Yo la tengo, R. Buckminster Fuller y el cine utópico
Asistimos a la belleza del grupo, de su diversidad; porque el triunfo ahora está en lo plural, en la comunión de talentos. La lucha insoportable de egos ha madurado con el paso del tiempo hasta convertirse en colaboraciones relajadas donde cada uno aporta lo mejor de sí mismo.
Los artistas abogan por lo multidisciplinar (esa trama en la que todo confluye y eclosiona) pero sobre todo por unir fuerzas, que es lo que dilata el acontecimiento. Asistimos a la belleza del grupo, de su diversidad; porque el triunfo ahora está en lo plural, en la comunión de talentos, en el goce de mezclar las diferentes personalidades. Exactamente ahí, en ese punto. La lucha insoportable de egos ha madurado con el paso del tiempo hasta convertirse en colaboraciones relajadas donde cada uno aporta lo mejor de sí mismo.
La otra noche tuve la suerte de asistir a una de las actuaciones de Yo la tengo, estrictamente instrumental, poniendo la banda sonora en directo a un documental, The Love song of R. Buckminster Fuller, sobre la vida de Richard Buckminster Bucky Fuller (1895-1983) y que ya ha sido representado en diferentes ciudades de Estados Unidos. Yo la tengo ya había hecho bandas sonoras de películas como Old joy, Shortbus o Junebug y para las películas surrealistas acuáticas de Jean Painlevé, pero esta vez tocan en directo, con toda la magia y el compromiso que eso lleva consigo. Una de las bandas de indie rock más respetadas de Estados Unidos desempeña aquí el rol del pianista que acompañaba las películas mudas de los años veinte. Pero aún hay más. El documental estaba narrado por su director, en persona; Sam Green. Todos los involucrados dan la cara, defienden su trabajo, están ahí, son eso.
Sam Green en el escenario, con Yo la tengo. Foto: Ed Dittenhoever.
Sam Green ha sido ganador de becas tan prestigiosas como las de la Fundación Rockefeller y Guggenheim o Creative Capital. Aunque el nombre a muchos les resulte desconocido, su película The weather underground fue nominada en el 2004 a un Premio de la Academia de cine. Con un mando a distancia, Green iba pasando diapositivas y contando la historia del genial arquitecto R. Buckminster Fuller. La contaba con humor, es un buen comunicador (estudió periodismo), tiene una voz radiofónica, bien modulada; utiliza mucho el lenguaje corporal, invita a escuchar. Parece una suerte de conferencia, en la que incluso incluye imágenes de otras representaciones de este mismo documental en otras ciudades, para constatar que es una pieza que se sigue construyendo y actualizando. R. Buckminster Fuller era un hombre que había sufrido la que dicen que es la peor de las pérdidas: la de su hija, enferma de polio y meningitis espinal. A los treinta y dos años estaba desempleado y completamente en la ruina. Se refugió en la bebida y durante un tiempo contempló la posibilidad del suicidio, pero tuvo una revelación en la que sintió que debía seguir vivo para "buscar los principios que gobiernan el universo y contribuir al desarrollo de la humanidad de acuerdo con ellos".
Fue entonces cuando empezó a diseñar, a construir, a inventar, integrando el arte en entornos inconcebibles en plenos años cincuenta. Desiertos, jardines botánicos. Era un visionario, preocupado por la sostenibilidad y la supervivencia humana. Su primer diseño, construido en 1934, fue el de coches cuya parte posterior se levantaba con una elevación aerodinámica, lo que los asemejaba a aviones sin alas. Eran absolutamente futuristas y rompedores para la época, pero en una feria de Chicago uno de los coches se incendió matando a alguien. Aún así R. Buckminster Fuller no se detuvo, siguió construyendo obras colosales, se hizo famoso internacionalmente. Alcanzó la fama mundial gracias a la creación de las cúpulas geodésicas. En 1960 fue portada de la revista Times. Hubo sombras, porque el éxito es un camino largo, general y abrupto, repleto también de fracasos, obstáculos y pérdidas, como pequeñas piedras: a finales de los años setenta el impresionante domo que construyó para la Expo de Montreal de 1967 se incendió reduciéndose a ceniza. Pero R. Buckminster Fuller, continuó creando, fértil.
Lo interesante en él es que no permitió que la fatalidad (presente en todas las vidas) lo bloqueara. Viajaba continuamente dando conferencias por todo el mundo; sus charlas se caracterizaban por ser larguísimas, duraban en torno a cinco horas (Green asegura que pensó en introducir un trozo de aquellas charlas en el documental pero que le resultaba imposible de editar); las malas lenguas aseguran que hasta prefería orinarse encima con tal de seguir hablando y no tener que ir al baño. Odiaba las interrupciones. Los interesados pueden ver Everything I know, 42 horas de grabación, que recogen sus discursos.
Las gafas de montura negra metálica de R. Buckminster Fuller se convirtieron en un distintivo y hoy siguen siendo un gran reclamo para los fanáticos de la moda retro. Fue un hombre cercano, que se describía en las entrevistas como "un mero ser humano", muy accesible a todo tipo de públicos; capaz de intercambiar con los hippies en San Francisco, cuando estaban en pleno auge, en 1969, respondiendo a sus preguntas, escuchando sus preocupaciones. Para muchos no fue sólo un arquitecto, sino también un cosmólogo, un teórico, un inventor, un filósofo.
Publicó más de treinta libros (con títulos tan sugerentes y clarificadores como Manual de instrucciones para la nave Tierra), fue reconocido con 47 doctorados honoríficos y tuvo en su haber 28 patentes. Fue él quién en 1966 en una conferencia formuló una pregunta clave para la humanidad: "¿Por qué no hemos visto una foto del globo terráqueo todavía?" Por entonces el hombre aún no había pisado la luna y aquellas ideas parecían extraídas de una novela de Julio Verne, pero su petición llegó a la NASA y un tiempo después se publicó Whole earth catalog. Este documental en vivo me recuerdaa a uno de esos cuentos que me contaba mi abuela cuando era niña, es una de esas historias con moraleja; cómo Richard Buckminster superó un momento vital crítico, y se volcó en hacer algo por los demás, consiguiendo cambiar la percepción que tenemos del mundo. Lo que lo hace especialmente relevante es que era un hombre que no dejaba de proponer soluciones. Una de esas personas referente, indispensables, inspiradoras, que nos obligan a conectar con nosotros mismos.
Todos querían creer su forma de ver el mundo, lo admiraban con esa devoción que se siente hacia quien es capaz de vislumbrar lo que para otros es invisible. Entre sus invenciones estaba la de un sistema de descanso que le permitía dormir sólo dos horas al día, después de comprobar que cada seis horas de actividad sobreviene un momento de cansancio y que el ser humano sólo necesita dormir durante treinta minutos cada seis horas.
Hacia el final del documental hay una parte especialmente conmovedora en la que Fuller está en la playa, contra el viento, a orillas del mar con los brazos estirados apuntando hacia el horizonte y asegurando que si uno pone mucha atención, se puede notar una ligera presión en el pie izquierdo y sentir a la tierra girar.
Todo esto nos lo cuenta Sam Green pasando las diapositivas como si estuviéramos en el salón de su casa, con la misma cordialidad. A veces se intercalan vídeos (como el de la playa), trozos de entrevistas o momentos históricos de la época. Cuando la voz se apaga, suena la música, maravillosa, de Yo La tengo, uno puede sumergirse entonces de lleno, hacer el viaje en blanco y negro hacia esa mente, esos lugares y ese tiempo en el que nosotros ya existíamos pero sin ser aún quiénes somos. El documental y su puesta en escena culmina con Fuller diciendo "No puedo morir en 1985", una frase extraída de una de sus conferencias. La secuencia se repite dos veces. Murió en 1983.