El reto educativo del coronavirus

El reto educativo del coronavirus

Una nueva educación no sólo para una nueva normalidad, sino sobre todo para un nuevo mundo.

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Una de las consecuencias de la pandemia es que las comunidades educativas, ya sean de enseñanza básica, secundaria, formación profesional, universitaria, se han visto obligadas a realizar su actividad en condiciones absolutamente distintas a las que regían en la antigua normalidad, esa que no volverá, aunque muchos lo intenten.

Ha sido una dinámica forzada, no plenamente satisfactoria, pero que nos ha obligado a reinventar el sistema educativo y que cambiará la lógica del próximo curso, con aulas reducidas a la mitad del alumnado y obligando a combinar la presencialidad con el trabajo personal en casa. Incluso algunas prestigiosas universidades, como Cambridge, o Mánchester, han decidido no impartir clases presenciales en el próximo curso.

No creo que ese famoso e-learning (literalmente aprendizaje electrónico) deba impedir la socialización en el aula, pero sí debe permitir romper la lógica de jornadas de estudio equiparables, o incluso superiores, a las jornadas laborales de los padres. 

De paso debería conducirnos hacia una economía más preocupada de que las personas trabajadoras vivan satisfactoriamente su vida personal y familiar y realicen su actividad profesional lo mejor posible, pero sin ese presencialismo absurdo que nos ha caracterizado, también denominado calentamiento de silla, que tanto éxito tiene en España.

Hasta este momento pandémico la inteligencia Artificial (IA) se había desarrollado con fuerza en campos como la medicina para detección de enfermedades, diagnóstico, tratamientos, intervenciones quirúrgicas. También en la industria los procesos de robotización permiten una producción acelerada. El entretenimiento y los videojuegos han consumido un gran esfuerzo para diseñar la actuación y los movimientos de aquellos con, o contra, los que jugamos.

La minería de datos (Data Mining), es utilizada abundantemente en el mundo de las empresas para extraer patrones de ese inmenso volumen de datos de los que disponen sobre nosotros, conocer nuestras preferencias, viajes, hábitos de consumo, o televisivos, los miedos que nos atenazan, las aptitudes adquiridas, o con las que nacimos, las actitudes que hemos desarrollado y hasta sobre nuestras enfermedades. 

Nadie formó a los alumnos para hacer algo más que jugar a videojuegos y, en no pocos casos, esos alumnos no contaban con esas herramientas, a veces ni con wifi en casa.

Un trabajo de los algoritmos que se ha acelerado y especializado con los avances del Machine Learning, es decir, la capacidad de las máquinas para aprender automáticamente, llegando a decidir con precisión los productos que queremos, los que querremos y hasta crear nuestras necesidades, dirigiendo la publicidad y el marketing de las empresas. Por dirigir, hasta dirigen las inversiones bursátiles, las bajadas y subidas de las acciones.

Sin embargo, en el campo de la educación, los avances de la Inteligencia Artificial han sido mucho más limitados, por ejemplo en la enseñanza de lenguas, corrigiendo errores y ayudando a aprender de los mismos. El e-learning ha tenido cierto desarrollo en campos como la Formación para el Empleo, educación a distancia, o los máster y los famosos MOOC (los Cursos Masivos y Abiertos Online) que imparten algunas universidades.

En algunos centros de primaria, secundaria o bachillerato se ha ensayado la enseñanza utilizando tablets, ordenadores y plataformas donde los libros,  ejercicios y algunas comunicaciones, horarios, inscripciones, respuestas a dudas, se encuentran digitalizados, pero sin sustituir, en ningún caso, las clases presenciales. Muy poco del ya mencionado Machine Learning, utilizado para aprender a organizar y adaptarse a las necesidades de cada alumno o alumna.

La dura experiencia del coronavirus ha puesto a prueba la capacidad del alumnado, el profesorado y de las propias familias para adaptarse a una nueva situación que requiere un camino distinto. El profesorado podría verse liberado de tareas repetitivas y rutinarias, administrativas, corrección de algunos ejercicios, notas, comunicación de resultados de evaluaciones. También podría mejorar el conocimiento del alumnado en función tanto de sus datos académicos, como de otros disponibles en el centro. Aquí entra el juego la privacidad de los datos y su uso, los límites que familias, el propio alumnado, la comunidad educativa, o las administraciones, deben regular.

En cuanto al alumnado, podría tener a su disposición una enseñanza más personalizada y adaptada, en función de sus preferencias, intereses, con mayor atención a itinerarios formativos. Se trata de aprender siguiendo tu propio camino, con contenidos y ejercicios a la medida, sin por ello olvidar que se trata también de aprender de las experiencias ajenas, de trabajar en equipo, poniendo en común, compartiendo.

Sin embargo, pese a la aceleración del mundo, no es posible un cambio tan acelerado desde la nada y esperar que sea plenamente satisfactorio. Ahora nos damos cuenta de que no hubo antes inversión para ordenadores, tabletas electrónicas o teléfonos móviles. No hubo inversión en plataformas de aprendizaje con contenidos digitales, ejercicios adaptados, materiales, aplicaciones, sistemas de aprendizaje y evaluación. Nadie formó a los alumnos para hacer algo más que jugar a videojuegos y, en no pocos casos, esos alumnos no contaban con esas herramientas, a veces ni con wifi en casa.

Aquí entra el juego la privacidad de los datos y su uso, los límites que familias, el propio alumnado, la comunidad educativa, o las administraciones, deben regular.

Tampoco nadie formó al profesorado  para asumir esas nuevas funciones y utilizar esas nuevas herramientas. Cada cual con sus medios, sus armas, ha tenido que acudir a esa guerra de guerrillas en la que se ha transformado la enseñanza en los últimos tres meses. Demasiados ejercicios, o muy pocos, trabajos, exámenes, ejercicios, cuestionarios, clases online, correos van, correos que vienen, plataformas improvisadas. Demasiado para todos, incluidas las familias que han tenido que implicarse en procesos de aprendizaje de los que también sabían bien poco.

El coronavirus nos ha llenado de dolor y no poco miedo, pero el post-covid-19 no puede convertirse en un intento desesperado de que la nueva normalidad sea lo más parecida posible a la vieja normalidad. Tampoco en la educación.

Tenemos que aprovechar para encontrar una educación a la medida de las personas y no de las necesidades productivas. Con nuevas metodologías y herramientas al servicio de quienes conviven en un centro educativo.

Herramientas manejadas con responsabilidad, con conocimiento de sus posibilidades, con menos trabajo tedioso y repetitivo y más creación y creatividad, con más cooperación y colaboración y menos competencia y competitividad.

Una nueva educación no sólo para una nueva normalidad, sino sobre todo para un nuevo mundo, donde las personas y no el dinero, sean el centro de nuestras preocupaciones humanas.