.

La fecha más frecuente, curiosamente, es el 19 de abril. A lo largo de los siglos, ha sido el día que más veces ha acogido el Domingo de Resurrección. En cambio, caer en el 22 de marzo o en el 25 de abril es extremadamente raro: en el calendario gregoriano vigente desde 1582, el primer caso solo ha ocurrido cuatro veces (y no volverá a pasar hasta 2285), mientras que el segundo se ha dado en apenas dos ocasiones desde el siglo XX.

Una luna que marca mucho más que el calendario

La luna no solo influye en el cálculo de la fecha. También define el ambiente. La Semana Santa arranca con el Domingo de Ramos y se intensifica a partir del Jueves Santo. En muchas ciudades españolas, las procesiones más esperadas tienen lugar de noche, bajo la luz de la luna llena o muy cerca de ella. Esa coincidencia crea un marco inconfundible: pasos iluminados sin focos, calles en penumbra, silencio absoluto roto solo por tambores o cornetas. En Sevilla, Zamora, Cuenca, Valladolid o León, esa luz forma parte del ritual.

En un país donde la Semana Santa tiene tanta carga cultural como religiosa, este detalle astronómico añade una capa más de sentido. No es solo una cuestión de fe o de tradición: también hay un vínculo con los ritmos del mundo natural. Durante siglos, la humanidad ha mirado al cielo para guiar su vida. Y en este caso, lo sigue haciendo.

Una decisión que sigue vigente

Hoy en día, pocos fieles saben por qué la fecha de la Semana Santa varía. Algunos la ubican como “la semana antes del puente de abril”, otros esperan que el colegio reparta las vacaciones. Pero detrás de esas rutinas modernas hay un cálculo exacto, que sigue fiel al acuerdo de Nicea. Es una decisión que une religión, astronomía y herencia histórica.

También hay quien se sorprende de que no se haya actualizado este sistema. Pero la respuesta es sencilla: cambiarlo implicaría romper la unidad de siglos de tradición, y alterar no solo el calendario cristiano, sino también el vínculo con otras religiones. El islam, el judaísmo o incluso algunas festividades orientales también se rigen por ciclos lunares. En ese sentido, la luna sigue siendo uno de los pocos elementos comunes entre culturas distintas.

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Más de 1.600 años después, sigue sucediendo lo mismo: llega la primavera, la luna se llena y, a su ritmo, la Semana Santa se pone en marcha.