Por qué las fresas blancas son de ese color y qué propiedades aportan
Su sabor, que recuerda a una mezcla entre fresa y piña, es solo una de las muchas características que las hacen únicas.

En los últimos años, las fresas blancas han comenzado a ganar protagonismo en mercados gourmet y tiendas especializadas, despertando la curiosidad de consumidores y científicos por igual. A simple vista, su apariencia pálida puede parecer una anomalía, pero detrás de su color marfil se esconde una historia genética fascinante y un perfil nutricional que las distingue de sus parientes rojas.
Estas frutas, también conocidas como “fresas piña” o “pineberries” en inglés, no son el resultado de una modificación genética reciente, sino de un linaje natural que ha sido redescubierto y cultivado selectivamente. Su sabor, que recuerda a una mezcla entre fresa y piña, es solo una de las muchas características que las hacen únicas. Pero, ¿por qué son blancas y qué beneficios aportan a la salud?
El color rojo característico de las fresas comunes proviene de un grupo de pigmentos vegetales llamados antocianinas, que se activan durante la maduración del fruto. En el caso de las fresas blancas, una mutación genética impide la producción de estas sustancias, lo que da lugar a su tonalidad clara. Esta mutación afecta específicamente al gen FvMYB10, responsable de regular la síntesis de antocianinas en el fruto. Al no expresarse correctamente, el fruto no desarrolla el pigmento rojo, aunque sí madura y conserva su sabor.
A pesar de su falta de color, las fresas blancas no son menos nutritivas. De hecho, su perfil fitoquímico es diferente, pero igualmente interesante. Contienen otros compuestos fenólicos, como flavonoles y ácidos elágicos, que también tienen propiedades antioxidantes. Además, su bajo contenido en antocianinas las convierte en una alternativa atractiva para personas con sensibilidad a estos pigmentos.
Las fresas blancas son ricas en vitamina C, fibra y compuestos bioactivos que contribuyen a la salud cardiovascular y al fortalecimiento del sistema inmunológico. Aunque su contenido antioxidante total puede ser ligeramente inferior al de las fresas rojas, destacan por su capacidad antiinflamatoria y su potencial para combatir el estrés oxidativo. Estudios preliminares sugieren que los ácidos fenólicos presentes en estas frutas pueden tener efectos protectores sobre las células, ayudando a prevenir enfermedades crónicas.
Otro aspecto interesante es su bajo índice glucémico, lo que las convierte en una opción saludable para personas con diabetes o que buscan controlar sus niveles de azúcar en sangre. Además, su sabor suave y menos ácido las hace más tolerables para quienes sufren de problemas digestivos o sensibilidad bucal.
Las fresas blancas no son un invento moderno. Su origen se remonta a variedades silvestres de América del Sur, particularmente de Chile, que fueron cruzadas con especies norteamericanas en el siglo XVIII. Durante mucho tiempo, estas variedades quedaron en el olvido, hasta que horticultores europeos redescubrieron su potencial y comenzaron a cultivarlas nuevamente a pequeña escala.
Hoy en día, su producción sigue siendo limitada, lo que las convierte en un producto exclusivo. Su cultivo requiere condiciones específicas de temperatura y humedad, y su fragilidad durante el transporte limita su distribución masiva. Sin embargo, su creciente popularidad ha impulsado investigaciones para mejorar su resistencia y ampliar su disponibilidad.