Por qué el rey de España es también rey de Jerusalén
El discurso de Felipe VI en la ONU reclamando el fin de la ofensiva en Gaza no es sólo un llamamiento diplomático y humano, sino un golpe de autoridad histórica: quien lleve la corona en Madrid también la porta en la capital triplemente santa.

El rey de España, Felipe VI, compareció ayer en el debate de líderes de la Asamblea General de Naciones Unidas con un discurso contundente, en el que reclamó a Israel que deje de atacar Gaza, la franja palestina donde ha matado a 65.000 personas en menos de dos años. "No podemos guardar silencio ni mirar para otro lado ante la devastación", pidió al mundo.
Sus palabras van más allá de un llamamiento diplomático y hasta humano, sino que tienen algo de golpe de autoridad histórica, porque el rey de España lo es también de Jerusalén, desde hace siglos. Es verdad que es un título sin poder de decisión, ostentado sin soberanía y sin tierra, por el peso de la memoria y el tiempo, pero título es. Así que, en Nueva York, fue el rey de la ciudad triplemente santa, la que israelíes y palestinos reivindican como capital de sus respectivos estados, el que hablaba y tomaba partido. "Nos cuesta comprender lo que el Gobierno israelí está haciendo en Gaza. Exigimos que detengan ya esta masacre", dijo.
Su derecho está consagrado en el artículo 56.2 de la Constitución española, que afirma: "Su título es el de Rey de España y podrá utilizar los demás que correspondan a la Corona", todos ellos huellas de la historia nacional y que incluyen hasta el de "rey católico". Ahí está la clave para entender que hoy pueda seguir luciendo la corona jerosolimitana.
Hay que remontarse a 1095, cuando el papa Urbano II pidió ayuda a los caballeros europeos para tomar las armas y auxiliar a los cristianos de lo que hoy llamamos Oriente Medio. Jerusalén, donde se encontraban los Santos Lugares de la vida, la muerte y resurreción de Jesús, había dejado de ser un lugar seguro para ellos y para los peregrinos que trataban de llegar a sus calles y necesitaban ayuda externa. Así nació la Primera Cruzada, ese conjunto de campañas militares, peregrinaciones armadas y asentamiento de reinos cristianos en busca de la liberación de lo que llamaban Tierra Santa.
Los guerreros europeos tardaron cuatro años en reconquistar la ciudad, en 1099, con un asedio final de 40 días del que aún quedan restos en los muros de su Ciudad Vieja. Lograda la meta, comenzaron los roces entre órdenes, linajes y nacionalidades, hasta que se impuso una figura de unidad, la del francés Godofredo de Bouillón, que había sido un militar destacado en la batalla. Quisieron nombrarlo rey de Jerusalén, pero rechazó el cargo, espantado de que alguien pudiera llevar una corona de oro en el lugar donde Jesús portó una corona de espinas. Así que mandaba, pero bajo el cargo de Sancti Sepulchri advocatus, o sea, protector o abogado de los Santos Lugares.
Todavía no nos acercamos a España, pero llegaremos. A Godofredo lo sucedió su hermano, Balduino, y él sí que quiso ser nombrado rey, Balduino I de Jerusalén. Te ahorramos la lista de todos los monarcas y saltamos a 1187, cuando la ciudad fue conquistada por Saladino, el guerrero musulmán, que llevaba años asediando la zona, enfrentándose a los reyes Balduino IV (sí, el leproso de El reino de los cielos) y Balduino V, más sus sucesores, Sibila, madre del último Balduino, y el tío de éste, Joscelino III de Edesa, con los que se hundieron la ciudad y el reino. Sin Jerusalén, los cristianos aguantaron con un bocado de terreno en los alrededores de San Juan de Acre -hoy en la costa de Israel, Akko o Akka-, hasta 1291. Luego ya no hubo más reino.


El título fue pasando por los descendientes de aquella familia hasta que, a inicios del siglo XII y tras ventas y acuerdos papales, llegó a manos de Carlos I de Anjou, que era rey de Sicilia, en parte de lo que más adelante se llamaría Reino de Nápoles. Es entonces cuando entra en juego la clave española: Gonzálo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, venció en la batalla de Garellano (1503) y se hizo con ese reino para Fernando el Católico, que pasó así a incorporar el título de rey de Jerusalén a su corona, por más que fuera sólo nominal. Aquella España que aún estaba construyéndose tenía un enorme interés en lo que hoy es Italia, para controlar defensiva y comercialmente el Mediterráneo y el norte de África. Que además llevase un cargo en la costa extrema era un añadido, aunque importante para un monarca que, junto a su esposa Isabel, hizo de la religión su bandera.
Tras 200 años de reino, todo estaba ya extinguido, pero los Reyes Católicos sí que insistieron en ejercer su cargo protegiendo los Santos Lugares con legados económicos para mantener los edificios y a la comunidad católica. Los franciscanos, a través de la Custodia de Tierra Santa, llevan 800 años a cargo, con apoyo histórico de España. Los monarcas, por ejemplo, donaron la estrella de plata que aún luce en el portal de Belén (Cisjordania, Palestina ocupada) donde se cree que Jesús nació, en la Basílica de la Natividad. Los Austrias y los Borbones restauraron varias veces el Santo Sepulcro de Jerusalén, también.
Ahora, cada 30 de enero, en esa iglesia de la Ciudad Vieja se celebra una misa en honor al actual rey de España, porque es el día de su cumpleaños. Felipe VI ha viajado a la zona en varias ocasiones, como príncipe de Asturias y como rey. Por ejemplo, la Real Academia Europea de Doctores destaca una anécdota contada por Daniel Berzosa, profesor de Derecho Constitucional de Cunef Universidad, de una de sus estancias: fue invitado a las exequias de Shimon Peres, el presidente de Israel, en 2016, "apenas un año y medio después de haber sido proclamado rey, y lo sentaron a la derecha del presidente del Estado de Israel. Por delante de todos los jefes de Estado presentes, incluso del presidente de Estados Unidos, más antiguos todos que Su Majestad en dicha magistratura. Preguntó que cómo lo sentaban ahí. Y el presidente de Israel le contestó: ‘Porque Su Majestad es el Rey de Jerusalén'".
Felipe IV también se ha visto en diversos eventos con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, a quien ha recibido en La Zarzuela, en Madrid, y a quien ha visitado en su palacio de la Mukata, en Ramala, la capital administrativa palestina. Israel impide al legítimo Gobierno palestino tener una delegación en el este de Jerusalén, donde también reina el Borbón. Uno como su padre, Juan Carlos I, a quien le recordaban el viejo título cuando auspiciaba la Conferencia de Paz de Madrid, allá por 1991, sentando por primera vez a la mesa a palestinos e israelíes. La esperanza de entonces ha volado. A su hijo le ha tocado reclamarla.
