Chantal Maillard: "Dejar de procrear es rebelarse. Es un no a la continuidad del círculo del hambre"

Chantal Maillard: "Dejar de procrear es rebelarse. Es un no a la continuidad del círculo del hambre"

La escritora publica 'Medea', uno de los grandes poemarios del año y retoma el mito griego donde lo dejó Eurípides.

La escritora Chantal Maillard, autora del poemario ‘Medea’.Foto de Bernabé Fernández (cortesía Editorial Tusquets).

Por Winston Manrique Sabogal

Tras un periplo por los siglos y sentada en su barca encallada en el mar de Alborán, Medea habla a todos, desde un tiempo sin tiempo, de su historia después de aquel suceso por el que se la conoce: el asesinato de sus hijos.

Je suis un revenant

He vuelto de la muerte.

De la nada enorme

el inmenso

vacío bajo el manto.

Son las primeras palabras que pronuncia. Su testimonio lo transmite Chantal Maillard en su poemario Medea (Tusquets). La poeta española empieza su relato poético donde lo terminó Eurípides. Versos que narran un destino y que a la vez dialogan con el lector y lo llevan a pensar, a reflexionar, como es usual en su poesía. Medea es un largo monólogo con paradas en diferentes puntos de la vida y de la muerte. No busca indagar en los motivos que llevaron a Medea a cometer aquel acto por el cual ha estado errante durante siglos, sino que indaga en el conflicto en sí mismo.

Una historia en manos de una de las poetas en español más relevantes y que trascienden el verso. Maillard nació en Bruselas en 1951 pero reside en Málaga desde 1963 y tiene la nacionalidad española desde 1969. Doctora en Filosofía es también novelista, ensayista y especialista en cultura oriental. En 2004 obtuvo el Premio Nacional de Poesía con Matar a Platón, en 2007 el Premio de la Crítica con Hilos. Entre sus últimos títulos están La herida de la lengua, La baba del caracol y La mujer de pie. En la indagación sobre el dolor y la línea que une vida y muerte se ha detenido en Medea. En estos tiempos de incertidumbre por la covid-19 que obstaculiza la vida habitual la poeta responde por teléfono:

He querido dar una vuelta de tuerca a la tragedia de Eurípides. Eurípides es quien transforma en tragedia el mito de Medea. La diferencia que hay entre el personaje mítico y el trágico es que este último se hace responsable de sus actos. El personaje mítico responde a instancias divinas, por lo que sus actos no son responsabilidad suya; los del personaje trágico, en cambio, sí lo son. De ahí el conflicto, cuando transgrede, y la culpa. El conflicto resulta de la introyección de otras voces, patriarcales, las voces de la tribu, que se superponen a la nuestra propia, la que la voluntad nos dicta.

Lo que me interesa es reconvertir ese conflicto en tragodía: en acto sacrificial. La palabra tragedia viene de tragos que era el chivo que sacrificaban, una tragodía es un sacrificio sagrado. Devolver a la tragedia su dimensión de tragodía”.

La voz de Medea es poderosa, conmovedora y clara. Recorre diferentes estadios, sabe lo que se ha dicho de ella, da su versión, mira al horizonte, una misma línea próxima o lejana que es la de la vida y la muerte que la puede tocar cualquiera; y también advierte, o, mejor, recuerda:

Cuidad de vuestros hijos: son

los que enviaremos a morir.

“Esa es la responsabilidad de la que hablo. Hemos de ser conscientes de lo que significa poner un hijo al mundo. En la tragedia de Eurípides, y en todas las versiones que siguieron, Medea mata a sus hijos por una serie de circunstancias, pero estas no son aquí lo que me interesa. Lo que me interesa es el tema de la culpa, y la resolución del conflicto. Que todas las voces disonantes se resuelvan, al final, en una sola. En el proceso, Medea expulsa, en términos psicoanalíticos, el introyecto, lo proyecta fuera, nos lo devuelve a todos nosotros, los oyentes, como representantes que somos de una sociedad que, amparada en sus cercos, es incapaz de comprender otra cosa que sus propias normas”.

Las palabras de Medea iluminan diferentes momentos de su vida anterior a la tragedia y recuerdan su origen y el curso de su destino, sus padres, su ayuda a los argonautas, su amor a Jasón, la traición, el asesinato, la culpa, la responsabilidad. Ese desenlace en ella misma que en este poemario tiene tres partes o libros: el lamento, el empoderamiento y la resolución. Y en esta última parte con una voz que no se sabe muy bien si es Medea quien habla o somos todos:

“Somos todas nosotras. Esa es la dimensión universal. No se trata de compadecer a un personaje sino de averiguar si es posible compadecer a una especie, la nuestra, que a conciencia o sin ella trae al mundo hijos para la muerte. La rebeldía de Medea, en esta lectura, es la de una mujer –extraña: maga, oracular, extranjera y desterrada– que, al final de los siglos, toma conciencia del papel que toda madre desempeña en lo que llamo “el círculo del hambre”, y el poder que tiene de detener la rueda. Pues igual que somos capaces de dar vida también somos capaces de no darla. Dejar de procrear es rebelarse. Es un no a la continuidad del artefacto. Esta no es, por supuesto, una idea destinada a ser recibida con entusiasmo por quienes entienden que dar “a luz”, darle vida a un hijo, es algo maravilloso. ¿Acaso no tienen en cuenta de la responsabilidad que supone? ¿No son conscientes de que ese hijo, al que dicen amar antes de haber nacido, tendrá que padecer y ver morir a otros, perder a quienes ame, pasar vicisitudes, catástrofes y violencias sin nombre, y saber, porque lo sabrá, que también él habrá de morir?

¿Hasta qué punto somos conscientes de que toda vida se sostiene sobre la muerte de otros y que no somos mejores ni más importantes para el planeta que cualquier otra especie? ¿Acaso no nos concierne la dimensión de plaga de nuestra especie?”.

“No sé muy bien lo que esa palabra significa, salvo que se refiera a la actividad de ciertos componentes químicos destinados a la perpetuación de la especie (las hormonas, por ejemplo) o a la supervivencia, la voluntad de mantenernos con vida a pesar de los pesares. La rueda del Hambre es una maquinaria autopolítica, se sostiene por sí misma, y tiene sus estrategias”.

El romanticismo como una ilusión, el amor como la más fina estrategia de la creación para garantizar la procreación, una ficción como estrategia para un fin superior:

El amor es un invento cultural, evidentemente. Su historia se puede rastrear, y se ha hecho. También lo es la admiración. Lo que llamamos sentimiento es una emoción –o sea, un movimiento de respuesta a un impulso– a la que añadimos una idea. Y en las ideas creemos, de modo que cuando a una emoción se le pega una idea, las cosas se complican. Se convierte en algo mental, senti-mental”.

El amor como espejismo al servicio de otros fines. Otro de los conceptos clave de Medea está en los siguientes versos:

El tiempo no existe. Se repliega.

Y en cada uno de sus pliegues

nos invita

a ser

de nuevo

lo que fuimos.

Todo es simultáneo. Tan solo

en el discurso

hay un tiempo que fue

y otro por venir.

Despójate de ti.

Actúa

Sin temer la salida.

“Este es el tema. Estos versos pertenecen a la tercera parte, en la que tiene lugar la resolución del conflicto. Este no puede resolverse en superficie, lo que llamo superficie, que es el territorio común, el de la comunicación, en el que la vida personal transcurre con su historia, una historia que puede contarse con las palabras que tenemos para ello. Fuera de ese territorio, las palabras no sirven porque las cosas tienen otra dimensión y son inabarcables. La resolución del conflicto ha realizarse, por tanto, en otro lugar, más abajo. Esta tercera parte, por eso, insiste en el abajo”.

Luego viene el penúltimo poema que se asoma al final de esa estela que es la historia de Medea que nos explota en la cara. Chantal Maillard lleva toda la vida en un intento por dar nombre y verbalizar la estela de diferentes dolores que acompañan a las personas. Ella lo sabe desde niña al haber vivido en internados desde los 7 años, ha tenido un cáncer y sabe de ese dolor sin orillas de una madre por el suicidio de uno de sus hijos. Ha compartido sentimientos y pensamientos:

La muerte de una persona amada produce un dolor infinito. Sería imposible soportarlo de no ser por el lenguaje que lo limita y lo reduce a fórmulas comunicables. O por los rituales, que le otorgan un tiempo, el tiempo que siempre es de los vivos. En superficie las cosas transcurren en ese tiempo sucesivo. De esta manera parece, sólo parece, que algo se cura, o se olvida. Pero no es cierto, no es cierto porque abajo, más abajo, la herida sigue abierta, y es allí donde ha de resolverse, y de otra manera que con el lenguaje de superficie.

Para pasar de la superficie al abajo, como dice el poema, hay que perderse, hay que olvidar las propias huellas, la historia personal, las pautas temporales, lo que puede contarse, en definitiva, hay que olvidarse de sí. Despojarse de todo lo anecdótico. Sin esa historia personal, sin causas particulares ni consecuencias concretas, en ese más abajo, las emociones todas son devueltas a su origen, a su germen. Y allí es donde entonces podemos comprender que, como dice en el fragmento al que hacías referencia, no hay en realidad ni verdugo ni víctima, ni culpa ni culpable, pues todos somos un mismo cuerpo, y todo nos compete”.

Y, quizás, de la misma manera que el amor puede ser una estrategia para incentivar a los seres humanos a la procreación y que la maquinaria no se detenga, la expresión del dolor podría ser otra estrategia para poder sobrevivir y seguir adelante:

El lenguaje es sin duda una estrategia. Expresar el dolor en palabras es una manera de sobrevivir. Pero sobrevivir no es la única opción. Tal vez la única libertad posible sea la de decidir si queremos aceptar la vida o no. Seguir colaborando con el sistema o rebelarnos contra él. Y esto de dos maneras, la primera con respecto a la propia vida, la segunda con respecto a la continuidad de la especie.

Decidir seguir vivo o no es tomar conciencia de que nadie nos obliga. Es nuestra libertad, la única posible, quizás. Podemos decidir. Si optamos por seguir vivos, habrá de ser entonces con todas las consecuencias: a sabiendas de lo que la vida se nos entrega con toda su muerte, con la necesidad de matar para seguir con ella, y con todo el dolor que entraña. Esa es la posibilidad de lo humano.

En cuanto a lo segundo, el acto de conciencia consiste en que podemos decidir seguir la norma o infringirla: procrear o negarnos a ello. La rebeldía de esta Medea anciana, su dimensión universal al final de la historia, de nuestra historia, va en ese sentido.

Pero para llegar a ello, le ha sido necesario atravesar la historia. Es una libertad conquistada en el desprendimiento, y una salida del tiempo. Donde no hay tiempo no hay deseos. El acto verdaderamente libre, el acto ético, es el que no atiende a razones personales, intereses o gustos. Y esto es el resultado de un largo proceso, un trabajo personal de desaprendizaje y desapego en el que el yo termina por confundirse en un “nosotras” y acude el animal, lo más inocente que aún aliente en nuestro interior».

En esa tercera parte del libro es donde habla Medea y todas las voces que somos como una sola con un preámbulo que dice: “Adviene el sueño sobre el mundo. El sueño debió ser algo perfecto y dulce en el Antes. Antes de los sueños, antes de las turbulencias del ánimo, antes de que las imágenes formasen recuerdos. Antes”. Y en el penúltimo poema, donde las voces terminan se escucha:

Penetra más abajo

desprovista de historia.

No esperes

ni el perdón ni la gracia

pues en esos lugares

no hay culpa ni culpable.

Levanta la cabeza

Escora los sentidos.

De ahora en adelante

tu víctima

Será tu guía.

Disponte a recibirla.

…Y la poeta crea un tiempo sin tiempo y todo a la vez. Si Chantal Maillard empieza la historia de Medea donde la dejó Eurípides para contar lo que Medea ha reflexionado o aprendido al surcar los tiempos, ella la termina con Medea en su barca aún encallada. Escucha. Es un viaje existencial:

“Es una bajada a los infiernos donde al final, en aquel verso: ‘Tu víctima será tu guía’, se anulan las diferencias. No hay culpable ni perdón, porque no hay opuestos en ese lugar. Las diferencias, sin duda, son mentales, las crea el lenguaje”.

¿Ni dolor ni felicidad o sus opuestos?

“Hay otra cosa que los supera: la paz”.