Así son las terapias de conversión en España: "Se genera un ambiente como de caza de brujas"

Así son las terapias de conversión en España: "Se genera un ambiente como de caza de brujas"

Iván León narra su experiencia en el libro '¡Oh feliz culpa!'.

Bandera LGTBI en una iglesia.Kris Hoobaer via Getty Images/iStockphoto

Mientras Madrid se preparaba para el último Orgullo LGTBI prepandemia, el de 2019, apenas a 40 kilómetros de la capital, en Alcalá de Henares, salía a la luz en un reportaje de eldiario.es que el Obispado celebraba cursos ilegales y clandestinos para “curar” la homosexualidad contra personas LGTBI. Allí estuvo Iván León, quien participó en estas supuestas terapias de conversión y las relata en su libro Oh, ¡Feliz culpa! (Egales).

Según aquel artículo, dentro de la web del obispado había una sección llamada ‘Homosexualidad y esperanza’ —ya borrada— que ofertaba la asistencia a estas sesiones a todos aquellos que quisieran “formarse” sobre estos asuntos. Desde el obispado señalaron que estas terapias iban dirigidas a todo tipo de personas y a familias y que no tenían ningún sesgo por su orientación sexual.

Para León, esto no fue realmente así. “Cada vez que se ha hablado de ello, las personas cercanas a la Diócesis de Alcalá dicen que la gente va libremente y da su consentimiento. En mi caso no es del todo cierto porque yo acudí por cuestiones mucho más generales”, explica a El HuffPost. León estaba en 2º de bachillerato, una época de su vida que él mismo ha calificado como “un poco terrible”.

“Se me hizo un poco de bola por una situación complicada en casa por el tema de la crisis, el bachillerato y la universidad, que me parecía una decisión que no iba a poder cambiar en mi vida”, recuerda. Esto le llevó a buscar apoyo en el sacerdote de su parroquia en Alcalá de Henares.

“Me propuso hablar con una persona. Yo pensaba que era algo tipo un psicólogo, una ayuda puntual para estas dificultades que se habían planteado. Yo me planté allí y me encontré con todas esas cuestiones de la orientación sexual y demás que para mí entonces no eran nada problemáticos”, apunta León, quien recalca que no había tenido ningún problema de homofobia en el instituto ni por parte de su entorno.

Lo primero que le sorprendió fue que en esta terapia no era él quien contaba sus problemas o sus inquietudes. “Como la gente que ha ido a terapia sabe, en función del discurso que tú pronuncies se trabaja sobre las cuestiones que manifiestes. Aquí no, aquí es un discurso preestablecido en el que tú no tienes nada que decir. Era una persona hablándote durante prácticamente una hora y tú prestabas tu consentimiento”, explica.

“Me llamó la atención porque los temas que se me proponían no se relacionaban nada con lo que yo experimentaba en ese momento”, indica el joven, que recuerda en su libro que las terapias trataban de construir una masculinidad básica en jóvenes de los que decían que tenían “heridas afectivas” que provocaban homosexualidad.

Para él, estas indicaciones con las que fomentaban actividades masculinas como el “hacer deporte”, ejercitar la fuerza o hacer tareas masculinas, generaban un discurso contradictorio.

Vinculaban la homosexualidad con la pederastia, incluso con la pederastia en la Iglesia, lo que achacaban a los sacerdotes homosexuales
Iván León, víctima de terapia de conversión y autor del libro 'Oh, ¡Feliz culpa!'

“Confunden muchas cosas como la identidad de género con el rol de género y ellos mismos cambian los conceptos. Según ellos, si naces hombre eres hombre para toda la vida, pero para ser hombre tienes que actuar como hombre. Entonces dudas, ¿soy hombre o hago de hombre? Esta discontinuidad no la acababa de entender”, recuerda.

Ese discurso fue pasando a asociar, según cuenta, actividades más sensibles o femeninas con la homosexualidad. “Se empezaron a decir cosas como que cualquier actividad de tipo cultural era cosa de ‘maricones’, sin utilizar esos términos, pero consideraban las actividades más delicadas como algo relacionado con la feminidad”, señala.

Como él mismo cuenta, el tono de las charlas a las que asistió fue subiendo hasta el punto de hablar explícitamente del sexo y la masturbación. Le preguntaron si consumía porno y qué tipo de porno consumía o la frecuencia con la que se masturbaba. “Hay gente que se excita viendo vídeos en los que aparecen hombres, hombres y animales o, incluso, hombres y niños”, recuerda en su libro que decía la mujer que impartía estas charlas.

“Vinculaban la homosexualidad con la pederastia, incluso con la pederastia en la Iglesia, lo que achacaban a los sacerdotes homosexuales. También hacían vinculación con la zoofilia. La discontinuidad y este discurso fueron lo que me hizo darme cuenta”, señala.

  Iván León, autor de 'Oh, ¡Feliz culpa!'.Cortesía de Egales

León deja claro que no hizo lo que se conoce como “itinerario completo”, sino que hizo “cuatro o cinco sesiones”, pero en los cuatro años más que pasó en la Diócesis de Alcalá, asegura que vivió la homofobia en toda la institución.

“Todo este asunto era lo común, todo el mundo se hacía eco de lo que allí pasaba. La ideología que se proponía en estas charlas de forma concreta, en la diócesis estaba de una forma más sutil”, señala. “Hay cosas delicadas que pasan allí y se genera un ambiente como de caza de brujas”, indica.

En ese tiempo, León aprendió a ocultarse y se vio influido por ese entorno y por la terapia recibida en su vida posterior. “Vas absorbiendo estos discursos, estas actitudes… Evidentemente me he formado allí para bien o para mal. Cuando salgo al mundo y empiezo a relacionarme eso sigue ahí: la vergüenza, la culpa transformada un poco en secreto…”, relata.

Creo que es una cosa que en el fondo da mucha vergüenza, tanto para los que están dentro y piensan que es algo pecaminoso, como para la gente que lo ha dejado porque piensas ‘fui un poco tonto, qué hacía yo aquí’
Iván León, víctima de terapia de conversión y autor del libro 'Oh, ¡Feliz culpa!'

Al salir de Alcalá de Henares para estudiar Filología en la Universidad Complutense, León vivió un “largo proceso” tanto a nivel de vivir su fe como de su sexualidad. “No tenía ni una fe completa ni una orientación sexual formada, salí con mis cositas…”, indica.

Sin embargo, actualmente dice “no vivir con mayor problema con respecto a su sexualidad”, pese a tener “algunas incongruencias”. “También porque mis padres no han puesto mayor problema y mis amigos tampoco. Se ha normalizado todo muchísimo y se ha naturalizado”, detalla.

Eso sí, no quiso en ningún momento formar parte de una denuncia contra la diócesis. “Yo según salí puse tierra, por una parte no me sentía preparado”, enfatiza. “Me habían vendido que el colectivo LGTBI era terrible, que era gente mala malísima, entonces no tenía muchas certezas al respecto, no estaba muy seguro de lo que quería ni de lo que pensaba hacer”, señala. “Estudié fuera, trabajé fuera y volví a España con la pandemia y, desde entonces, me he ido acercando a este tema y a Alcalá física y emocionalmente”, explica el filólogo, que empezó a plantearse escribir el libro en marzo de 2021 tras una propuesta de un profesor de la facultad.

  Portada de 'Oh, ¡Feliz culpa!'.Egales

Tampoco se ha relacionado con personas que hayan pasado por lo mismo que él. “Una vez que me aparté de todo esto e hice mi vida un poco a mi aire sí que me he encontrado a personas que lo dejaron en otros lugares, por ejemplo, en Valencia. Pero no conozco a mucha gente”, relata. “Creo que es una cosa que en el fondo da mucha vergüenza, tanto para los que están dentro y piensan que es algo pecaminoso, como para la gente que lo ha dejado porque piensas ‘fui un poco tonto, qué hacía yo aquí’. Es difícil encontrarse”, reflexiona.

León sigue manteniendo su religión católica y sigue siendo practicante. De hecho, asegura que practica “la fe desde las formas más clásicas”, aunque admite que “la fe es una pero con muchas caras”. “He ido conformando un camino que en la Diócesis de Alcalá no era posible, pero en otros lugares sí”, señala e indica que en otras instituciones como la Diócesis de Madrid o Barcelona se ha sentido mejor socialmente.

“Se me ha propuesto con mucho menos rigor en el sentido de ser mucho menos agresivo, aunque la ley o la letra está ahí y no se puede saltar. Pero es mucho más comprensiva, eso me ha permitido elaborar mi propio camino, con mis taras, pero lo logré”, explica.

El caso de León no es el único en España, donde a pesar de estar prohibidas en siete comunidades autónomas —a la espera de la aprobación de la ley LGTBI estatal donde se incluirá—, se siguen realizando, según la asociación No es terapia. “No se sancionan”, sentencia Saúl Castro, presidente de dicha organización, creada en enero de 2021 para luchar contra las terapias de conversión y ayudar a sus víctimas.

“No hay datos oficiales porque los gobiernos de las autonomías no están obligados a dar datos a las asociaciones que estudian los casos de violencia hacia el colectivo LGTBI, pero en las investigaciones he hablado con 17 víctimas”, explica y señala que son muchas más las que no llegan a hacerlo público. Por este motivo, anima a que si alguien ha vivido alguna de estas experiencias las comunique a No es terapia.

“Puedo decir con bastante claridad y autoridad que las terapias de conversión siguen practicándose en España en unos entornos fuera del escrutinio público. Tras la aprobación de todas las leyes LGTBI, han quitado las referencias que tenían en internet, pero eso no quita que sigan sucediendo”, señala y añade que no solo se da en Alcalá de Henares, también en Valencia, Granada o Cantabria.

Castro distingue dos tipos de terapias de conversión en función de los grupos que las fomentan. “Por un lado están los grupos de fe, que es como los llama la ONU, que no solo son organizaciones católicas porque en España existen grupos también vinculadas a la fe evangélica”, explica. “Por otro lado, estarían los grupos de ideología transexcluyente, TERFs, que dicen que hay un contagio de las identidades trans y que la salida es que aprendan a vivir con el género que se les asigna al nacer”, señala. “Creemos que es un discurso que promueve las terapias de conversión por identidad de género”, apunta.

Con respecto a la sentencia del CGPJ, que ha señalado que no deberían prohibirse en los casos en los que haya consentimiento, Castro se muestra “muy preocupado al respecto”. “Estas terapias científicamente son inefectivas, no hay ninguna publicación científicamente validada que afirme que funcionen porque ni la orientación sexual ni la identidad de género se pueden modificar, pero sí se ha demostrado que es algo que tiene muchos riesgos porque aumenta el número de intentos autolesivos y de suicidio entre las víctimas, aumenta los comentarios depresivos y/o ansiosos, problemas de autoestima…”, enfatiza. 

Este consentimiento incluiría, tal y como recuerda Castro, la autorización de padres a menores. “Valida lo que puedan decidir en su caso unos padres homófobos: llevar a su hijo a terapia de conversión porque consideran que tiene una enfermedad”, enfatiza, además de casos como el de León en el que se acude por otros motivos, como haber sido engañado por la publicidad o por una LGTBIfobia interiorizada.

Están documentados casos de medicación forzada para que no tengan deseo sexual, control masturbatorio y castidad forzada
Saúl Castro, presidente de la asociación No es terapia

El funcionamiento de estas terapias que Castro ha investigado en España es de distinto tipo. El principal, la terapia hablada como la de Alcalá de Henares. “Este tipo de discursos que buscan lavar el cerebro de las víctimas y convencerles de que la orientación sexual es algo malo o negativo hasta el punto de aprovecharse de las relaciones de poder que se establecen”, señala. Pero apunta a que también hay prácticas más violentas.

“Están documentados casos de medicación forzada para que no tengan deseo sexual, control masturbatorio y castidad forzada en los que le dicen que tienen que dejar de masturbarse o tener deseo sexual hacia el mismo género durante 270 días porque así su cerebro se reconfigurará y dejarán de ser homosexuales o bisexuales”, enumera. “También ejercicios de desnudez forzada con la idea de tocarse y normalizar los cuerpos de su mismo género”, apunta.

Nada como el electroshock, que se plantea en muchas ocasiones en la ficción, pero sí que asegura que son prácticas que acaban haciendo mella en la vida de las víctimas. 

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Marina Prats es periodista de Life en El HuffPost, en Madrid. Escribe sobre cultura, música, cine, series, televisión y estilo de vida. También aborda temas sociales relacionados con el colectivo LGTBI y el feminismo. Antes de El HuffPost formó parte de UPHO Festival, un festival urbano de fotografía en el marco del proyecto europeo Urban Layers. Graduada en Periodismo en la Universidad de Málaga, en 2017 estudió el Máster en Periodismo Cultural de la Universidad CEU San Pablo y en 2018 fue Coordinadora de Proyecto en la Bienal de Arte Contemporáneo de Fundación ONCE. También ha colaborado en diversas webs musicales y culturales. Puedes contactarla en marina.prats@huffpost.es