Vasile, ministro de Igualdad

Vasile, ministro de Igualdad

El caso de Rocío Carrasco no será más que el basurero que siempre queda tras el paso de Telecinco.

Rocío Carrasco, durante el documental 'Rocío: contar la verdad para seguir viva' (Telecinco).TELECINCO

Si algo nos enseña la conmoción que sufre el país tras las declaraciones de Rocío Carrasco es que conviene dejar en manos de la empresa privada la lucha contra la violencia de género. Una entrevista en prime time aumenta la conciencia sobre la violencia machista más que décadas de campañas promovidas por agencias gubernamentales y educativas. Se disparan las llamadas a los teléfonos de ayuda. Se unifican los titulares. Un trending topic sucede a otro. Considero inteligente al lector, así que no avisaré del carácter irónico de este arranque. No será la única vez que utilice hoy la ironía, un recurso especialmente indicado para transmitir indignación sobre temas en los que las palabras habituales ya son sólo ruido blanco.

La posibilidad de que Telecinco apoye la justicia social no supera la que tiene un reloj parado de marcar la hora exacta dos veces al día

Por el contrario, en las próximas líneas usaré un estilo hiperrealista. Fíjense: Telecinco es la mayor propagadora de los más indeseables estereotipos sexistas que tenemos la desgracia de sufrir en España desde hace treinta años, pionera y líder de todos los formatos que humillan, cosifican e infravaloran la condición femenina. Pocas cosas sorprenden tanto como la capacidad que tiene el mundo del espectáculo para fingir que no es el mundo del espectáculo. Aun así, no deberíamos olvidar que la posibilidad de que Telecinco apoye la justicia social no supera la que tiene un reloj parado de marcar la hora exacta dos veces al día. Si todo lo que aparece por televisón es sólo television, todo lo que aparece por Telecinco es sólo Telecinco.

Según Hitchcock, una película debía empezar con una explosión y a partir de ahí ir en aumento. Telecinco empezó con Las Mama Chicho y a partir de ahí ha ido a peor. Y aunque ahora se esté centrando en una de las mitades del limón y parezca que se ha convertido en una ONG, nadie debe dudar de que no dejará un milímetro sin exprimir. Nos esperan muchos meses de amantes, broncas, revelaciones que lo cambian todo, expertos, familiares en décimo grado, sin más lógica que el lucro de unos y otros. Al final -guarden esta columna- el caso de Rocío Carrasco no será más que el basurero que siempre queda tras el paso de Telecinco. Destructivo para las personas implicadas, rentable para los accionistas y, en este caso, confuso, fallido e irrelevante como ayuda para las mujeres víctimas de violencia de género.

No conozco a Rocío Carrasco ni a nadie implicado remotamente en su drama. Así que no puedo tener ni la menor idea sobre si dice la verdad o no, y no estoy dispuesto a formarme un juicio basándome en la voluntad de creerla o no creerla, en la empatía que me despierta una narración con música de fondo y la mosca de Telecinco en una esquina, o en la mochila de respuestas biográficas condicionadas que todos cargamos dentro de nuestras cámaras de eco. Durante siglos y siglos funcionó -y sigue funcionando- una norma implícita -y, en ocasiones, explícita- que podríamos resumir como “si eres mujer, no te creo”. No estoy dispuesto a cambiarla por “si eres mujer, sí te creo”.

Miles de mujeres que están viviendo una historia parecida están muy pero que muy jodidas si su principal esperanza depende del ánimo de lucro empresarial

Pero, así como no tengo la menor certeza sobre Rocío Carrasco, la tengo absoluta sobre cientos de miles de mujeres que están viviendo una historia parecida a la que nos cuenta, y que están muy pero que muy jodidas si su principal esperanza depende del ánimo de lucro empresarial y del morbo despertado por la confesión de la hija de una cantante. La clave no está en los autos de fe, sino en los estudios sociales rigurosos y las políticas materiales de igualdad. Cuando Irene Montero apareció en Sálvame hace pocos días, no vimos a una empresa privada supeditándose al Estado y poniéndose al servicio de una acción ministerial, sino a una ministra -la que ha celebrado como un gran logro feminista el paso del “Instituto de la Mujer” al “Instituto de las Mujeres”- al rebufo coyuntural de la telebasura.

Quedó claro quién lideraba y quién iba detrás como equipo de apoyo. Y en ese sarcasmo casi parecía que lo siguiente podría ser cambiarse los papeles. Montero, tertuliana feminista en Sálvame. Vasile, ministro de Igualdad. Ya les dije que volvería a haber ironía en la columna.