Los monasterios se están llenando de zoológicos y los monjes tienen una respuesta al por qué del fenómeno
"No nos entienden".

Eugen Istodor cruzó Rumanía, desde Ghighiu en Prahova hasta Nechit en Neamt con una sola pregunta, lanzada y respondida en HotNews: ¿por qué hay zoológicos en los monasterios? La respuesta que le dieron los monjes fue que estos lugares son una forma de manifestar la bondad y protección humanas.
En el monasterio de Ghighiu, famoso por el icono de la Madre de Dios siríaca de 1958, conviven pavos reales, faisanes, gallinas de seda y urogallos detrás de la gran iglesia. Pero la verdadera estrella es una ardilla que vive en un árbol perforado "como un silbato" y que, de vez en cuando, asoma la cabeza "como una Madre de Dios".
En Pissiota, también en Prahova, el icono de la Virgen parece seguir con la mirada a cada visitante. Fuera, jaulas con paneles bordeados albergan la misma fauna que en Ghighiu. "Esas gallinas son donaciones. Un pariente de una monja los trajo. También pensamos que es bueno que los niños se diviertan durante los servicios. Que oigan la voz del Señor con sus oídos, y que los niños sueñen con sus ojos con las tierras prometidas", explica un monje.
En Hadâmbu, Iasi, la imagen cambia. Sobre hectáreas enteras conviven pavos reales, cisnes negros, llamas, alpacas, muflones e incluso un "carnero-conejo". El monje encargado de atender a los fieles recuerda que todo empezó con donaciones.
En Nechit, el padre Zenovie afirma que son unos incomprendidos: "En Bucarest no nos entienden. Aquí nos traen animales que se han perdido y nosotros les hacemos un favor. Los mantenemos con vida. ¿Cómo vamos a dejar que la oveja se pierda? ¿De dónde sacáis esas ideas? Lo que hacéis mal en Bucarest es crear un campo especial para la oveja perdida, cuando lo que hay que hacer es llevarla al rebaño del que se ha escapado. Nosotros reunimos a los animales perdidos con los que forman el rebaño".
Para el antropólogo Alexandru Dincovici, este fenómeno es parte de la "disneyficación" de los monasterios: "Más que una broma, es una experiencia mitad espiritual, mitad mundana o incluso capitalista. Una forma tangible de dar vida a la fe, pero también de atraer a un público urbano".
Sea refugio, catequesis viviente o reclamo turístico, los zoológicos monásticos recuerdan, como el arca de Noé, que en la creación divina el hombre nunca está solo.
