Propósito de año nuevo: poner un librero en su vida

Propósito de año nuevo: poner un librero en su vida

Hemos constatado que durante los meses de encierro los libros nos hicieron de ventana al más allá de nuestras paredes.

Young librarian searching books and picking one book from library bookshelf.Popartic via Getty Images

Del mismo modo que tenemos un médico de cabecera, un facultativo en el que confiamos para que nos recete no solo pócimas también hábitos que nos ayuden a vivir mejor; de la misma manera que contamos con un psicólogo, o un amigo cercano que nos hace las veces, con el que compartir desvelos y que nos sirve de guía en la oscuridad y nos reconforta; un tendero afín que nos informa sobre el género más fresco de todo lo que oferta para obtener una alimentación óptima; yo reivindico la figura del librero de confianza.

Hemos constatado que durante los meses de encierro los libros nos hicieron de ventana al más allá de nuestras paredes, a la libertad, de bálsamo y antídoto crítico contra el chapapote que arrojaban insistentemente los medios de comunicación, liderados por la histeria televisiva. 

Así, una macroencuesta realizada el verano pasado concluyó que el número de lectores que lo hacen semanalmente creció en el confinamiento en siete puntos porcentuales. El 82% de ellos reconoció que los libros les ayudaron a “llevar mejor” la reclusión y para todos supuso entretenimiento, para el 93% desconexión y relajación y para el 90% tranquilidad. Si convenimos que todos estos ingredientes son imprescindibles para una vida sana y plena, parece lógico ir en busca de alguien profesional que, con conocimiento y esmero, de la materia y de nosotros mismos, nos oriente sobre cómo encontrar esa pieza que nos iluminará el mundo, nos removerá las entrañas, nos retará el pensamiento, nos dejará ese regusto entrañable y, sobre todo, nos hará seguir pidiendo más.

Me ha ayudado a regalar momentos extraordinarios a mis padres, a mis hijos, a mis amigos y nos ha salvado a todos de pérdidas de tiempo, energía y buen humor

Mi librero se llama Aldo y su casa es la librería Antonio Machado, de Madrid. Entre otros, en los últimos tiempos, me enseñó ‘La familia Karnowsky’, de Israel Singer, una obra maestra sobre la realidad centroeuropea de la mitad del siglo XX, sobre la aparición queda, como si tal cosa, del nazismo y su efecto en tres generaciones de una familia judía y su entorno. También me mostró ‘Panza de burro’, de mi tocaya chicharrera, Andrea Abreu, antes de que fuera comidilla o ‘Los milagros prohibidos’, de Alexis Ravelo, que, aunque me hizo pasar grandes desvelos, nunca le agradeceré lo suficiente. Le debo otras joyas, como la delicia ‘84 Charing Cross Road’, de Helene Hanff, perfecto para una tarde de lluvia, o ‘Paradero desconocido’, de Kressman Taylor, unas pinceladas, vía epistolar, que alumbran la ética profunda del comportamiento humano y que uno lee en apenas una hora, casi sin darse cuenta.

Me ha ayudado a regalar momentos extraordinarios a mis padres, a mis hijos, a mis amigos y nos ha salvado a todos de pérdidas de tiempo, energía y buen humor. Considero que eso es un apuntalamiento vital de tanta trascendencia como la elección de un buen producto de mercado, tan reparador como una charla profunda y sincera.

No soy de dar muchos consejos, en general me parecen un atrevimiento innecesario; pero esta vez estoy segura de acertar si les recomiendo que entre los propósitos de este nuevo año esté el poner un buen librero en su vida.