Berlusconi: ¿síntoma o causa?

Berlusconi: ¿síntoma o causa?

Mientras los críticos de Berlusconi festejan y sus seguidores se dividen entre la desesperación y el deseo de venganza, lo que resulta evidente es que, una vez más, el debate político en Italia sigue girando en torno a la figura del magnate milanés.

El miércoles 27 de noviembre, el Senado de la República italiana aplicó una ley aprobada en diciembre del 2012 que establecía la separación del cargo para aquellos miembros que fueran condenados en última instancia. Con este voto, Silvio Berlusconi, que en el mes de julio había visto confirmada por parte del Supremo su condena por fraude fiscal, era destituido como senador y perdía su escaño como representante político.

Mientras los críticos de Berlusconi festejan y sus seguidores se dividen entre la desesperación y el deseo de venganza, lo que resulta evidente es que, una vez más, el debate político en Italia sigue girando en torno a la figura del magnate milanés. También en esta ocasión, parecería que Berlusconi y el berlusconismo fueran, dependiendo del punto de vista, la causa o la solución de la crisis política italiana y no, más bien, solo uno de sus síntomas. El que aparenta ser el punto final en la historia del Cavaliere y que muchos vaticinan como una vuelta de página histórica para la política italiana, difícilmente lo será si se deja escapar, una vez más, la ocasión para mirar con más profundidad y menos prejuicio a la historia de los últimos 20 años. Indagar las causas profundas de la crisis requiere dar un paso que vaya mas allá de la simple descripción de la indignación por sus síntomas.

Como es conocido, la historia política de Silvio Berlusconi empezó en 1994, cuando éste decidió lanzarse a las elecciones políticas. Forza Italia, su partido, conquistó en pocos meses al electorado de centro-derecha que había quedado huérfano tras el colapso de los partidos tradicionales provocado por las investigaciones judiciales que terminaron con la Primera República entre 1992 y 1994, (el conocido affaire ManiPulite). Tras ganar en aquella ocasión, Berlusconi volvió a hacerlo y con mayoría absoluta para su coalición en otras dos ocasiones, en 2001 y en 2008. El secreto de semejante éxito, enigma insoluble para muchos dentro y fuera de Italia, responde a una serie de causas. Por un lado, el poder económico y mediático con el que Berlusconi contó ilimitadamente y en claro conflicto de intereses a lo largo de su carrera; por otro, su personalidad carismática y habilidad comunicativa. Sin embargo, estas explicaciones, que han sido las más recurrentes, resultan insuficientes, ya que al personalizar en exceso el debate, evitan indagar las razones sociales o sistémicas del berlusconismo.

Quizás el aspecto más importante, y a la vez más descuidado, al discutir el éxito de Berlusconi tiene que ver con la propuesta política con la que el magnate se presentó a los italianos. En el contexto de la democracia bloqueada y consociativa en la que había gobernado de manera constante por 40 años la Democracia Cristiana, Berlusconi planteó la restructuración y simplificación del sistema político italiano según un esquema bipolar y potencialmente mayoritario. Su plataforma, recientemente definida por el historiador Giovanni Orsina como "liberal populista", prometía reformar de forma rápida y decidida el farragoso y clientelar sistema socio-económico italiano. Los puntos más importantes de su propuesta apuntaban a la liberalización de la economía y del mercado de trabajo, a la reducción del gasto público y de los impuestos, y a la simplificación de la burocracia y del sistema judicial.

Su non-ideología se planteaba de manera antitética a la de la izquierda que, fiel a la tradición comunista, tenía como objetivo la transformación profunda de la sociedad y de la antropología italiana. Berlusconi, al contrario, ofrecía la idea, de lejana ascendencia thatcheriana, según la cual la sociedad civil estaba bien como estaba y lo que debía cambiar era, en todo caso, el Estado. No eran tanto los italianos y su escaso sentido cívico, como decían los comunistas, lo que se debía modificar sino la Administración pública, desmesurada e intrusiva, dominada por castas de partido y profesionistas de la política. Dichas temáticas resultaron muy atractivas para una parte importante del electorado que, seducida por su lenguaje simple y directo, veía en el magnate de la televisión al outsider capaz de cambiar radicalmente la política italiana.

Desafiado por el proyecto berlusconiano, el centro-izquierda italiano fue incapaz de comprender la naturaleza de la propuesta. Mezclando desinterés y esnobismo, trató al elector y a las temáticas berlusconianas con cierta superficialidad, terminando por entregar a Berlusconi un infinito crédito electoral, que iba más allá de sus propios méritos. En vez de tomar en cuenta la ineficiencia de la administración pública, el exceso de la carga fiscal o la disfuncionalidad del sistema judicial, el centro-izquierda se centró principalmente en la oposición a la figura de Berlusconi.

El anti-berlusconismo, a momentos planteado como una subrogación del anti-fascismo, terminó asumiendo el papel de proyecto político. Esto, no solo desconectó al centro-izquierda de las demandas de una amplia parte del electorado, sino que limitó la necesidad de los partidos que lo componían de actualizar su propuesta política y de buscar una convergencia programática. Para los partidos, era suficiente presentarse a los electores con heterogéneos e incoherentes carteles electorales que tenían como único elemento común la oposición a su adversario. Ser anti-berlusconianos garantizaba el voto compacto de un sector del electorado, sin la necesidad de aventurarse en complejos debates, que potencialmente los enfrentarían, por ejemplo la relación entre Estado y mercado, o la magnitud y eficiencia del gasto público, o entre meritocracia e igualdad.

Esta incapacidad de efectuar un análisis honesto sobre las razones del electorado de centro-derecha no permitió al centro-izquierda italiano encontrar sintonía con áreas de vital importancia para el país y su economía y, de esta manera, ampliar su base electoral. A su vez, los beneficios ofrecidos por el discurso anti-berlusconiano, determinaron un anquilosamiento de las elites políticas dentro de los partidos, generando un proceso de escasa renovación tanto en los cuadros como en las ideas.

A la luz de los últimos 20 años de política en Italia, resulta evidente que tanto el proyecto político de Berlusconi como el del centro-izquierda fracasaron. El primero, porque, rápidamente, mostró su carácter ilusorio y, lejos de llevar a cabo el programa de modernización prometido, se centró ante todo en salvar a su líder de los procesos judiciales a su cargo. El segundo, porque, atrapado en la jaula construida por su enemigo, no supo renovarse y construir una estrategia política creíble y atractiva para la mayoría de los italianos. No obstante la radicalidad de la contraposición entre las dos partes, que asumió el carácter de una guerra civil de baja intensidad, permitió la perpetuación de sus representantes en el poder, ya que tuvieron juego fácil al acusar a los adversarios de su proprio fracaso. Solo en los últimos años y al agudizarse de la crisis económica, el fracaso de la propuesta berlusconiana (o más bien la revelación de su carácter de impostura) y la incapacidad del centro-izquierda de plantear alternativas, determinaron un rechazo creciente del electorado, como demuestra el éxito electoral del Movimiento 5 Estrellas liderado por Beppe Grillo.

Quien se plantee gobernar en el futuro próximo no podrá prescindir de un análisis de la epopeya berlusconiana que vaya más allá de la demonización de su protagonista. Las temáticas planteadas por il Cavaliere y su movimiento no han sido solo, como dicen muchos de sus adversarios, la máscara aceptable de un proyecto político antidemocrático, sino que han intersecado inquietudes importantes y ampliamente presentes en el electorado italiano que sobrevivirán a su salida de escena.

Sólo la creación de una propuesta política capaz de tomar en serio estas preocupaciones y de alcanzar la mayoría de los electores, evitando la demonización de los adversarios, podrá cerrar definitivamente la guerra política de los últimos 20 años. La crisis italiana es la consecuencia de un problema político y social profundo que apunta a la inexistencia de clases y proyectos políticos adecuados, algo que no empieza ni termina con la figura de Berlusconi. Por lo tanto, es poco probable que pueda resolverse solo gracias a su expulsión inapelable de la vida política italiana.