José Pérez, jubilado de 79 años, abre debate al compartir piso: “Cobro 600 euros al mes, no me ha quedado otra”
Su historia pone el foco en una tendencia creciente: mayores que recurren a la convivencia como única salida ante el alza del alquiler y las pensiones mínimas.

La imagen de la jubilación tranquila empieza a resquebrajarse en España. Cada vez son más las personas mayores que se ven obligadas a compartir vivienda para poder llegar a fin de mes. José Pérez, un valenciano de 79 años, se ha convertido en el último símbolo de esa realidad -que el Ministerio de Vivienda ha retratado en su polémico anuncio, pero desde una perspectiva diferente- al contar en televisión que, con su pensión de 600 euros, no puede permitirse vivir solo.
“No me ha quedado otra. Cobro 600 euros al mes, por lo que difícilmente podría vivir solo y únicamente puedo pagarme una habitación, en la que estoy ahora, por 240 euros”, ha explicado en el programa Y Ahora Sonsoles, en Antena 3, con serenidad y resignación.
José comparte piso con otras tres personas, otro hombre y dos mujeres, en un modesto inmueble de Valencia. “Cada uno aporta según sus posibilidades”, contó. Ninguno de los cuatro inquilinos percibe la misma pensión ni los mismos ingresos, pero todos afrontan el mismo obstáculo: el precio de la vida ha crecido mucho más deprisa que sus jubilaciones.
La situación, lejos de ser una excepción, se repite en toda España. En el mismo programa, Encarna González, de 67 años, relató una historia casi idéntica. “Mi intención era vivir sola, pero aquí, en Valencia, es algo inabordable”, dijo. Paga 300 euros por una habitación en un piso compartido con tres mujeres más, la menor de 63. “Lo mínimo por un piso son 500 o 600 euros, y en eso se me va la pensión”, lamentó.
Los datos del portal Idealista que ha publicado el blog Vandal, refuerzan esa impresión: el alquiler medio en la capital valenciana supera los 13 euros por metro cuadrado, una cifra inasumible para buena parte de los jubilados con pensiones mínimas.
En otros puntos del país, el fenómeno adopta formas distintas. En Lugo, Vivian (71), Demetrio (82) y Derio (84) comparten casa no solo por economía, sino también por compañía. “Cada uno es libre y hace lo que quiere, pero nos unimos para comer, cenar y no estar solos”, explican. Han organizado un fondo común para los gastos y se reparten las tareas del hogar, un modelo que mezcla supervivencia y apoyo mutuo en un país donde, según el INE, más de dos millones de mayores viven solos.
El trasfondo de estas historias va más allá del precio de los alquileres. Apunta al cambio estructural de una sociedad que envejece sin haber resuelto cómo quiere cuidar y cómo puede sostener a sus mayores. La combinación de pensiones insuficientes, vivienda inasequible y un sistema de residencias saturado está empujando a muchos jubilados hacia fórmulas de convivencia improvisadas que alivian la soledad, pero también evidencian una fractura social.
El debate político no ha tardado en estallar. La oposición acusa al Gobierno de “romantizar la pobreza” tras incluir en su última campaña de Vivienda a tres personajes ficticios de 60 años que comparten piso. “Se está normalizando la precariedad”, denuncian desde la bancada conservadora. En el Ministerio defienden, en cambio, que su intención es visibilizar realidades existentes y fomentar soluciones de convivencia intergeneracional.
En la práctica, el problema es mucho más profundo. Cada vez más jubilados, con pensiones que no llegan a 700 euros, deben elegir entre comer bien o pagar un alquiler en solitario. La soledad compartida se convierte así en el último refugio de una generación que soñó con descansar y ha acabado haciendo cuentas.
“Es un oasis de compañía, pero no una elección libre”, resume José Pérez, consciente de que su pensión apenas da para sobrevivir. Su historia, y la de tantos otros, deja al descubierto una paradoja incómoda: en la España del bienestar, envejecer también se ha vuelto un lujo.
