'El Rey' o la fiesta española
El Rey en el Teatro del Barrio agota entradas porque tiene tres actores superlativos y una buena historia que contar. La historia de un niño que llegó a reinar, sin que su padre fuera rey, en un país llamado España. Se trata de un espectáculo grande. Ambicioso artística y políticamente, pues trata de proporcionar a sus espectadores elementos de juicio mediante el teatro.
Foto cedida por Teatro del Barrio - ©OjOvivO
El Rey, en el Teatro del Barrio agota entradas porque tiene tres actores superlativos y una buena historia que contar. La historia de un niño que llegó a reinar, sin que su padre fuera rey, en un país llamado España. Una historia basada en hechos reales, de reyes, y en hechos históricos, de los que se encuentran en los libros, que se aleja del discurso oficial tanto como se acerca al teatro, al fenómeno y la poética teatrales, para el disfrute de un público que aplaude, y aplaude mucho y puesto en pie, al finalizar la función.
Un espectáculo grande. Ambicioso artística y políticamente, pues trata de proporcionar a sus espectadores elementos de juicio mediante el teatro. A los que no trata ni de darles la chapa, ni de adoctrinarlos, ni de dotarlos de un discurso o frases hechas. Justamente lo contrario. Se trata de liberarlos de los discursos existentes, esos que les han metido a capón en la cabeza, para que puedan pensar por sí mismos y en sí mismos, como individuos y como colectivo. Teatro hecho con imaginación y con arte.
En el que Luis Bermejo es, y, como dice el conocido mariachi titulado igual que esta obra, seguirá siendo el rey durante toda la función, mientras sus otros dos compañeros, Alberto San Juan y Willy Toledo, se desdoblan en los muchos personajes que construyeron nuestra tan traída y paseada Transición. Esa fiesta que tanto se recuerda y se celebra supersticiosamente, como si fuera un talismán o una virgencita milagrosa.
Vídeo cedido por Teatro del Barrio
Así, por escena pasan Don Juan, padre de ese niño que llegó a reinar, Franco el dictatorzuelo de voz aflautada, un afectado Alfonso Armada, Carrero Blanco (cuyo atentado es contado de una manera sencilla, simple y hermosa sin estridencias y que corta la respiración del respetable), Henry Kissinger, un desmemoriado Adolfo Suárez, un eficiente Rodolfo Martín Villa al servicio de la patria, Tejero (que sigue esperando que le cuenten qué pasó en el 23-F, como una mayoría silenciosa de españoles), Garrigues Walker, y el chistoso y aflamencado Felipe González (y ¡olé!).
No son los únicos. Otros próceres de la patria, empresarios o intelectuales, a izquierda, derecha y centro (ese punto que siempre se está moviendo) también son nombrados, como una referencia. Próceres que a veces se hacen presentes gracias a sus voces en off. Pues en esta época que todo se registra, las palabras no se las lleva el viento.
Nombres y hombres que fueron útiles (para el sistema) en su momento. Hombres públicos convocados a la fiesta del negocio y del negociado en la que un rey sin dinero trataba de asegurarse un futuro, monetariamente hablando, por lo que pudiera suceder. A la que las mujeres no estaban convocadas, pues se bebía brandy Soberano, bebida que era cosa de hombres. Bebida que le hubiera ido mucho mejor a la obra que ese moderno güisqui que corre en escena a la manera que Dan Jemmet pone en sus obras.
Foto cedida por Teatro del Barrio - ©OjOvivO
Farra que Alberto San Juan (además, director y autor de la obra) ha montado en una caja escénica negra, como boca de lobo. Trasunto, quizás, de una España negra, leyenda todavía presente. En la que de vez en cuando se abren dos puertas en el fondo para dejar ver dos espacios blancos y, recortadas en sus quicios, dos siluetas oscuras que miran al escenario como en el cuadro de Las Meninas de Velázquez el aposentador mira a la infanta. Siluetas que le recuerdan al rey que, antes de que le entierren en el único sitio que queda libre en el Panteón de los Reyes de El Escorial, la Iglesia tendrá que confirmar que se ha corrompido.
Una farra que alegran con corridos y canciones de lucha minera. Y que Andrés Lima, cómplice habitual de Alberto San Juan y Willy Toledo desde los tiempos de Animalario, ilumina. Tarea a la que se aplica sabiamente, construyendo con luz blanca sorprendentes espacios y atmósferas: luz cenital, iluminación divina, para el trono y luz lateral o frontal, de altura humana, para todo lo demás.
Una luz que busca meterse, entrometerse, para permitir mirar y ver la fiesta que lleva contándose y celebrándose durante los últimos cuarenta años. La misma que algunos pretenden seguir celebrando y que estos titiriteros, a mucha honra, van aguando con datos, citas, música, sorna y salero. No se lo tengan en cuenta. Son unos simples titiriteros que han leído, y han leído mucho. Palabras escritas que saben poner en escena y darles vida.