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Tres generaciones ante un mundo laboral convulso: "Cada vez que veo a un hombre con un carrito de bebé me emociono"

Tres generaciones ante un mundo laboral convulso: "Cada vez que veo a un hombre con un carrito de bebé me emociono"

Dolores, Concha e Isabel son abuela, madre e hija; pese a que en las últimas décadas los cambios no han dejado de sucederse, algunas de las consignas siguen siendo las mismas. Tres perspectivas diferentes que reflejan que queda mucho por hacer.

Dolores, Isabel y Concha, una familia de tres generaciones.Sergi gonzález

En el corazón del barrio madrileño de Acacias reside una familia que abarca varias generaciones. Dolores, Concha e Isabel son abuela, madre e hija; juntas han logrado un hito dentro de la capital: vivir cerca las unas de las otras. Este uno de mayo, día del trabajador, explican a El HuffPost sus historias dentro del mercado laboral, sus perspectivas, los retos venideros y todo lo que ha cambiado a lo largo de las décadas. Tres mujeres que se han enfrentado a diferentes épocas, a algunos problemas que perduran y que han permanecido unidas pese a los vientos feroces de la vida. Tres visiones de un mundo cambiante en el que anhelos y deseos se entremezclan para construir algo mejor.

Dolores Aragón nació en Tetuán -Marruecos- en 1933. Con sus 92 años, el esfuerzo y la superación son intrínsecos a su ser. "Allí pasé casi 28 años de mi vida, hasta que vine a Madrid. Trabajé en varios sitios desde los 14 años; pese a haber tenido una beca para estudiar, en mi casa hacía falta el dinero y pasé mucho tiempo en una droguería del centro de la ciudad y cosiendo ropa de los mercadillos para revenderla", explica introduciendo su historia con una mirada de ternura hacia su hija y su nieta. Los tiempos de entonces no son los de ahora y se enorgullece sabiendo que, aunque sigan existiendo problemas, su descendencia lo tiene algo más fácil de lo que ella vivió. Junto a todos los trabajos que desempeñó para mantener a su familia y poder brindarla un futuro, uno de ellos nunca tuvo el reconocimiento que se mereció, un trabajo invisible que ha hecho que la mujer cargue con un peso incalculable a lo largo de la historia. "Mi madre estaba enferma y por la mañana tenía que hacer todas las tareas de la casa; a la hora de comer, cocinaba para siete personas; después iba a trabajar, por la noche fregaba los platos y hacía lo que quedara por hacer en casa", afirma Dolores enumerando una lista que parecía no tener fin. Su nieta, Isabel, le brinda su apoyo: "En total podrían llegar a ser hasta dos o tres jornadas laborales, solo que una nunca ha tenido retribución salarial".

Concha Vargas nació en Madrid escuchando las historias de su madre. En la actualidad tiene 67 años, pero un ictus lo cambió todo. "Estuve a punto de morirme, fue muy duro", asegura. A lo largo de su vida profesional estuvo en Aena y siguió un camino similar al de su madre. Con cuatro hijas, el trabajo en casa era completamente suyo. "Las comidas, lavadoras, vestir a las niñas... y después de todo ir al trabajo y trabajo y nunca paraba", afirma señalando una injusticia que no tiene fin. Incluso ahora sigue haciendo cosas a pesar de las secuelas que arrastra por el incidente. Tanto Concha como Dolores opinan que el rumbo de la situación está cambiando, pero que todavía quedan pasos por avanzar. 

"Me emociona cada vez que veo a un hombre llevando al niño con el carrito o cuidando de los hijos, antes eso era impensable. El otro día vi en el parque a un señor cambiando un pañal y me llena de alegría", explica Dolores apuntando que en su generación "lo habitual es que una mujer se casara y directamente dejara de trabajar para dedicarse en cuerpo y alma al hogar". "Los hombres no hacían nada, mi marido venía a la noche y todo tenía que estar hecho", respalda Concha que recibía el matiz de su madre: "En la generación de mi hija se vendió la entrada de la mujer al mundo laboral, pero supuso cargar con varios trabajos a la vez". Ambas coinciden en que se vive mejor ahora que antes a nivel de condiciones laborales. "El problema de la generación actual es la vivienda, la gente quiere comprar una casa y no puede, pero ahora la gente vive mejor que antes", afirman.

Ambas gozan de una buena pensión después de todo lo trabajado en su vida. Dolores -aunque nunca cotizó todo su desempeño- gana 1.480 euros al mes por la viudedad. "Nunca he vivido tan bien", reconoce. Concha por su lado, después de una trayectoria amplia en Aena -desde los 17 años- y desde que sufrió el ictus, también tiene una pensión con la que puede vivir. El mercado laboral de su generación y el actual ha cambiado. Entonces lo común era trabajar en una sola empresa durante toda la trayectoria, ahora los cambios son el pan de cada día. "Es mejor cambiar, antes era demasiado monótono y viene bien que la gente se mueva", apunta Concha. "Tanto mi abuela como mi madre siempre dijeron la frase mítica de 'se ha colocado', pero nuestra generación no conocerá esa estabilidad. Tiene tanto cosas buenas -como el dinamismo y las experiencias- como malas -como la precariedad o una vivienda garantizada-", explica Isabel.

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Isabel Gracia, también madrileña, es la más joven de todas con 37 años y, aunque en la actualidad trabaja en una empresa tecnológica, ha pasado por incontables trabajos desde su entrada al mercado laboral. "He sido camarera, cuidadora de niños, azafata, periodista en España y América Latina... hasta llegar a día de hoy", enumera. Tanto su madre como su abuela son sus referentes en la vida y da más valor a lo que han conseguido a lo largo de los años. "Ellas sólo hablan del trabajo remunerado fuera de casa, pero han trabajado toda su vida y lo siguen haciendo. Sostienen a sus familias y hogares; y gran parte de la trayectoria de mi abuela no contó para la sociedad, si fuera así estaría ganando probablemente la pensión máxima", plasma asegurando que "las dos tenían como poco dos jornadas laborales". Pese a que ellas afirmen que la generación actual vive mejor, Isabel apunta algunos matices necesarios para entender la situación. "La realidad es que la gente joven ahora mismo se enfrenta al precio carísimo de la vida, de la vivienda y a una precariedad galopante; son realidades diferentes. Antes las pensiones eran una apuesta segura, ahora tenemos otra mentalidad y lo vemos difícil vivir 100% de una prestación pública, tendremos que tirar de ahorros -quien los tenga- o pensiones privadas -quien se las pueda permitir-". 

Ella ha puesto encima de la mesa escenarios que, tanto para su madre como para su abuela, eran impensables, como el teletrabajo. "Es un arma de doble filo porque puede suponer que la mujer esté trabajando en casa y también haciendo todo lo del hogar", fue la primera reacción de Dolores al conocer el avance que impuso la pandemia cuando no se podía salir de casa. "Creo que es mejor ir a la oficina porque te puedes concentrar más y eres más productivo", opina Concha. Para Isabel, el teletrabajo es una gran herramienta que puede ayudar a la conciliación y que mejora la calidad de vida de toda una generación. "Hay un cambio de perspectiva con respecto al teletrabajo. Para nosotros nos ahorra una hora para ir al trabajo, nos permite estar más cerca de los nuestros y poder hacer más cosas", explica.

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Pese a los avances y los cambios que buscan un mundo mejor, la realidad es que las generaciones actuales se enfrentan a escenarios que antes no sucedían -o por lo menos no tenían la visibilidad-. En la época de Dolores, o incluso la de Concha, las bajas por ansiedad o depresión en el mercado laboral eran algo anecdótico, lejos de una normalidad que está presente en la realidad actual de la gente joven. En ese sentido, las tres intentan arrojar algo de luz para dar explicación a una salud mental que parece que va en deterioro. "Ahora ha dejado de ser un tema tabú. Supongo que antes también lo había, pero ahora es más visible. Tenemos que revisar qué modelo laboral queremos. Ahora hay mucha más autoexigencia, más precariedad, más inestabilidad y todo ello afecta porque muchas veces el ritmo es inasumible", apunta Isabel que pertenece a esa generación donde las bajas han incrementado. "Me asombra mucho que en la juventud haya tanto depresivo, quizá las redes sociales no son buenas porque influye mucho, todo el mundo quiere tener la vida de lo que ve y ganar ese dinero, pero eso no puede ser", resalta Dolores. "Creo que se habla más, antes daba vergüenza y ahora se puede decir que estás mal con lo que hemos mejorado", reflexiona Concha.

Por otro lado, las tres también aplauden la reducción de la jornada laboral para que podamos "trabajar para vivir y no vivir para trabajar".  "Mi marido porque siempre tuvo un trabajo que era de casi media jornada y podía disfrutar de sus hijas. Hay que seguir en esa línea porque la gran mayoría no podía", explica Dolores. "Creo que hemos cambiado las prioridades personales y concebimos el trabajo como un medio en vez de como un fin. También tenemos el derecho de no hacer nada, descansar, dar un paseo... Tenemos que poner la tecnología de nuestro lado", apunta Isabel. "Debe obligarse a reducir la jornada laboral, para estar más tiempo en casa, con la familia, para disfrutar de la vida", sentencia Concha.

Espacio Eco
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 Las tres conforman un espejo en el que poder reflejarse en diferentes generaciones. Una historia de esfuerzo y sacrificio, pero también de aprendizaje y asimilación de valores. Tres mujeres que aprendieron por su historia que no deben de depender de nadie, que solas siempre salieron adelante y que juntas son imparables. Tanto Dolores como Concha educaron a sus hijas con un consejo que recomiendan a las generaciones futuras, a aquellos que se adentren en el mundo laboral tan cambiante, a las que se enfrenten a lo que supone la vida. "Mi abuela y mi madre siempre han sido mis máximos referentes. Me enseñaron a ser independiente económicamente y valerme por mí misma en todo momento, gracias a ellas soy quien soy a día de hoy, ese es su mejor legado", concluye emocionada Isabel.                      

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