Bergoglio, el papa antimilitarista al que no le perturbaba que le tildaran de "ingenuo" por defender la paz frente al rearme
En un contexto marcado por el rearme global, también europeo, el papa Francisco pidió en su último discurso, un día antes de morir, el desarme. "La exigencia que cada pueblo tiene de proveer a su propia defensa no puede transformarse en una carrera general al rearme", defendió desde el Vaticano.

En las primeras páginas de su libro Guerra o Justicia, el primer fiscal general de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo, lamentaba que la idea de "reemplazar el paradigma de la guerra por el de la justicia" sea calificada por muchos "como idealismo, legalismo, propuestas de izquierda o utopía". Valdría también la queja para quienes piensan que es posible sustituir la guerra por la paz, que no es sino la conquista última de la labor de la justicia. Idealista, izquierdista o utópico, también el uso despectivo de comunista, son algunos de los atributos que muchos de los que hoy se duelen por la muerte del papa Francisco otorgaban a Jorge Mario Bergoglio desde que este asumiera la Jefatura de Estado del Vaticano. Como si al ya fallecido obispo de Roma le fuera a molestar el epíteto de pacifista. Peor sería, vaya, ser calificado como el papa de Hitler, como algunos definieron a Pío XII.
Pese a quienes tildan la paz de utópica y a quienes la defienden como una suerte de buenistas ingenuos, Jorge Mario Bergoglio no dejó de pedir el fin de los conflictos en favor del diálogo y la diplomacia. Casi como un embajador del manifiesto antinuclear que lideraron Albert Einstein y Bertrand Russell en 1959, el papa Francisco, como entonces aquellos científicos e intelectuales, alertó en reiteradas ocasiones que la probabilidad de una Tercera Guerra Mundial no era disparatada, aunque algo así solo conllevaría el fin mismo de la humanidad. Lo que sí era "absurda", defendió Bergoglio, era la propia guerra, cualquiera de ellas. Eso le dijo al director del Corriere della Sera, Luciano Fontana, en una carta que escribió desde el hospital. "La guerra parece aún más absurda", comentó un Bergoglio enfermo: "Mientras que la guerra solo devasta comunidades y el medio ambiente, sin ofrecer soluciones a los conflictos, la diplomacia y las organizaciones internacionales necesitan sangre nueva y credibilidad". Entonces, comentó la necesidad de "desarmar las palabras" para después "desarmar las mentes y desarmar la Tierra".
Sobre el desarme habló también Bergoglio durante su última aparición pública, el pasado domingo 20 de abril en el famoso balcón del Vaticano y a apenas 24 horas antes de que se anunciara su muerte. "La paz — dijo en voz de un asesor — tampoco es posible sin un verdadero desarme. La exigencia que cada pueblo tiene de proveer a su propia defensa no puede transformarse en una carrera general al rearme". La afirmación, de nuevo, guarda ecos con Albert Einstein. En una carta enviada a Sigmund Freud el 30 de julio de 1932 y recogida por el fiscal Ocampo en su libro, el científico planteaba que, para lograr la "seguridad internacional", esto es, la ausencia de conflictos bélicos, los diferentes países tendrían que renunciar "en una cierta medida [...] a su libertad de acción, [...] a su soberanía". Es decir, y de manera muy resumida, el esgrimido argumento de la defensa nacional no debería estar por encima del mantenimiento de la paz global.
El 3 de marzo, dos días antes de la celebración del Día Internacional para Concienciar sobre el Desarme y la No Proliferación, un objetivo histórico de Naciones Unidas, el papa Francisco manifestó que el desarme "es ante todo un deber: el desarme es un deber moral". Entonces, lamentó también los muchos recursos que "se derrochan en gastos militares que [...] tristemente siguen aumentando". Pidió entonces, también que los países reemplazaran el "equilibrio del medio" por el "equilibrio de confianza".
En esta última presencia ante el público, Bergoglio recordó la guerra en Gaza o en Ucrania. Se acordó también de Yemen, de Armenia y de Azerbaiyán, del Congo, de Sudán y Sudán del Sur, de Myanmar, del Sahel, etcétera. Para todos ellos pidió la paz a través del diálogo y la diplomacia. "Que nunca se debilite el principio de humanidad como eje de nuestro actuar cotidiano. Ante la crueldad de los conflictos que afectan a civiles desarmados, atacando escuelas, hospitales y operadores humanitarios, no podemos permitirnos olvidar que lo que está en la mira no es un mero objetivo, sino personas con un alma y una dignidad", apuntó el líder católico.
Las posiciones antimilitaristas de Bergoglio han sido un leitmotiv de su liderazgo al frente de la Iglesia Católica. En Laudato Si’, una de sus encíclicas y publicada en 2015, básicamente una brújula que indicaba la dirección de sus ideas, escribió: "Es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones. La guerra siempre produce daños graves al medio ambiente y a la riqueza cultural de las poblaciones, y los riesgos se agigantan cuando se piensa en las armas nucleares y en las armas biológicas. Porque, a pesar de que determinados acuerdos internacionales prohíben la guerra química, bacteriológica y biológica, de hecho en los laboratorios se sigue investigando para el desarrollo de nuevas armas ofensivas, capaces de alterar los equilibrios naturales. Se requiere de la política una mayor atención para prevenir y resolver las causas que puedan originar nuevos conflictos. Pero el poder conectado con las finanzas es el que más se resiste a este esfuerzo, y los diseños políticos no suelen tener amplitud de miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?"
Sobre el significado de la guerra se extendió en otra de sus encíclicas, Fratelli Tutti, publicada en 2020. En el texto, definió todo conflicto armado como "un fracaso de la política y de la humanidad". Consideró, además, que ya no se podía hablar de guerras diseminadas, sino de una "guerra mundial a pedazos, porque los destinos de los países están fuertemente conectados entre ellos en el escenario mundial". Consciente de que "toda guerra deja al mundo peor", a Bergoglio no le perturbó nunca la idea de que le trataran de "ingenuo" por "elegir la paz". En su disertación, no tuvo reparos tampoco en matizar hasta el Catecismo de la Iglesia Católica, que "habla de la posibilidad de una legítima defensa mediante la fuerza militar". "Fácilmente — dijo — se cae en una interpretación demasiado amplia de este posible derecho. Así se quieren justificar indebidamente aun ataques preventivos o acciones bélicas que difícilmente no entrañen males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar". Y, de nuevo, resonancias de Russell-Einstein: "La cuestión es que, a partir del desarrollo de las armas nucleares, químicas y biológicas, y de las enormes y crecientes posibilidades que brindan las nuevas tecnologías, se dio a la guerra un poder destructivo fuera de control que afecta a muchos civiles inocentes. [...] Entonces ya no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible guerra justa".
Al papa no le servían tampoco los argumentos de la disuasión, muy utilizados, por ejemplo, en Europa para justificar el rearme auspiciado por la Comisión Europea. Esta misma semana, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, excusaba el plan de rearme español por la necesidad de disuadir a quienes piensen en "atacar a España o a Europa". Para Bergoglio, según expuso en Fratelli Tutti, cabría preguntarse "cuánto sea sostenible un equilibrio basado en el miedo, cuando en realidad tiende a aumentarlo y a socavar las relaciones de confianza entre los pueblos". "La paz y la estabilidad internacional no pueden basarse en una falsa sensación de seguridad, en la amenaza de la destrucción mutua o de la aniquilación total, en el simple mantenimiento de un equilibrio de poder", señaló. En lugar de utilizar el dinero para comprar "armas y otros gastos militares", Bergoglio propuso destinarlo a la creación de "un Fondo mundial para acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna". "¡Nunca más a la guerra!", enfatizó.