Se quedan perplejas con lo que había en un baño de una discoteca de Madrid: "El futuro ha llegado, chavales"
Perfume para todos, menos para el esnobismo

No es Dubái, pero por un instante lo parece. Al menos eso pensó Cintia Ramiro, que en su biografía de las redes sociales se define como traductora, profesora de idiomas y, sobre todo, "tu amiga de los planes por Madrid" cuando se topó con una máquina dispensadora de perfumes en el baño de una discoteca madrileña. “El futuro ha llegado, chavales”, dice con un tono entre el asombro y la fascinación mientras graba el invento. "¡Qué fantasía!”
El aparato en cuestión, un dispensador negro con cuatro frascos a la vista, funciona de forma sencilla: metes unas monedas (vale dos euros) y eliges la fragancia. Ni sensores, ni pantallas táctiles, ni códigos QR: puro sistema analógico para una experiencia olfativa que huele más a revival que a innovación. "Es la primera vez que veo esto en mi vida", admite Cintia antes de lanzar la pregunta que lo desata todo: “Decidme si lo habíais visto antes".
Spoiler: sí, lo habían visto. Y más de uno.
Años 70, Mercadona y Varón Dandy
En cuestión de horas, la sección de comentarios se convirtió en un viaje exprés por la historia olfativa de este país. Desde quienes recuerdan que estas máquinas “estaban en todas las discotecas de los años 70 y 80”, hasta los que apuntan con sorna que “en el Mercadona te echas las muestras y es gratis”. Un tal Miguel bajó al detalle: “En los baños de hombre había Varón Dandy, Lucky, Brumel y alguna otra colonia”. Y ojo, que todavía hay quien sugiere “ponerlo de desodorantes, que haría más falta”.
La comparación con Dubái también se desinfla rápido, pero la nostalgia sí prende. Lo que a algunos les parece una novedad, para otros es simplemente una reliquia reciclada, eso sí, con luces LED y tipografías modernas. “¿Y no te renta más comprarte un frasco pequeño y llevarlo en el bolso?”, preguntan con toda la lógica del mundo.
Mientras tanto, el vídeo sigue girando por redes como si acabara de descubrirse el fuego. Madrid, una vez más, se convierte en ese lugar donde la modernidad llega con décadas de retraso, pero siempre con ganas de postureo.
